En la tarde del 13 de octubre de 1806, el ejército francés llegó a Jena, comandado por el Mariscal Lannes. Allí se le unieron, posteriormente, las fuerzas del Emperador, formando así un ejército de más de 100.000 hombres. Frente a ellos, los prusianos consiguieron reunir unos 70.000 hombres, al mando del Príncipe Friedrich Hohenloe.
Al día siguiente, tenía lugar la batalla de Jena, en la que los prusianos sufrieron una desastrosa derrota, que significó su salida de las Guerras Napoleónicas hasta 1813.
El inicio de la batalla lo desencadenó una carga incontrolada del Mariscal Ney,
quien se lanzó contra los prusianos, habiendo de ser rescatado por la
caballería francesa, que evitó su completa aniquilación. El posterior
avance del grueso del ejército francés, con la caballería al mando de Murat, puso en retirada al ejército prusiano, que al mismo tiempo estaba siendo fuertemente acosado por el Mariscal Davout en Auesstädt. Tras el combate principal, en el que perecieron aproximadamente 50.000 hombres, el ejército francés avanzó, ya prácticamente sin resistencia, tomando primero Erfurt, y luego Berlín, forzando el exilio de la familia real prusiana.
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Charles Meynier, Napoleón entrando en Berlín, 27 de octubre de 1806 |
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El mismo día 13, Georg W. F. Hegel, entonces profesor de Filosofía
en la Universidad de Jena, escribía una carta a su amigo Friedrich
Niethammer, en la que le decía:
"Usted mismo puede hacerse una idea de
la urgencia con la que
le envié el manuscrito el miércoles y el viernes pasados. Ayer, con la
puesta del sol, veía el fuego de los disparos de las tropas francesas
desde Gempenbachtal y Winzerla.(...). Hoy, entre las ocho y las nueve de
la tarde, las primeras unidades francesas se han abierto paso en la
ciudad, seguidos por las tropas regulares una hora después".
El manuscrito al que Hegel se refiere era el texto de la famosa Fenomenología del Espíritu, su obra más importante y difícil, que vería la luz en 1807, y en la que Hegel reconstruía la "odisea del espíritu", desde la simple experiencia sensible, hasta llegar a la plena conciencia de sí mismo, en el "Saber Absoluto", la Filosofía. Por esas mismas fechas, entre 1805 y 1808, Beethoven, el "Hegel de la música", componía sus Sinfonías números 3, 4 y 5.
Lo cierto es que Hegel, en vez de sentir la derrota de su país, vio en ella, y en Napoleón, un signo de los nuevos tiempos, caracterizados por la victoria del Espíritu Universal infinito, encarnado en los ideales de libertad de la Revolución Francesa (la "Aurora de la razón sobre la tierra", celebrada en su juventud, junto a sus amigos Hölderlin y Schelling).
Refiriéndose a Napoleón, decía Hegel: "He visto al emperador -esta
alma del mundo- saliendo de la ciudad en tareas de reconocimiento. Qué
maravillosa sensación ver a este hombre, que, concentrado en este punto
concreto y a caballo, se extiende por el mundo y lo domina. En cuanto a
la suerte de los prusianos, no podría haber pronóstico mejor".
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El supuesto encuentro entre Hegel y Napoleón, en las calles de Jena |
El Emperador, un hombre hecho a sí mismo, y que parecía capaz de liberar Europa entera del despotismo aristocrático, representaba, a ojos del filósofo, el nuevo mundo, idealista y racional, que estaba naciendo
sobre las ruinas del Ancien Régime.
"Hegel pensaba en Napoleón como el "conquistador" que, por la fuerza-y
contra sus propias intenciones particulares- iba a convertir a Alemania
en un Estado moderno", resume Félix Duque en su Historia de la Filosofía
Moderna.
La amarga realidad fue que las tropas
napoleónicas acabaron saqueando su casa, y él tuvo que escapar, sorteando este capricho de la "astucia de la razón". Año
y medio después, y gracias también a su amigo Niethammer -flamante ministro de
Educación y Cultura del nuevo Estado de Baviera, creado por Napoleón-,
Hegel consiguió un trabajo como periodista en el Bamberger
Zeitung, diario en el colaboró unos pocos meses, lo justo para informar el inicio de la campaña napoleónica en España. Goya, el tercer genio de este triunvirato, (si exceptuamos, claro está Goethe), retrataría con toda su crudeza en Los desastres de la guerra (1808-1814) la "desgraciada guerra" de la Independencia, que, como el mismo Napoleón confesaba, "le perdió", limitando el vuelo altivo del "alma del mundo", haciéndole terminar sus días en el islote de Santa Elena. Un destino tan duro como el que experimentaría años más tarde la propia filosofía idealista del filósofo teutón, después del fallecimiento, víctima del cólera, en 1831. Sic transit gloria mundi.