La más famosa demostración medieval a priori de la existencia de Dios es la elaborada por San Anselmo de Canterbury (1033-1109). El origen de dicha demostración nos lo relata su discípulo Eadmero:
"Tras esto le vino a la mente la idea de investigar si no se podía demostrar por un argumento único y breve todo lo que la fe nos enseña sobre Dios y sus atributos, como su eternidad, su inmutabilidad, su omnipotencia, su ubicuidad, su incomprensibilidad, su justicia, su amor, su misericordia, su verdad, su veracidad, su bondad y otros muchos, y cómo se podría mostrar que todas estas cosas no hacen en Él más que una sola. Encontró en esta investigación, como él mismo contaba, una gran dificultad. Ese pensamiento le quitaba el apetito y el sueño y, lo que era peor aún, le impedía poner, en los maitines y demás ejercicios de piedad, la atención conveniente. Diose cuenta de ello y, no teniendo aún más que una idea confusa del fin que perseguía, se imaginó que esta idea, objeto de sus preocupaciones, era una tentación del demonio, e hizo todos los esfuerzos por apartarla de su espíritu. Pero cuanto más intentaba rechazarla, más le perseguía. Una noche en que no podía dormir, la gracia de Dios brilló en su corazón; lo que buscaba se manifestó a su inteligencia y llenó su corazón de una alegría y de un júbilo extraordinarios. Pensó que este descubrimiento podía interesar a otros si se lo comunicaba y, como estaba libre de envida, lo escribió inmediatamente sobre tablilas, y las confió a uno de los hermanos del monasterio, recomendándole que las guardase con sumo cuidado. Se las pidió algunos días después, pero no las encontró en el lugar en que las había dejado; se pregunta si alguien las ha cogido, pero todo en vano, nadie tiene conocimiento de ellas. Anselmo comienza de nuevo a escribir su argumento sobre nuevas tablillas, y se las confía al mismo hermano con orden de guardarlas más cuidadosamente. Éste las oculta entonces en lo más escondido de su lecho, pero al día siguiente, cuando menos pensaba en ello, las encontró rotas, y sus trozos esparcidos por el suelo delante de su cama. La cera de que estaban cuibiertas se hallaba dispersa por todas partes; entonces recoge las tablillas, reúne la cera y se va con todo a Anselmo, quien, reuniendo todos los fragmentos, pudo apenas reconstruir lo que había escrito. Temiendo perderlo pr negligencia, ordena que se transcriba en pergamino, en el nombre del Señor. A continuación compuso sobre este tema un libro pequeño por el tamaño, pero grande por el peso de los pensamientos, y de una contemplación muy sutil, al que llamó Proslogion, porque en él se entretiene con Dios o consigo mismo."
La formulación del argumento es la siguiente:
"Señor, Tú que das la inteligencia de la fe, dame cuanto sepas que es necesario para que entienda que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos; creemos ciertamente que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse. ¿Y si, por ventura, no existe una tal naturaleza, puesto que el insensato dijo en su corazón: no existe Dios? (Salmos, 13, 1) Mas el propio insensato, cuando oye esto mismo que yo digo: "algo mayor que lo cual nada puede pensarse, entiende lo que oye; y lo que entiende está en su entendimiento, aunque no entienda que aquello exista realmente. Una cosa es, pues, que la cosa está en el enteimiento, y otra entender que la cosa existe en la realidad. Pues, cuando el pintor piensa lo que ha de hacer, lo tiene ciertamente en el entendimiento, pero no entiende que exista todavía en la realidad lo que todavía no hizo. Sin embargo, cuando ya lo pintó, no sólo lo tiene en el entendimiento, sino también entiende que existe en la realidad, porque ya lo hizo. El insensato debe convencerse, pues, de que existe, al menos en el entendimiento, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende, y lo que se entiende existe en el enteimiento. Y, en verdad, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede existir sólo en el entendimiento. Pues si sólo existiese en el entendimiento puede pensarse algo que exista también en la realidad, lo cual es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, existe sólo en el entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto, fuera de toda duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad.
Lo cual es tan cierto que no puede pensarse que no exista. Pues puede pensarse que exista algo de tal modo que no pueda pensarse que no exista; lo cual es mayor que aquello que puede pensarse que no existe. Por tanto, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, se puede pensar que no existe, esto mismo mayor que lo cual nada puede pensarse, no es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, lo cual es contradictorio. Luego existe verdaderamente algo mayor que lo cual nada puede pensarse, y de tal modo que no puede pensarse que no exista. Y esto eres Tú, Señor Dios nuestro." (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, Caps. II y III)
Puede ampliarse la información sobre la vida y la obra de San Anselmo en:
* http://es.wikipedia.org/wiki/Anselmo_de_Canterbury
* http://es.wikipedia.org/wiki/Argumento_ontol%C3%B3gico
Santo Tomás rechaza el argumento ontológico, entre otros, por los siguientes motivos:
"[El hecho de que consideremos la existencia de Dios como algo evidente se debe en] parte por la costumbre, pues desde niños estamos acostumbrados a oír e invocar el nombre de Dios. Y la costumbre, sobre todo la que tenemos desde níños, se convierte en nosotros en una segunda naturaleza, de manera que aquellas cosas que se nos han imbuido desde la niñez luego las sostenemos tan firmemente como si fuesen naturales y evidentes por sí.
Pero también porque no distinguimos entre lo que es evidente "por sí", o "simplemente", y lo que es evidente "respecto a nosotros". Porque la proposición "Dios existe" es evidente de por sí, puesto que Dios es su mismo ser. Pero respecto a nosotros, que no podemos concebir esa existencia, no es evidente, sino que permanece confuso. Como cuando decimos: "el todo es mayor que cada una de las partes", este principio es evidente por si mismo; pero no lo sería para quien no captara con su mente lo que significa la noción de totalidad. Por eso sucede que, aun cuando algunas cosas sean clarísimas, nuestro entendimiento se ciega como la lechuza con la luz del sol, como dice el Filósofo [Aristóteles] en la Metafísica, libro 2, cap. 1.
Y así no necesariamente una vez captado el significado del término "Dios" inmediatamente se nos manifiesta que "Dios existe" (...). En primer lugar, porque no es evidente para todos, aun para quienes saben que Dios existe, que sea aquello mayor que lo cual nada pueda pensarse; pues mucho antiguos afirmaron que Dios era lo mismo que el mundo. (...)
Y además, porque, aun cuando fuese claro para todos cuantos entienden el nombre de Dios que es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, de ahí no necesariamente se seguiría que existiese en la realidad; pues por necesidad han de corresponder el objeto y su noción. Y así, de que la mente conciba lo que significa el término "Dios", no se sigue sino que existe en el intelecto. Luego de ahí no se seguiría sino que aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existe en el intelecto. Y por consiguiente ningún inconveniente se seguiría de que alguien afirmase que Dios no existe. Pues tampoco se encuentra ningún inconveniente en que se dé, sea en el intelecto o en la realidad, un ser mayor que pueda pensarse; a no ser para aquel que concede que existe en realidad aquel ser mayor del cual nada puede pensarse." (Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, I, cap. XI)
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