Temas de 1º de Bachillerato (LOMLOE)







Temas de 1º de Bachillerato: Filosofía

MATERIALES ELABORADOS POR: MANUEL PÉREZ CORNEJO, Dr. en Filosofía y Licenciado en Historia del Arte
Profesor de filosofía en el I. E. S. "Lope de Vega" (Madrid)

TEMAS DE FILOSOFÍA DE 1º DE BACHILLERATO (LOMLOE)

TEMA 1.- EL SABER FILOSÓFICO. LA FILOSOFÍA EN RELACIÓN OTROS CAMPOS DEL SABER Y LA ACTIVIDAD HUMANA

 

 

1.-        Definición de filosofía. Diferencia entre filosofía, ciencia, arte y religión.

 

2.-        El origen de la filosofía y la ciencia en Grecia.

 

3.-        El paso del mito al logos.

 

4.-        Características de la filosofía.

 

* * *

 

1.-        Definición de filosofía. Diferencia entre filosofía, ciencia, arte y religión

 

                Para definir la filosofía, hay que diferenciarla de otras formas de saber, como la ciencia, el arte y la religión. Para comprender esta diferencia, tomaremos como guía al filósofo español más importante del siglo XX: José Ortega y Gasset (1883-1955).

                En su libro ¿Qué es filosofía? (1929), Ortega señala que el ser humano, desde su aparición en la tierra, se siente perdido (“náufrago”) frente al mundo que le rodea. Necesita sobrevivir, y para lograrlo tiene que diseñar un plan de acción que le permita orientar con éxito su conducta. Ahora bien, para elaborar dicho plan, el hombre debe primero pensar, para comprender cómo es mundo que le rodea, y qué puesto ocupa en él. Sólo así podrá actuar de forma lógica y coherente.

                El hombre utiliza, por tanto, su pensamiento como instrumento para explicar la realidad que le rodea. Ahora bien, a lo largo de su historia, el pensamiento humano ha creado cuatro formas diferentes de explicar la realidad: el arte, la religión, la ciencia y la filosofía.

                A) El arte y la religión suelen ir unidos a lo largo de la historia. Ambos ofrecen una explicación sentimental del mundo y del hombre; la diferencia entre ellos estriba en que el sentimiento religioso, la fe, es completamente irracional (“fe ciega”), es decir, renuncia a emplear conceptos comprensibles para la razón humana; el artista, en cambio, para expresar sus sentimientos sobre la realidad, utiliza, hasta cierto punto, elementos racionales (ritmo, armonía, proporciones matemáticas…); pero lo más importante y profundo del arte es, sin duda, también el sentimiento, es decir, un componente afectivo e irracional. Arte y religión implican, pues, una explicación subjetiva y emocional del mundo.

                B) También las ciencias y la filosofía tratan de explicar la realidad, pero lo hacen de un modo objetivo, es decir, utilizando la razón, y dejando de lado el sentimiento.

                La diferencia entre las ciencias (matemáticas, física, biología, etc.) y la filosofía estriba en que las teorías científicas se limitan a estudiar sectores concretos de la realidad (el mundo de los números, el mundo de los objetos físicos, el mundo de los seres vivos…); por eso son exactas, pero parciales: porque explican únicamente partes concretas del universo, renunciando a ofrecer una explicación global del mundo que nos rodea. La filosofía, igual que las ciencias, trata de explicar la realidad utilizando conceptos racionales; pero se diferencia de ellas porque no se limita a explicar esta o aquella parte concreta de la realidad, sino que trata de ofrecer una explicación completa del mundo y del hombre, y para hacerlo utiliza los datos que le ofrecen las ciencias disponibles en una época histórica dada. Por eso, la filosofía supone el grado más alto de saber al que puede llegar el ser humano; es, como afirmaba el filósofo alemán Fichte (1762-1814), “la ciencia de las ciencias”.

                Esa teoría de orden superior que elabora la filosofía para explicar el conjunto de la realidad, partiendo de los datos que le ofrecen las ciencias, recibe el nombre de sistema filosófico.

                Los sistemas que construyen los filósofos, aunque son más inexactos que las teorías científicas, son más completos que ellas, porque ofrecen una cosmovisión, es decir, una explicación global del mundo y del hombre.

            En resumen, pues, conociendo la filosofía de cada época histórica conoceremos la cosmovisión de esa época, es decir, la interpretación del mundo y del hombre que ha dado la razón humana en un determinado momento de la historia.

                Ahora bien, dado que el hombre organiza su vida en función de cómo explica el mundo que le rodea, la filosofía no es sólo una teoría general sobre la estructura de la realidad, sino que también implica un modo de vida. El filósofo no utiliza la razón solo para interpretar el mundo, sino también para tratar de vivir de una manera diferente, es decir, más racional y más libre, tanto en el plano individual, como social o político. El filósofo, en definitiva, es alguien que se esfuerza por vivir de conformidad con lo que piensa, y llevar una vida filosófica, lo que Aristóteles (384-324 a.C.) llamaba una vida teorética (bios theoretikós).

2.-  El origen de la filosofía y la ciencia en Grecia


                La distinción entre “filosofía”  “ciencia” no existió hasta aproximadamente el siglo XVII. Hasta ese momento, “ciencia” y “filosofía” eran prácticamente lo mismo, y lo que hoy llamamos “ciencias” eran partes de un saber único, universal, llamado “filosofía”. Más tarde, a partir del sigo XVII, con la Revolución Científica Moderna, las ciencias experimentales se fueron separando de la filosofía.

               Tradicionalmente, se suele afirmar que la filosofía surgió en el s. VII a.C. en las colonias fundadas por Grecia en el Asia Menor en la Jonia, territorio situado en la costa de la actual Turquía. El primer filósofo importante fue Tales de Mileto (624-546 a.C.). Hubo otro foco filosófico, un poco más tardío, situado en las colonias griegas de la Magna Grecia (Sur de Italia y Sicilia), en el que destacó Pitágoras de Samos (h. 530 a.C.).


                ¿Por qué surgió la filosofía precisamente en Grecia, y no en otras civilizaciones importantes y más antiguas, como Mesopotamia y Egipto? Fundamentalmente por cuatro razones:
                1ª) Las colonias griegas del Asia Menor eran ciudades eminentemente comerciales, por lo que estaban abiertas a todo tipo de influencias culturales; por ello, los griegos estuvieron en contacto permanente con Egipto y Babilonia, asimilando los misterios, las iniciaciones y el saber de los magos caldeos y los sacerdotes egipcios. La filosofía griega tiene sus orígenes, por tanto, en el pensamiento egipcio y mesopotámico (y de hecho, muchos filósofos griegos realizaron “viajes de estudios” por Egipto y Mesopotamia, llegando, al parecer, incluso a la India); pero mientras los egipcios y babilónicos cultivaban el saber únicamente con una finalidad práctica, utilitaria, y siempre vinculándolo con la magia, la religión o la adivinación, los griegos entendieron la filosofía y la ciencia como conocimientos puramente abstractos y teóricos, que no estaban destinados a atraerse la voluntad de los dioses, sino a comprender y explicar el universo.

