viernes, 19 de diciembre de 2014

1º de Bachillerato: Los filósofos libertinos, según L. A. de Villena

Luis Antonio de Villena

   En relación con el tema de los filósofos libertinos, merece la pena la lectura del magnífico artículo de Luis Antonio de Villena que os transcribo a continuación:

"Libertinos franceses del siglo XVIII. La alegría de vivir.
(Este artículo se ha publicado en la revista mensual “Conocer La Historia”.)


A pesar de los varios estudios –más bien escorados hacia la razón filosófica- que Michel Onfray ha dedicado en los últimos años al mundo libertino francés, el término “libertin” (libertino) sigue dando pie a confusiones y marcando una imagen mitad real mitad idealizada del siglo XVIII galo, sobre todo en su segunda mitad y aun gracias al éxito de una novela epistolar espléndida como es “Les liaisons dangereuses” de Choderlos de Laclos, traducida habitualmente como “Las amistades peligrosas” aún cuando hubiera sido más exacto “Las relaciones peligrosas”…

Pero el ámbito “libertino” no empezó de ningún modo en el siglo XVIII, aunque en tal época alcanzó el máximo de tolerancia (pues de algún modo se instaló en la corte de Versalles) y de visibilidad gentil, unido a la galantería. “Libertinus” –en latín- comenzó designando al hijo de un liberto (“libertus”) es decir, a alguien que ya nacía libre aunque procediera de la esclavitud. A partir del siglo XVI –hay quien lleva las fuentes del libertinismo hasta Erasmo o Margarita de Navarra, la hermana de Francisco I y autora del “Heptamerón”- ya hay más que señas, pero lo cierto es que sólo en el siglo XVII y en Francia también, aparecen los libertinos con tal nombre y son muy pronto ferozmente perseguidos por la Iglesia católica. El “libertino” quiere ser un hombre libre de cuerpo y mente, lejos de los interdictos de la religión y apelando a la moral natural. Libres (que proceden de la esclavitud religiosa) para el gozo del cuerpo y del ánimo, según teorías de Spinoza en lo moderno y atrás del gran supuesto padre del libertinismo, el filósofo griego                  –combatido por los cristianos- Epicuro de Samos, cuyas obras (o lo que queda de ellas) empiezan a ser conocidas mejor y traducidas –al menos al latín- por entonces. Hay –desde este principio- libertinos intelectuales, que se mueven sobre todo en el terreno de la teoría y la erudición y libertinos prácticos o vitales, generalmente poetas, escritores, nobles, que hacen ostentación de su libertinaje, cantando todos los excesos del vino y del sexo, incluyendo el sodomítico y de la orgía. Entre los libertinos teóricos podemos señalar a Pierre Gassendi (1592-1655), que aunque fue jesuita, escribió sobre Epicuro y sus obras con un sesgo claramente positivo, así el tratado “Syntagma philosophiae Epicuri” de 1647, que gozó de notable predicamento. Pese a sus ideas antiaristotélicas y epicúreas o escépticas, el padre Gassendi no tuvo priblemas con la muy cerrada ortodoxia católica, al mantener toda su vida un exterior sumiso y conforme, en apariencia, con sus superiores. Sin embargo fue también jesuita el más encarnizado y feroz enemigo de los libertinos que se hacían notar, hablo del padre François Garasse (1585-1631) que llevó su celo persecutor no sólo a la polémica, sino hasta la cárcel y la hoguera.  Una de sus obras más conocidas contra el libertinismo, fue “Doctrine curieuse des beaux esprits de  ce temps , ou prétendus tels” (Doctrina curiosa de los espíritus cultivados de este tiempo, o que por tales se tienen) de 1624. El más famoso        -aunque sin duda no el más procaz- de los libertinos, fue el poeta Théophile de Viau (1590-1626), al que se atribuyeron muchos poemas descarados del llamado  “Parnaso satírico”. Pese a sus protectores nobles, Théophile fue juzgado en 1623 –a instancias del terrible Garasse- por epicureismo, ateismo y sodomía. Fue uno de los juicios más sonados de la época y nos recuerda (salvas distancias epocales) al juicio y condena de Oscar Wilde, pues también De Viau fue condenado a dos años de severa prisión y en ese tiempo escribió su “Plainte de Thèophile à son ami Tircis” (Planto de Théophile a su amigo Tirsis) en el cual muchos vieron al que era joven amigo de De Viau y también poeta libertino menor, Jacques Vallée des Barreaux, con lo que la similitud wildeana se cumple casi del todo y más si tenemos en cuenta que al ser excarcelado en 1625, Théophile sale en tan deplorable estado de salud, que apenas sobrevive un año, muriendo con sólo 36 de edad, en casa del duque de Montmorency que lo protegía… Pese a que otros muchos libertinos fueron perseguidos y aún quemados (el muy atrevido Claude Le Petit dejó testimonio de ello) la doctrina y la práctica de una vida libre, regida tanto por el intelecto como por los sentidos, se fue extendiendo, contra las presiones de la Iglesia, pero con la benevolente acogida de muchos círculos aristocráticos, donde nacía también o se cultivaba ya el “preciosismo” del que se burlaría Molière. En Inglaterra el terrible Duque de Rochester, John Wilmot (1647-1680) fue el más consumado discípulo que pudieron hallar los libertinos franceses, en cuya senda evidentemente está. Rochester murió de alcoholismo y de sífilis y siempre hizo ostentación de su predilección por ambos sexos. Junto a otras obras licenciosas se le atribuye una de teatro (de la que sólo se conservan fragmentos) inequívocamente titulada “Sodoma o la quintaesencia del desenfreno.” Gabriel Naudé, el señor de Saint-Amant o el gran señor de Saint-Evremond  (1613-1703), son algunos de los más notables libertinos franceses de la primera hora, que es cuando el libertinismo, de veras, se define y arraiga, no sin peligro. Amigo del rey de Inglaterra, Saint-Evremond escribió en una de sus máximas: “Las muertes hermosas  suministran bellos discursos a los vivos, y poco consuelo a los que se mueren: Esperando el rigor de ese común destino/ mortal, ama la Vida, y no temas por ello su fin.” La tolerancia que los libertinos predicaban aún no era entendida por los más feroces católicos, y temo que siga sin serlo. (No es abundante en España la bibliografía sobre este período –ni lo ha sido en Francia hasta época muy reciente- pero puedo recomendar la “Antología de textos libertinos franceses del siglo XVII”. Edición de Carlos González del Pie. Miraguano Ediciones, Madrid 2007. Pese a la portada que reproduce el célebre cuadro de Fragonard “El columpio”, que pertenece claramente a otro momento de esta historia.)