            2ª) La religión griega era diferente a la de otras culturas de su época. En Grecia no hubo una casta sacerdotal cerrada, que impusiera unos dogmas religiosos, como en Egipto o Mesopotamia. Además, la religión griega tenía un carácter marcadamente político, porque servía para unificar al pueblo griego, disperso por todo el Mediterráneo. Esto hizo que, desde muy pronto, se pusieran en cuestión las explicaciones del universo y del ser humano ofrecidas por la religión, con sus mitos y leyendas, pasándose a buscar otro tipo de explicación del mundo, más racional y científica. Ya en el siglo VIII a.C. aparecen poetas como Homero y Hesíodo, que presentan teogonías y cosmogonías –es decir, explicaciones del origen de los dioses y del mundo- en las que aparecen conceptos relativamente abstractos (por ejemplo: el “Caos”, el “Océano”, etc.), para explicar el origen del universo, y no dioses antropomórficos

       3ª) También influyó el régimen político democrático que existía en muchas ciudades griegas, especialmente Mileto o Atenas. Al no haber una autoridad impuesta tiránicamente, los griegos sólo aceptaron someterse a normas legales universalmente votadas por la asamblea del pueblo y dotadas de racionalidad (leyes justas). Este peculiar régimen político, basado en la libertad, pronto planteó importantes problemas filosóficos, como el de la legitimidad del gobierno, el fundamento de las leyes, la relación entre las leyes de la ciudad (la “polis”) y las leyes morales o religiosas; cuál es el mejor gobierno posible, etc., que los primeros pensadores griegos se esforzaron por resolver.

           4ª) Por último, como afirma K. Marx (1818-1883), la existencia en Grecia del modo de producción esclavista, a pesar de ser socialmente injusto, hizo posible la existencia de un sector de la población: los hombres libres o ciudadanos, que disfrutaban del ocio y libertad suficientes para dedicarse a la política y al arte, o a cultivar el pensamiento abstracto, filosófico y científico.

 

3.-        El paso del mito al logos

 

            Todas estas condiciones hicieron posible el surgimiento de la filosofía, el cual se produjo a finales del siglo VII a.C., mediante el denominado paso del mito al logos, es decir, cuando la Humanidad abandonó por vez primera en Grecia la utilización de mitos, símbolos y leyendas religiosas para explicar el universo, y pasó a elaborar una explicación de la estructura del cosmos y del hombre, basada en conceptos abstractos y leyes racionales; es decir, en la razón (“logos”).

            Antes de la aparición de la filosofía, el modelo de saber empleado para explicar el universo y el ser humano era el saber mítico-religioso, es decir, un modelo explicativo de la realidad no racional. El pensamiento mítico se basaba en explicaciones sobrenaturales y en leyendas, que incluyen dioses y seres imaginarios, cuyas acciones y decisiones ocurren al margen de la lógica. Se trataba de un modelo de saber en el que los acontecimientos suceden de manera imprevisible e irracional, y en el que las fuerzas de la naturaleza se personifican, siguiendo un esquema antropomórfico. En la explicación de la realidad que ofrecían los mitos y la religión, todo suceso acontece en función de los decretos del Destino y del capricho de los dioses, de manera que la razón humana no puede comprender su estructura, ni intervenir en él. Se trataba, además, de un saber no contrastable, es decir, no comprobable, ni demostrable, que funcionaba al margen de la razón.

                Para conocer la voluntad de los dioses, los griegos utilizaban tres procedimientos: los oráculos (como el famoso Oráculo de Delfos), el teatro (tragedias, en las que un héroe se enfrentaba a su destino) y la religión órfica (un culto extraoficial, cuyos participantes creían en el dios Dionisos Zagreo, el cual había sido asesinado y devorado por los Titanes; luego, al haber sido destruidos éstos por Zeus, dando lugar a la raza humana, ésta tenía una parte divina (Dionisos) y una parte malvada (Titanes), que había que purificar mediante sucesivas reencarnaciones; quienes participaban en los rituales órficos creían conocer los “caminos del Más Allá”, y por eso esperaban resucitar como Dionisos libres, después de atravesar el citado ciclo de reencarnaciones, necesario para expiar sus culpas).

               La filosofía y la ciencia nacieron también del asombro y admiración ante la naturaleza y esa misma inquietud por explicar lo desconocido; pero los filósofos griegos abandonaron el empeño de encontrar la razón de las cosas fuera de la naturaleza, en fuerzas divinas o seres imaginarios, y buscaron las causas y principios de los procesos de la naturaleza en leyes racionales, con independencia de la acción de los dioses. Rechazaron, pues, todas aquellas explicaciones que no pudieran demostrarse racionalmente, o no estuviesen basadas en la observación de los fenómenos naturales, y sólo admitieron causas que fuesen contrastables, es decir, comprobables e inteligibles, expuestas con claridad y precisión. Pensaban que en la realidad existe un orden racional, unas leyes, que pueden ser entendidas por la razón humana, y que, una vez comprendidas, hacen de la naturaleza algo previsible y dominable por el hombre.

 

4.-        Características de la filosofía

 

            Desde su aparición en Grecia, la filosofía tiene las siguientes características:

                1ª) El saber filosófico es, ante todo, crítico y antidogmático: No es dogmático, como el saber mítico-religioso, sino crítico; es decir, mientras que las explicaciones mítico-religiosas del universo pretenden ser absolutas y definitivas, las explicaciones de la filosofía, como las de la ciencia, no tienen nunca un carácter absoluto, sino que siempre son provisionales y revisables. Desde entonces, el filósofo, igual que el científico, es alguien que no se contenta con las explicaciones tradicionalmente admitidas por la religión sobre el universo y el ser humano, y trata de encontrar nuevas explicaciones de ambos, utilizando la razón.

                2ª) El saber filosófico no es “sabiduría”, es decir, un conocimiento terminado y completo, sino algo más modesto: simplemente “amor a la sabiduría” (“philo-sophía”), porque el filósofo, consciente de su ignorancia, nunca cree estar en estar en posesión del saber definitivo, sino que se esfuerza por encontrarlo: es, en este sentido, como un amante que busca constantemente al ser que ama.

                Parece que el primero en utilizar la palabra “filosofía”, y en denominarse a sí mismo “filósofo” o “amante del saber”, fue Pitágoras. También Platón (427-347 a. C.), en su diálogo El Banquete, o del amor, define la filosofía como un saber intermedio entre la ignorancia y una sabiduría, que, de existir, pertenece solo a los dioses. 

         3ª) La filosofía no acepta ninguna explicación de la realidad que no esté bien fundamentada y demostrada lógicamente. En este sentido, los primeros filósofos griegos distinguieron claramente entre la “simple opinión” (“dóxa”), basada en falsas apariencias, y el “conocimiento verdadero” (“epistéme”), que es aquel que no se queda en la simple superficie de los fenómenos, sino que trata de más allá de las simples “apariencias”, para investigar sus leyes y causas.

                4ª) La filosofía se propone ir a la raíz de las cosas, y descubrir el principio de la realidad. Por este motivo, los filósofos griegos distinguieron entre las “ciencias” (matemáticas, física, química…), que investigan diferentes sectores del universo, tratando de encontrar las causas inmediatas que producen los fenómenos propios de cada campo investigado, y, por otra parte, un saber más profundo y difícil, al que Aristóteles llamó “metafísica”, cuyo objetivo no es investigar partes aisladas del universo, sino la Realidad, el Ser mismo que se encuentra a su base. El objetivo de la filosofía es, por tanto, conocer la esencia de las cosas, la estructura profunda de la realidad, natural y humana.


                Surgió así el símbolo del “árbol de las ciencias”, creado por el filósofo medieval Raimundo Lulio (1232/36-1315) y retomado posteriormente por Descartes (1596-1650),  con el que se explicó a lo largo de toda la Antigüedad y la Edad Media, hasta el Renacimiento, la relación entre las ciencias y la Metafísica, considerada como la ciencia más importante y fundamental, base de todas las demás.

 

TEMA 2.- EL PROBLEMA FILOSÓFICO DEL CONOCIMIENTO: DEFINICIÓN, POSIBILIDAD Y LÍMITES

 

1.-        Definición de gnoseología. Estructura del conocimiento

2.-        Apariencia y realidad

3.-        Origen y límites del conocimiento

4.-        Lenguaje y conocimiento

 

* * *

1.-        Definición de gnoseología. Estructura del conocimiento

 

            La parte de la filosofía que aborda el problema del conocimiento es la “gnoseología” (del griego “gnosis”: conocimiento), o teoría del conocimiento.

                El conocimiento supone una relación dual, en la que intervienen siempre un sujeto cognoscente y un objeto conocido. Salvo en el caso de la reflexión, en la que el sujeto se conoce a sí mismo, sujeto y objeto son distintos; pero entre ellos se establece una relación de mutua presencia, fundada en lo que podemos llamar una imagen o representación mental del objeto. 

            La relación de conocimiento depende, por tanto, de la imagen o representación mental, que es la que hace de mediadora entre sujeto y objeto.

 

2.-        Apariencia y realidad

 

                El problema filosófico que plantea la relación de conocimiento es el siguiente: ¿Conocemos apariencias o la realidad?, es decir: ¿Son las cosas tal y como las conocemos? ¿Qué conocemos: la realidad misma o sólo nuestra representación mental de la realidad?

                Hay en filosofía dos respuestas posibles a esta cuestión: el realismo y el idealismo gnoseológico.

 

                a) REALISMO GNOSEOLÓGICO: Los filósofos que mantienen esta postura afirman que lo que conocemos es la realidad, y que a nuestro conocimiento corresponde siempre un objeto existente realmente (salvo, por supuesto, cuando la mente crea un objeto en la fantasía).

                Ahora bien, hay dos tipos de realismos:

                a.1) El realismo ingenuo, mantenido por V. I. Lenin (1870-1924), con su “teoría fotográfica del conocimiento”: Afirma que nuestras representaciones mentales son una copia exacta, literal, de la realidad exterior. En esta teoría (que influyó notablemente en el cine soviético, a través de S. Eisenstein), mantiene, por tanto, que la relación que se establece entre la imagen mental y el objeto es, por tanto, una relación de igualdad o semejanza.

                a.2) Esto está muy bien y es práctico en el ámbito de nuestra vida cotidiana, pero la mayor parte de los filósofos han pensado que debemos ir más allá, porque pudiera ser que "las apariencias nos engañasen" y el mundo real no lo fuese tanto (de hecho, la ciencia parece confirmar esta idea). Por eso, los filósofos N. Hartmann (1882-1950) y X. Zubiri (1898-1983), así como el científico Albert Einstein (1879-1955) mantienen el realismo crítico, afirmando que la imagen mental del objeto no es una copia fiel de la realidad y que la relación entre la representación y su objeto es sólo de correspondencia: El sujeto conoce un objeto a través de una imagen que se “corresponde” con él, y que de este modo lo re-presenta, pero no tiene por qué parecérsele. En definitiva, las llamadas "cualidades sensibles" de las cosas (como el color, el olor...) son sólo "interpretaciones sensoriales" de estímulos físicos reales, que proceden de las cosas.

                b) IDEALISMO GNOSEOLÓGICO: Esta teoría critica al realismo, porque piensa que el sujeto es puramente pasivo y receptivo en el momento del conocer; es decir, algo así como un “espejo” que refleja la realidad, copiándola, de manera que toda la actividad estaría de parte del objeto (por ejemplo, mediante las estimulaciones sensoriales). Pero no es así, sino que en el proceso del conocimiento interviene también la mente del sujeto, que construye el objeto conocido, mediante la actividad lógica de su mente.

                En el conocimiento, por tanto, hay una interacción entre sujeto y objeto, y conocer implica siempre construir en la mente una representación de un objeto. Esta posición recibe el nombre de idealismo gnoseológico; ahora bien, existen también dos tipos de idealismos, dependiendo de si se afirma que nuestra mente construye parcial, o totalmente, el objeto conocido. Así, tenemos:

                b.1) El idealismo trascendental de Kant, quien mantiene que el objeto sólo es parcialmente construido por la mente del sujeto, porque siempre hay un material procedente de los sentidos, irreducible a la mente.

                b.2) El idealismo puro o extremo es sostenido por Berkeley (1685-1753), Hegel (1770-1831) y Hermann Cohen (1842-1918), quienes mantienen que los objetos que conocemos, y el mundo en su conjunto están completamente construidos por el sujeto, y carecen de existencia real: El mundo que percibimos se reduce a un entramado de ideas procedente de nuestra mente, y no existe realmente por sí mismo.


3.-        Origen y límites del conocimiento

 

                La gnoseología trata también de averiguar cuál es el origen y el límite de nuestro conocimiento. En este ámbito existen seis posiciones filosóficas posibles:

 

                a) TEORÍA DE LA ASTRACCIÓN INTELECTUAL: Fue formulada por Aristóteles (384-322 a.C.) y Tomás de Aquino (1225-1274). Según esta teoría, nuestra mente construye los conceptos abstrayéndolos de la experiencia, es decir, a partir de la percepción sensible de varios objetos concretos, la mente conoce el concepto abstracto, prescindiendo de lo que les diferencia, y extrayendo sus rasgos comunes (por ejemplo: observando varias figuras geométricas parecidas, abstraemos el concepto "triángulo"; y al comparar triángulos, círculos, etc. abstraemos el concepto "figura").

 

                b) EMPIRISMO: El empirismo fue propuesto por una serie de filósofos británicos, activos entre los siglos XVII y XVIII, y entre los que destacan F. Bacon (1561-1626), J. Locke (1632-1704) y D. Hume (1711-1776). Para los empiristas británicos, la mente humana es una “tabla rasa”, o un “papel en blanco” (white paper), en la que no hay nada escrito. Así pues, el origen de todo conocimiento y de nuestros conceptos es la experiencia sensible. Para ellos, además, la experiencia es también el límite de todo conocimiento. Es decir, estrictamente sólo podemos conocer aquello que podemos experimentar. Realidades no empíricas -como el yo o el alma- nos son absolutamente desconocidas. En definitiva, para el empirismo todo nuestro conocimiento se reduce a conocimiento empírico: procede de la experiencia y no puede ir más allá de ella.

 

                c) RACIONALISMO: los filósofos racionalistas más importantes trabajaron en el siglo XVII, y son: R. Descartes (1596-1650), B. Spinoza (1632-1677) y G. W. Leibniz (1646-1716).