Para hablar del libertinismo francés del XVIII, que parece tener su auge en los años anteriores a la Revolución (1789) era absolutamente necesario precisar el origen de ese movimiento. ¿Qué cambia? En principio el triunfo de los enciclopedistas y del espíritu de la Ilustración (el siglo de las luces) hace que la Iglesia pierda la batalla intelectual contra el libertinismo teórico, que pedía libertad, y el hecho de que los círculos libertinos florezcan entre la alta nobleza e incluso lleguen a entrar en la Corte –Luis XV o María Antonieta pasaron como altos modelos de actitudes libertinas, a la reina se le atribuyeron relaciones lésbicas- hizo, evidentemente, el resto. Cierto que, a cambio, esta segunda ola libertina pasa por ser menos escandalosa, menos blasfematoria (para los creyentes severos) y más galante, más cortesana, más llena de sutiles elegancias y picardías donde, finalmente, todo vale, pues es el Placer el señor que rige las causas y los efectos. De otra parte la teoría y la práctica de este sentido de la vida –que une libertinismo y libertinaje- tienden a juntarse, a pulirse y llegan asimismo hasta otras bellas artes, especialmente la pintura. Acaso para expresar este nuevo clima elegante y tolerante, sea bueno asomarse brevemente a dos emblemáticos pintores galantes o rococós: François Boucher (1703-1770) y  Jean-Honoré Fragonard (1752-1806) que vio ya y acaso sufrió el ocaso de ese Antiguo Régimen (Ancien Régime) que había gustado de todas las injusticias y bondades de la “alegría de vivir”.  Retratado en su mediana edad por Gustav Lundberg, vemos a Boucher con abundosa peluca Luis XV y una sonrisilla maliciosa que indica esa satisfacción de vivir, ese amor suntuoso al placer –a veces vestido con trajes arcádicos- tan característico de este segundo momento libertino. Amigo, favorito y protegido de la marquesa de Pompadour (la amante favorita del rey) es obvio que a Boucher debió irle muy bien –pintó a menudo y con esplendor a la Pompadour- en ese ambiente cortesano de amoríos galantes, donde cierta procacidad de gabinete estaba muy bien vista. Recordemos cuadros muy célebres como “Diana después del baño” (1742) donde vemos retratadas en un entorno de bosque amaestrado a dos bellas muchachitas desnudas y sentadas. Una es la diosa, pero bien podría ser cualquier refinada cortesana. Para mi son muy significativos los desnudos o semidesnudos femeninos (siempre vistos por detrás) donde en un interior elegante, Boucher retrata a unas hermosas señoritas que siempre dejan ver un ubérrimo y goloso trasero. Así en “Desnudo en reposo” (1751), también conocido como “Louise O’Murphy desnuda” o la “Odalisca morena” (1745) donde la turgencia y belleza del culo casi en pompa de la dama, al servicio del placer, es mayor aún. El retrato de Boucher y su obra nos permiten decir que él gustaba y aprobaba esta pintura que otros tendrían por licenciosa, pero no la excelsa Pompadour que vivió de sus encantos. Más sobrio (dentro del rococó) parece Fragonard, pero ya hablamos de “El columpio” (1767), con una bella columpiándose en un ámbito boscoso a la vista de su enamorado, en una sensación general de frivolidad e intrascendencia, y podemos añadir antes “Las bañistas” (1765) y después un cuadro si claramente erótico, con un punto trágico, como “Le verrou” (El cerrojo) de 1777, que muestra una habitación con una cama deshecha. Dos amantes: Él (visto de espaldas, joven robusto) imtenta abrir el cerrojo que los guardaba mientras ella, en llanto, intenta impedir que él se vaya y la deje. “El cerrojo” implica, muy probablemente, un adulterio, lo que nada tenía de particular en las clases altas, pero la ruptura o la huida del conquistador, nos muestra el lado trágico de la galantería y acaso de ese “Ancien Régime”. Recordemos que alguien que vivió lo viejo y lo nuevo, el cínico y elegante Tayllerand (un libertino, aunque se prefiriera otro nombre) había declarado: “El que no hizo el amor en el Antiguo Régimen, ignora lo que es la alegría de vivir.”