                Los racionalistas mantienen una teoría totalmente opuesta a la de los empiristas: Aceptan que la experiencia es una fuente de conocimiento muy útil para la vida práctica, pero desconfían del valor "científico" de dicho conocimiento, pues lo sentidos nos engañan con demasiada frecuencia para que nos fiemos de ellos. Por eso, el origen del verdadero conocimiento sólo puede ser la razón, no la experiencia, estando la razón dotada de conceptos a priori (es decir, no procedentes de la experiencia), a los que denominan ideas innatas (por ejemplo, las ideas matemáticas, la idea del “Yo”, o la idea del “infinito”). Además, para los filósofos racionalistas el conocimiento de la razón puede ir mucho más allá de la experiencia, siempre que se la guíe adecuadamente, con un método riguroso.

 

                d) CRITICISMO KANTIANO o APRIORISMO: Es la teoría propuesta por Kant (1724-1804) en su famoso libro Crítica de la razón pura (1781). Su postura trata de conciliar empirismo y racionalismo: Según Kant, todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, que aporta la "materia" del conocimiento: las impresiones sensoriales. Hasta aquí, total acuerdo con el empirismo. Pero la mente aporta, según Kant, la "forma" del conocimiento, a través de una serie de conceptos abstractos, las categorías del entendimiento. De modo que Kant concibe el conocimiento como la unión de una materia, dada por la experiencia, y una forma conceptual, puesta por la mente. En términos kantianos: la materia del conocimiento es a posteriori y la forma del conocimiento es a priori.

                El apriorismo kantiano significa, pues, que en nuestro conocimiento del mundo hay algo que no procede de la experiencia, sino que es "puesto" a priori por nuestra mente: las estructuras espacio-temporales y ciertos conceptos como "causa", "efecto", "posibilidad", "realidad", etc.

                Para entender la teoría del conocimiento kantiana, puede valer la metáfora del ordenador. Para un empirista, en la pantalla sólo podrían aparecer los "datos" que se introducen mediante el teclado (el ordenador carecería de programas internos de procesamiento). Para los racionalistas, todo sería una elaboración de los programas a partir de ciertas informaciones que el mismo ordenador sería capaz de producir. Para Kant, los datos mecanografiados son absolutamente necesarios: son ellos los que aparecerán en la pantalla; pero los programas también son necesarios para procesar la información. Lo que aparecerá en pantalla será el resultado del procesamiento de esos datos por los programas.

                Por otra parte, según Kant, el conocimiento humano jamás puede ir más allá de la experiencia, pues sólo conocemos lo que podemos experimentar. Los conceptos de la mente son formas vacías, cuya única función es estructurar la experiencia. Por supuesto, podemos pensar en las grandes cuestiones metafísicas: Dios, el alma, el mundo, ...; pero nada podemos conocer acerca de ellas. Lo más que cabe aquí es la creencia, no el conocimiento.

                De manera que, para Kant, únicamente podemos conocer las cosas tal como se nos aparecen, o como nos las representamos mentalmente (lo que Kant llama fenómenos); pero jamás podremos llegara conocer lo que son las “cosas en sí mismas” (lo que Kant llama noúmenos). Sólo conocemos, por tanto, las apariencias de las cosas que componen el mundo (los fenómenos de la Naturaleza), pero no podremos conocer jamás la esencia oculta de dicha Naturaleza (las cosas en sí mimas).

 

                e) ESCEPTICISMO: Es una teoría extremadamente pesimista respecto de la posibilidad de alcanzar el conocimiento. Fue defendida por Pirrón de Elis († 270 a. C.), Sexto Empírico (s. II), Francisco Sánchez (1551-1623) [con su libro Que nada se sabe, 1576)], Michel de Montaigne († 1592) y actualmente Michel Onfray (1959). Para estos pensadores, no es posible conocer nada con absoluta certeza, ni mediante la razón (que muchas veces se equivoca), ni mediante los sentidos (que nos engañan constantemente); de manera que toda afirmación humana es siempre convencional, y la única posición que puede adoptar el sabio en torno al conocimiento es la suspensión del juicio (“epojé”), es decir, no pronunciarse definitivamente acerca de la verdad o falsedad de nada; solo así podrá alcanzar el objetivo más importante de la vida: la tranquilidad del ánimo o ataraxía.


 

                Una versión moderada del escepticismo es el denominado probabilismo, sostenido en la Antigüedad por Arcesilao († 241 a. C.) y Carneades († 129 a.C.); según estos filósofos, no existen ningún conocimiento absoluto, sino únicamente conocimientos más o menos probables o verosímiles.

  

                f) RELATIVISMO: A veces se confunde esta postura con el escepticismo, aunque se trata de planteamientos diferentes, porque el escepticismo mantiene que no es posible alcanzar ningún conocimiento, mientras que el relativismo afirma que sí es posible alcanzar cierto conocimiento, pero nunca absoluto, ni objetivo, sino tan solo relativo al sujeto individual; de manera que hay tantos conocimientos posibles como individuos particulares existen.

 

                El relativismo fue sostenido en la Antigüedad clásica por la Escuela de los Sofistas, en la que destacó Protágoras de Abdera (490-415 A. C.), y actualmente por los llamados “filósofos posmodernos” como Lyotard, Derrida o Vattimo. Para Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas” (Homo mensura tenet), y por eso, tanto él como los actuales filósofos posmodernos consideran que todo conocimiento es relativo al hombre y está limitado por las posibilidades de éste. Las cosas son tal y como le parecen a cada sujeto, por lo que no hay ningún conocimiento absolutamente verdadero, sino simplemente, una multitud de opiniones relativas, toda las cuales poseen un valor parecido, sin que exista ningún criterio para decidir cuál es la correcta.

3.- Lenguaje y conocimiento

 

            El filósofo alemán J. G. Herder (1744-1803), discípulo de Kant, valoraba la teoría del conocimiento de su maestro, pero le criticó por no haber tenido en cuenta que el conocimiento humano siempre está condicionado por el lenguaje y los símbolos en los que se expresa. Desde Herder se reconoce que lenguaje y conocimiento son términos que van indisolublemente asociados.

                Ha sido el filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) quien ha estudiado más a fondo la relación entre lenguaje y conocimiento en su libro Filosofía de las formas simbólicas (1923-29). En él parte de la filosofía de Kant –quien, como hemos visto, mantenía que nuestra mente organiza la experiencia para conocerla-, y de las investigaciones llevadas a cabo por el biólogo Jacob von Uexküll (1864-1984), en su libro Umwelt und Innerwelt der Tiere (1909), en el que señalaba que cada animal vive en un medio entorno (“Umwelt”), determinado por sus órganos sensoriales. Análogamente, Cassirer define al hombre como un “animal simbólico”. Considera que la actividad cognoscitiva del espíritu humano se realiza mediante su capacidad para construir símbolos, que organizan los datos de la experiencia. Así, el ser humano no vive solamente en un simple medio ambiente natural, sino sobre todo en un universo simbólico o cultural. El hombre ya no puede enfrentarse con la realidad de manera inmediata, sino a través de ese medio artificial simbólico, que da sentido a la experiencia que lo rodea.

             Las formas simbólicas que posibilitan al ser humano su conocimiento del mundo y que constituyen la base de la cultura son, básicamente, seis: el lenguaje, los mitos, la religión, el arte, la ciencia y la filosofía; no obstante, el lenguaje es la forma simbólica fundamental, aquella que todas las demás presuponen, y sin la cual no pueden darse.

            En España, la relación entre conocimiento y lenguaje la ha estudiado Eugenio Trías (1942), en sus libros Lógica del límite (1991) y La edad del espíritu (1994). En ellos, define al hombre como un “ser limítrofe”, es decir, un ser que ocupa un lugar intermedio entre el círculo de los objetos y el “cerco hermético” del misterio, lo irracional y lo desconocido. Para conocer aquello que se encuentra tras ese “cerco hermético”, el hombre se vale de los símbolos que construye su espíritu, cuya clave de interpretación resulta a veces difícil de averiguar, porque el significado misterioso que encierran les hace siempre ambiguos, aunque les dota de gran fuerza espiritual.

TEMA 3.- EL PROBLEMA DE LA VERDAD

 

1.- Grados del conocimiento de la verdad

 

2.- Teorías de la verdad:

 

a)    Teoría de la verdad como correspondencia o adecuación

 

b)    Teoría de la verdad como coherencia

 

c)    Teoría pragmatista de la verdad

 

d)    Teoría perspectivista de la verdad

 

e)    Teoría consensualista de la verdad

 

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1.-        Grados del conocimiento de la verdad

 

            La verdad se encuentra en relación con el conocimiento, porque el objetivo del conocimiento no es otro que obtener resultados verdaderos. Ahora bien, existen cuatro estado mentales en relación con el conocimiento de la verdad: 1) la ignorancia, que es el estado mental en el que se admite el desconocimiento sobre un determinado asunto; 2) la opinión, en la que el sujeto admite cierta posibilidad de error; 3) la duda, que surge cuando el sujeto no es capaz de afirmar ni negar taxativamente la verdad o falsedad de un juicio, por ser de análoga fuerza las razones a favor y en contra; y finalmente, 4) la certeza, que surge en nuestra mente cuando afirmamos la verdad o falsedad de un juicio, sin admitir posibilidad alguna de equivocación.

            Normalmente, la certeza se alcanza cuando comprendemos que un juicio es evidente, es decir, intuitivamente verdadero. Existen dos tipos de evidencia, la evidencia racional, que es la que corresponde a ciertas verdades no-empíricas (como los principios de la lógica), y la evidencia sensible, que depende de la inmediatez y patencia de los datos aportados por los sentidos.

 

2.- Teorías de la verdad:

 

a)    Teoría de la verdad como correspondencia o adecuación

 

                Es, por así decirlo, la teoría clásica sobre la verdad, que estuvo vigente en la Antigüedad y la Edad Media. La formulación clásica de esta teoría se debe a Aristóteles: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, eso es falso; decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es verdadero.” (Metafísica, IV, 7). Hay, pues, verdad cuando existe concordancia entre lo que se dice de algo y lo que ese algo es. La relación entre los elementos que permiten el acceso a la verdad se interpreta como correspondencia o adecuación entre lo conocido por el sujeto y el objeto. Pero esa correspondencia no puede ser material, porque los objetos no entran en nosotros cuando son conocidos, sino que ha de tratarse de una correspondencia formal entre la representación o concepto que tenemos del objeto y el objeto mismo. Por eso, Tomás de Aquino (1225-1274) definía la verdad como una “adecuación entre el entendimiento y la cosa” (Veritas est adaequatio intellectus et rei).

                Durante varios siglos esta teoría estuvo un tanto postergada, hasta que la recuperó, a comienzos del siglo XX, el filósofo austriaco L. Wittgenstein (1889-1951), exponiéndola en su libro Tractatus logico-philosohicus (1918). Para Wittgenstein, la realidad no está formada por objetos, sino por “hechos”, es decir, una serie de objetos relacionados lógicamente entre sí. Esta concepción de la realidad se conecta con lo que Wittgenstein llama la “teoría pictórica del significado”, según la cual las proposiciones o enunciados lingüísticos tienen sentido, o significado, porque llevan a cabo una pintura o imagen (“Bild”) de la realidad a la que se refieren. Nuestro lenguaje puede describir la realidad porque pensamiento, lenguaje y realidad comparten, según Wittgenstein, la misma forma lógica.

 

                Esto le permite a Wittgenstein explicar en qué se diferencia la ciencia del arte. Como la verdad consiste es una correspondencia entre los hechos y la estructura formal de la proposición o frase que los expresa, una proposición será verdadera si las palabras que la componen se corresponden con los objetos reales a los que se refieren, compartiendo la misma forma lógica, mientras que una proposición será falsa, si los objetos a los que se refieren no existen en la realidad, o dicha proposición carece de una estructura lógica coherente (como dice Wittgenstein: “Nosotros nos hacemos figuras de los hechos a través del lenguaje. La proposición lingüística es una figura de la realidad. Para conocer si la figura es verdadera o falsa, debemos compararla con la realidad.”)

                Esto quiere decir que una proposición científica puede ser verdadera o falsa, porque, además de tener sentido lógico, alude a un hecho de la realidad, que puede existir o no existir; en cambio, una proposición literaria, o artística, está dotada de significado y podemos entenderla, porque posee sentido lógico y describe un hecho posible; pero se trata de una proposición falsa, porque los hechos a los que se refiere no existen realmente. La ciencia, por consiguiente, conoce la verdadera realidad, mientras que el arte y la literatura aluden a mundos fantásticos o posibles, dotados de coherencia lógica, pero inexistentes.

 

b)    Teoría de la verdad como coherencia

                Esta teoría fue formulada por Hegel (1770-1831) en su libro Fenomenología del espíritu (1807). Aquí el criterio de verdad es la coherencia lógica de la proposición, cuya verdad depende de su posible incorporación a un contexto, dentro del cual cada miembro remite a los demás, cobrando así un determinado sentido (como si se tratase de la pieza de un “puzzle”). Por eso Hegel afirma que, “lo verdadero es el todo”, es decir, no existe ninguna verdad aislada, sino que cada proposición siempre forma para de un conjunto más amplio, un sistema, dotado de coherencia lógica interna y no contradictorio.

 

                Pero, además, Hegel sostiene que la verdad no se da nunca de una vez por todas, ni es definitiva, sino que es, ante todo, resultado de un proceso, es decir, la verdad se va conociendo paulatinamente, a medida que se despliega ante nosotros; se trata, por tanto, de una verdad en devenir, que cambia constantemente. El proceso por el cual se despliega nuestro conocimiento de la verdad responde, según Hegel, a un esquema dialéctico, es decir, contradictorio, por el que a una determinada tesis se le opone su correspondiente antítesis; ambas se ven superadas en una síntesis superior, que a su vez se convierte en una nueva tesis, etc., hasta que llega a conocerse la totalidad de un determinado proceso natural, social o histórico.

c)    Teoría pragmatista de la verdad

                El pragmatismo introduce en su teoría de la verdad la dimensión práctica, al considerar la utilidad de los enunciados para resolver los problemas vitales. Su representante más destacado es el filósofo norteamericano William James (1842-1910), con su libro Pragmatismo (1907). Según James, un enunciado es verdadero, si funciona como un instrumento útil y eficaz para resolver problemas y satisfacer necesidades. Una idea se “verifica”, esto es, se hace verdadera, si la acción va mostrando su utilidad o eficacia. Así, afirma James: “Se puede decir de ella que es útil porque es verdadera, o que es verdadera porque es útil. Ambas frases significan exactamente lo mismo”.