¿Debiéramos decir que el paradigma del libertinismo dieciochesco es el caballero Giacomo Casanova, con sus innumerables conquistas femeninas en una vida de placer, tal como cuentan sus “Memorias”? ¿O quizás el terrible o divino marqués de Sade, con sus fantasías sexuales, crueles a veces, aunque pasó casi toda su vida encerrado, fuese en la Bastilla o en un manicomio? Los libertinos que vivían con lujo y deleite (aunque no contaran con las bendiciones eclesiásticas, no les importaba) y que marcaron una idea del “siglo de los luces”, con lo que pudiéramos llamar el lado vital y práctico de la Ilustración, pueden hallarse en libros y actitudes de los siguientes personajes- a más de los nombrados: el príncipe de Ligne, Vivant Denon, Choderlos de Laclos, Crébillon, el Abbé Prevost, Tellement des Réaux y quizás, además, Marivaux. En ellos veremos qué fue el segundo momento libertino, que terminó ( o al menos mudó de actitud) con el estallido de la Revolución Francesa. Claude-Prosper Jolyot de Crébillon (1707-1777) llamado “Crébillon fils” –Crébillon hijo- para distinguirlo del padre, que había sido dramaturgo y académico, es un buen ejemplo. Por una de sus más conocidas novelas de ambiente oriental, “Le Sophá” (El sofá) lo desterraron un tiempo  a 30 leguas de París, aunque no tardó en volver. El libro salió en 1742 y aunque se lo acusó de libertino       –que ya no era una palabra dura- en realidad se trató más de una cuestión política, pues se creyó que el sultán Schah-Baham era una sátira del rey Luis XV. Los personajes de Crébillon, en sus más afamadas novelas epistolares como “Les égarements du coeur et de l’esprit ou Mémoires de M. de Melcour” (1736)           – (Los extravíos del corazón y del espíritu o Memorias del Sr.de Melcour),  hasta las “Lettres de la Duchesse” (Cartas de la duquesa, 1768) o las “Lettres athéniennes” (Cartas atenienses, 1771), una de las más libertinas, con Alcibíades por medio, proponen personajes cínicos –el gran término de la época- que no creen en la virtud ni en el amor, sino tan sólo en el placer. En ello consistirá ser un gran o buen libertino. Amigo de Boucher y del músico Rameau, el círculo se cierra con brillantez: Vivir del placer y para el placer y medir poco o nada las consecuencias.