                También K. Marx (1812-1883) afirmó que “es en la práctica (praxis) donde el hombre debe probar la verdad, es decir, la realidad y el poder de su pensamiento”: El conocimiento surge de la práctica y debe contrastarse con ella, para ser considerado verdadero. Utilidad significa, por un lado, operatividad en la resolución de problemas, o éxito en la acción, implicando consecuencias beneficiosas, de suerte que “la retribución que aportan las ideas verdaderas es la única razón para seguirlas”. En este sentido, verdad se acerca a gratificación.

 

d)    Teoría perspectivista de la verdad

 

                Esta teoría de la verdad fue propuesta por G. W. Leibniz (1646-1716), quien mantenía que cada ser conoce la realidad siempre desde un determinado punto de vista particular, es decir, desde una determinada perspectiva. Existen, por tanto, infinidad de perspectivas, o puntos de vista distintos, sobre la realidad. Ahora bien, Leibniz sostenía que Dios, como ser infinito, conoce la verdad completa o integral, es decir, conoce la realidad desde todas las perspectivas posibles.

                Esto le sirvió de base para inventar el cálculo infinitesimal: Si Dios –el ser infinito- ha creado el mundo, cada punto infinitamente pequeño de la realidad (límite o derivada) ha de constituir un reflejo o punto de vista desde el cual Dios conoce el mundo, de manera que un cálculo matemático que sume o integre todos los infinitos puntos de vista sobre la realidad, podrá reconstruir la verdad total sobre la naturaleza. Para explicar su teoría de la verdad, Leibniz utiliza varios ejemplos: Así, compara la relación entre el conocimiento de la verdad que tienen Dios y las criaturas con la de un sujeto que conoce una ciudad -conocida por sus habitantes desde la calle donde viven- a través de un plano que le ofrece una visión de conjunto sobre ella; o la que tiene un compositor, o director de orquesta, de la totalidad de la pieza musical que ha compuesto o dirige, mientras que cada músico la conoce solo parcialmente, a través de su “particella”.

                En el siglo XIX, la teoría perspectivista de la verdad fue recuperada por F. Nietzsche (1844-1900), aunque en el marco del ateísmo. Nietzsche mantiene una filosofía vitalista, unida a una concepción “extra-moral” de la verdad. Según Nietzsche, Dios no existe y la única realidad es la vida, con su multiplicidad de formas. En consecuencia, no hay ninguna verdad absoluta, ni tampoco existe ninguna perspectiva privilegiada sobre la realidad, sino que la vida se le ofrece al hombre a través de una infinidad de perspectivas, o puntos de vista subjetivos, sin que ninguno sea, en principio, mejor que los demás. ¿Cómo distinguir, entonces, las perspectivas verdaderas de las que no lo son? Como Dios no existe, y el criterio de valor fundamental es la vida, deberán considerarse “verdaderas” aquellas perspectivas que contribuyan a elevar o potenciar la vida, y “falsas” aquellas otras que rebajen, depriman o disminuyan el poder de la vida. Así, una obra de arte, o literaria, aunque aparentemente sea “falsa” “errónea” o “ilusoria”, puede ser más “verdadera” que una teoría científica, si aquélla contribuye a elevar el poder de la vida y ésta a disminuirlo. En este sentido, para Nietzsche el error, la ilusión y la mentira son necesarias para la vida, mientras que la verdad puede ir en detrimento suyo. 

 

                Finalmente, la teoría perspectivista de la verdad ha sido sostenida por la Escuela de Madrid, formada, entre otros, por José Ortega y Gasset (1883-1955), María Zambrano (1904-1991) y Julián Marías (1914-2005). Su versión del perspectivismo intenta mediar entre Leibniz y Nietzsche. Para Ortega, la verdad se le ofrece al hombre desde multitud de perspectivas distintas: científicas, artísticas, literarias, religiosas…, correspondientes cada una de ellas al punto de vista objetivo desde el cual cada persona conoce la realidad, de manera que, si se quiere “recomponer el torrente de lo real”, es necesario sumar y tener en cuenta todas esas perspectivas. Ahora bien, dado que no existe una perspectiva divina superior, que las integre a todas, el número de perspectivas en las que se nos ofrece la realidad es infinito, porque la realidad es inagotable. Por eso, para Ortega, la verdad tiene siempre una dimensión temporal o histórica, porque cada generación va descubriendo, a lo largo de la historia, nuevos enfoques, literarios, científicos, artísticos, religiosos… sobre el mundo.

                Mª Zambrano, por su parte, ha reivindicado la perspectiva poética sobre la realidad, considerando que no se trata de un punto de vista inferior al científico, técnico, religioso, etc., sino equiparable, e incluso más profundo, que el que ofrecen otras perspectivas, supuestamente “superiores”, sobre la realidad, porque permite conocer mejor la verdad sobre el hombre.

                Finalmente, Julián Marías ha aplicado la teoría perspectivista de la verdad al ámbito cinematográfico: para Marias, el cine es el arte “filosófico” por excelencia, porque, gracias a la cámara, nos permite conocer la realidad desde multitud de perspectivas (“planos”) diferentes, e incluso recrear una posible “perspectiva divina” sobre la realidad, que trasciende el espacio y el tiempo.


e)    Teoría consensualista de la verdad

 

                Esta teoría, defendida en Alemania por Jürgen Habermas en su libro Teoría de la acción comunicativa (1981), y en España por Adela Cortina (1947), en su Ética mínima (1986), destaca la necesidad del diálogo como marco para ir descubriendo cooperativamente la verdad de las proposiciones. En el diálogo, cada sujeto expone las razones por las que cree que su postura es la verdadera, hasta llegar a un consenso en torno a lo que todos acuerdan aceptar por verdadero. De hecho, así funcionan las comunidades científicas cuando buscan conjuntamente la verdad. Y como el consenso no es un criterio de verdad, porque los interlocutores pueden equivocarse o carecer de información relevante, las verdades no son nunca absolutas, sino siempre revisables.




TEMA 4.- EL RAZONAMIENTO Y LA ARGUMENTACIÓN

 

1.- Definición y breve historia de la lógica

 

2.- Tipos de razonamientos: deducción e inducción.

 

3. Lógica informal. Las falacias.

 

* * *

 

1.- Definición y breve historia de la lógica

                Todos los conocimientos humanos, científicos o filosóficos, se basan en la lógica. Se denomina lógica a aquella parte de la filosofía que estudia los principios y reglas que rigen el razonamiento correcto.

                El fundador de la lógica fue Aristóteles (384-324 a.C.), quien la denominó “órganon”, término griego que significa “instrumento”, puesto que la lógica es el instrumento que utilizan todas las ciencias para realizar razonamientos correctos. Los estudios de lógica fueron continuados en Grecia por la escuela de los estoicos, fundada por Zenón de Citio (335-264 a.C.) Desde entonces, hasta el siglo XIX, la lógica parecía haber quedado constituida, y no experimentó apenas modificaciones. Es la llamada lógica tradicional.

                Sin embargo, en la Edad Media el filósofo mallorquín Raimundo Lulio (1235-1315) planteó la idea de emplear símbolos para simplificar los razonamientos lógicos en su Ars Generalis. Esta idea la recogió el matemático y filósofo alemán G. W. Leibniz (1646-1716), que concibió un lenguaje lógico universal, capaz de aplicarse a cualquier cálculo lógico o matemático (caracteristica universalis), y que debería basarse en el sistema binario de valores V – F (1 – 0); sin embargo, sus ideas quedaron olvidadas hasta el siglo XIX. Una serie de lógicos crearon entonces la lógica contemporánea, que recibe el nombre de lógica formal o simbólica, porque emplea signos parecidos a los símbolos matemáticos. Sus creadores fueron G. Boole (1815-1864), Gottlob Frege (1848-1925) y Giuseppe Peano (1858-1932), quienes crearon la escritura conceptual (Begriffschrift), es decir, un sistema de signos capaz de expresar cualquier razonamiento.

 

                Finalmente Bertrand Russell (1872-1970) y Alfred N. Whitehead (1861-1947) publicaron en 1910 los Principia mathematica (1910), base del denominado “programa logicista”, que permitía reducir la matemática a la lógica.



 

 2.- Tipos de razonamientos: deducción e inducción.

A) La DEDUCCIÓN fue investigada por Aristóteles, quien también lo denominó inferencia, argumento deductivo o silogismo. La deducción es un razonamiento que, partiendo de unos enunciados, o proposiciones que expresan datos conocidos, llamados premisas, deriva de ellos una conclusión, es decir, un enunciado o proposición final, que expresa la nueva información obtenida a partir de las premisas. La deducción es un razonamiento que procede siempre de algo general a algo menos general, o particular. Si la deducción es correcta, la conclusión se sigue necesariamente de las premisas; de manera que es imposible que siendo las premisas verdaderas la conclusión sea falsa.

                Razonamiento deductivo:

1) Proposición o enunciado A

2) Proposición o enunciado B…              Premisas

3) Proposición o enunciado N

 

// Proposición o enunciado X                   Conclusión

 

 

Ejemplos:

 

            “Todos los seres vivos evolucionan de especies anteriores.” 2) “Los hombres son seres vivos.” // “Por tanto los hombres han evolucionado de especies anteriores.”

            “En todo triángulo, la suma de sus tres ángulos es siempre 180º” (π radianes).” 2) “La figura ABC es un triángulo.” // “Por tanto, la suma de sus ángulos será 180º (π radianes).”

            La forma más perfecta de utilización de la deducción es el método axiomático, propuesto por Aristóteles como "ideal de la ciencia"- Él lo aplicó a la Lógica. El matemático griego Euclides (330-275 a. C), activo en Alejandría, aplicó este método a la Geometría, en su obra Elementos de geometría. Para Euclides, el método axiomático consta de:

 

            * Definiciones o descripciones sencillas de los principales objetos geométricos (punto, línea, recta...).

            * Postulados o enunciados indemostrables y no absolutamente evidentes (p. ej: "por un punto exterior a una recta sólo puede trazarse una paralela a dicha recta");

            * Axiomas, verdades también indemostrables, pero evidentes (p. ej: "Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí" o "el todo es mayor que la parte").

           

            A partir de las definiciones, postulados y axiomas se deducen los teoremas, enunciados no evidentes, pero demostrables. Así pues, la axiomática primitiva era un método deductivo que partía de axiomas evidentes y de carácter intuitivo para demostrar teoremas. Este método lo aplicaron posteriormente Arquímedes (287-212 adC) y Newton (1642-1727) al ámbito de la mecánica.

           B) La INDUCCIÓN la empleó por vez primera Sócrates (+ 399 a.C.), y luego fue ampliada por Aristóteles. Ha sido un modo de razonamiento muy valorado por los filósofos anglosajones, como Francis Bacon (1561-1626), en su libro Novum Organum [Nueva lógica] (1612) y John Stuart Mill (1806-1873) en su libro A system of Logic (1843): ambos lo consideraron el método lógico fundamental, y el método por excelencia de las ciencias naturales. En general, responde a lo que se suele creer que hacen los científicos: observar hechos, y a partir de ellos “extraer” leyes universalmente válidas. La inducción es un método opuesto a la deducción: procede de los casos particulares a lo universal y de lo conocido a lo desconocido, y consiste básicamente en una generalización a partir de la experiencia. Tiene las siguientes etapas:

            1ª) Observamos una serie de hechos, o fenómenos particulares, y experimentamos que todos ellos tienen una determinada propiedad:

 

1) “El objeto o individuo A pertenece a la clase X y tiene la propiedad p.”

2) “El objeto o individuo B pertenece a la clase X y tiene la propiedad p.”

3) “El objeto o individuo C pertenece a la clase X y tiene la propiedad p.”

4) “Los objetos o individuos n…, n+1, etc. pertenecen a la clase X y tienen la propiedad p…”

 

2ª) A partir de los casos observados, llevamos a cabo la inducción o generalización inductiva, y concluimos “Posiblemente, todos los individuos que pertenecen a la clase X tienen la propiedad p.”

 

            En la inducción se considera que un hecho constantemente observado, no se puede explicar por la casualidad, sino por la naturaleza de la cosa observada, o por una ley física; de manera que se considera que ese fenómeno se repetirá en todos los seres que posean dicha naturaleza, o en todos los seres en los que actúa dicha ley física.

                A la base de cualquier razonamiento inductivo se hallan siempre dos postulados, en el fondo indemostrables: la uniformidad de la naturaleza, y la confianza en que el futuro será como el pasado. Estos presupuestos son lo que nos autoriza a enunciar leyes generales, partiendo de datos particulares, singulares y concretos.

 

            Ej.: “Si en múltiples experiencias: A, B, C…, se comprueba siempre que el hierro es buen conductor de electricidad, la única explicación posible es que el hierro es por naturaleza un buen conductor de electricidad. De manera que, cuando observamos un nuevo fragmento de hierro, esperamos que también sea un buen conductor de la electricidad.”

  

     La validez de la inducción como método científico ha sido muy discutida, y muchos no la aceptan, debido a que se la considera insuficiente para descubrir leyes científicas. Rudolf Carnap (1891-1970, miembro del Círculo de Viena, la considera lógicamente inválida, porque es incorrecto pasar de “Algunos X son A” a “Todos los X son A”, ya que no podemos registrar todos los fenómenos de una especie y siempre puede haber alguno en el futuro que desmienta la generalización. Por tanto, la denominada inducción incompleta, referida a un conjunto con un número infinito o indeterminado de miembros, sólo permite alcanzar un conocimiento más o menos probable. La única inducción completamente válida, según Carnap, es la referida a un conjunto con un número finito de miembros, es decir, la inducción completa.

            Esto implica que, en rigor, nunca podemos pasar con total seguridad de lo singular a lo universal, y la inducción no sirve para descubrir leyes de la naturaleza absolutamente válidas. Sin embargo, numerosos científicos la emplean, utilizando un principio que, a su juicio, justifica el paso de lo particular a lo universal. Es el principio de la inducción, que puede enunciarse del siguiente modo: “cada vez que una serie de casos singulares confirman una proposición que enuncia una propiedad determinada, el científico puede establecer dicha proposición con carácter universal”. Este principio, a pesar de los problemas lógicos que comporta, se acepta convencionalmente entre la comunidad científica.

 

3.- La lógica informal. Falacias.

            La lógica informal también tiene por función estudiar la validez o corrección de nuestros razonamientos, pero se ocupa de factores que no tienen que ver nada con la forma: si las premisas son adecuadas o no, si los datos de partida pueden realmente justificar la conclusión, si intervienen elementos del contexto que pueden perturbar la validez del razonamiento, en qué sentido se utilizan las palabras, etc.