Es esencial (y ahora ya más conocido en España) Vivant Denon (1747- 1825). Barón de Denon: su vida primera –una vida espléndida- fue de joven diplomático, con el Antiguo Régimen, que llegó desde San Petersburgo hasta Nápoles. Después de atravesar con bien la Revolución, fue grabador además de escritor, y bajo Napoleón dirigió las actividades artísticas relacionadas con la Campaña de Egipto y fue uno de los fundadores del Museo del Louvre, pero nos interesa aquí el relato breve que publicó anónimo en 1777, aunque se la atribuyó pronto: “Point de lendemain” (Ningún mañana). En esta corta obra maestra se narra la seducción que un caballero realiza de una dama joven en una sola noche. No hay amor, ni futuro ninguno. Sólo el placer importa. Y eso es lo que el relato cuenta magníficamente. Sin mañana.

Pero, sin duda (y volvemos al inicio) la obra que ha quedado como plasmación del libertinismo de fines del XVIII es “Las amistades particulares”, la mejor novela de un militar de artillería, Pierre Choderlos de Laclos (1741-1803) que la comenzó a escribir cuando, en la isla de Aix, y en 1779, preparaba fortificaciones contra los ingleses. Choderlos –nunca muy satisfecho de su carrera militar- pidió entonces ser baja en el servicio activo, con lo que pudo terminar la más famosa de sus no muchas obras, que se publicó, con cierto escándalo, en 1782. Entonces volvió al servicio activo, con el enfado de sus superiores que veían en la novela (típicamente libertina) una cierta sátira, no falta de alguna complacencia, con las costumbres en exceso libres de buena parte de la aristocracia. Los principales protagonistas, el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil, se dedican, en un sutilísimo entramado, a seducir a cuantos o cuantas desean, entre juegos de amor, de cinismo y de galantería. Su lema viene a ser (ya nos es familiar) que no se debe demostrar amor sincero por nadie, pues sólo existe el placer, sus minucias y preparativos. Durante la Revolución , Choderlos de Laclos llegó en 1792 a Mariscal de Campo con la joven República, curiosamente el mismo año en que se guillotinó a Luis XVI. La novela (tenida como obra maestra de la literatura francesa de ese tiempo) además de sus míltiples ediciones se ha hecho famosa por varias cuidadas versiones cinematográficas, desde la de Roger Vadim en 1959, hasta la de Stephen Frears en 1988. La filosofía y la vida libertinas empezaron como una provocación contra la vieja Iglesia y terminaron como un galante minué, algo descocado y frívolo, que tenía dentro a Sade y a la Revolución Francesa. El tema es rico y merece proseguir el baile.



Jueves, 27 de Septiembre de 2012