 

            Un importante capítulo de la lógica informal es el estudio de las falacias, es decir, razonamientos que no son válidos, pero que, sin embargo, pueden parecerlo, porque el contenido del argumento es confuso, el significado es ambiguo, falta información, dependen del contexto, etc.

            Muchas de estas falacias llevan nombres latinos, porque fueron investigadas por los lógicos escolásticos de la Edad Media.

Las principales falacias son las siguientes:

 

            1ª) Preguntas complejas: Hay preguntas que llevan presuposiciones, encaminadas a tender una trampa, ofuscar a interlocutor, y así conseguir que admita afirmaciones que pueden ser usadas en su contra. Ej.: “¿No se arrepiente de haber cometido un crimen tan atroz?” (Se presupone que el sujeto ha cometido el crimen).

 

            2ª) Argumento ad ignorantiam: En este tipo de argumento se pretende que un enunciado es falso solamente porque nadie ha conseguido probar su verdad, o bien que el enunciado es verdadero porque nadie ha podido probar que es falso. El esquema general de estos argumentos sería:

 

“No se ha podido establecer que p sea verdadero; por tanto, p es falso.”

“No se ha podido establecer que p sea falso, por tanto, p es verdadero.”

 

Ej.: “Nadie ha podido probar que Dios no existe; por tanto, Dios existe.”

      “Nadie ha podido probar que Dios existe; por tanto, no existe.”

 

            En algunas ocasiones este argumento puede ser aceptable, por ejemplo, en el ámbito jurídico, en la denominada presunción de inocencia, cuando se exime al reo de culpa, al no haber encontrado prueba alguna que apoye su culpabilidad.

            3ª) Argumento circular: Estos argumentos consisten en mantener una tesis y defenderla presentando “razones” que significan lo mismo que la primera aserción, lo que no prueba nada.

 

            Ej.: “El Lute cometió el asesinato, porque es un asesino.”

 

            4ª) Argumento ad hominem: Con este tipo de argumento se pretende refutar la tesis ajena atacando a la persona que la mantiene, sin entrar en el tema de la discusión, alegando únicamente supuestos defectos o vicios de la apersona que habla, o de la comunidad a la que pertenece. Su estructura general es la siguiente:

 

            A afirma p

            Pero A no es una persona digna de consideración (o fiable).

            Por tanto, p es falso.

 

Ej.: “Los ecologistas afirman que la central de Fukushima es peligrosa; pero los ecologistas son demasiado catastrofistas; seguro que no la central no reviste ningún peligro.”

“Sr. Presidente del Gobierno: Vd. dice que no va a subir los impuestos. Pero es falso, porque Vd. es un mentiroso.”

 

            Una variante es el ataque argumentativo que se llama tu quoque (y tú también): Se trata de rebatir las razones del contrario alegando que él padece el mismo defecto o vicio que nos pretende corregir: Su forma general es: “Tú también haces lo mismo; luego tengo razón”.

 

Ej.:   “Doctor, usted no me puede prohibir el tabaco diciendo que es malo para mi salud, porque usted también fuma.”

“Papá, no sé por qué me dices que debo estudiar, porque  tú tampoco estudiaste.”

“Los israelíes llevamos a cabo asesinatos selectivos porque los palestinos cometen atentados.”

 

                5ª) Argumento de autoridad, o falacia ad verecundiam: Se trata de defender una tesis sin presentar las pruebas pertinentes, apelado únicamente a una autoridad que la defiende o la ha defendido. A veces no es incorrecto citar autoridades en la materia sobre la que estamos hablando, para apoyar nuestros razonamientos; pero una tesis no puede considerarse cierta solamente partiendo de la autoridad de un supuesto experto en la materia, sino que debe contar con otros apoyos.

                La forma general de este argumento es:

 

            A afirma p

            Por tanto, p.

 

            Ej.:       “La Biblia afirma que Dios creó el mundo; por tanto, Dios creó el mundo.”

“El Führer afirma que los eslavos no son humanos; por tanto son seres despreciables (y hay que eliminarlos).”

“Stalin afirma que Trotsky es un antirrevolucionario; y el líder de nuestro partido nunca se equivoca.”

            6ª) Argumento ad baculum: Son aquellos que presentan algún tipo de amenazas como razones para hacer que los oyentes acepten una determinada tesis:

            La forma general de este argumento es la siguiente:

 

            A afirma p (p es algo que B no está, en principio, inclinado a aceptar).

            A es una persona que tiene cierto poder sobre B.

            Por tanto, p.

 

Ej.: “Como Inquisidor general, os advierto, Giordano Bruno que debéis dejar de afirmar que existen infinitos mundos, porque muchos han perdido la vida por eso.”

“Conviene que retire su propuesta para esta empresa: ¿no querrá que haya despidos indeseados, verdad?”

 

            7ª) Argumento ad populum: En estos argumentos se recurre a provocar el entusiasmo u otros sentimientos de las personas, con el fin de que otorguen su asentimiento a lo que sostiene el hablante, sin aportar prueba alguna. Los anuncios publicitarios pretenden convencernos de la bondad de sus productos, poniéndolos en relación con sentimientos que todos apreciamos. Lo mismo ocurre con los discursos de las campañas electorales: no intentan dar argumentos para ayudarnos a pensar nuestro voto, sino que van dirigidos a despertar sentimientos de adhesión a unos y repulsa a otros.

 

            Ej.: Vote for Obama, because, Yes, we can!”

            “¿Quiere una ciudad segura? ¿Quiere acabar con los impuestos? Vote a X.”

 

            Si la pasión que se quiere suscitar es la de compasión, se llama “argumento ad misericordiam”:

 

Ej.: “¡Con lo que yo te quiero! ¿Cómo me vas a hacer eso a mí? ¡Me vas a matar!”

 

            8ª) Argumento ex populo: Este argumento consisten defender una tesis alegando que todo el mundo está de acuerdo con ella. Su esquema es:

           

“Todo el mundo admite que p es verdadero (o falso)”

“Luego p es verdadero (o falso).”

 

Ej.: “Todo el mundo admite que el fútbol es cultura; por tanto es un  bien de interés cultural.”

“Todos los Presidentes de la UE están de acuerdo en que vamos por el camino correcto; por tanto, lo estamos haciendo bien.”

“Todos los miembros de la ONU dicen que Sadam tiene armas de destrucción masiva; por tanto, las tiene y hay que atacar Irak.”

 

                Aunque estos argumentos no son deductivamente válidos, no hay que despreciar su fuerza persuasiva. Porque, si se da el caso de que “todo el mundo” dice que p es verdadero y alguien dice, sin embargo, que es falso, es a ese alguien a quien le corresponde llevar el peso de la prueba.

 

                9ª) Argumento de la falsa causa (post hoc, ergo propter hoc): Esta expresión latina significa “después de…, luego a causa de…”. Consiste en decir que A es la causa de B porque A precede temporalmente a B. Su esquema es:

 

El evento B sucede a continuación del evento A.

Luego A es causa de B.

 

Ej.: “Tras pasar debajo de una escalera me dio un infarto; por tanto, da mala suerte pasar debajo de una escalera.”

“Antes de competir, me tomé una copa y gané; por tanto, el alcohol es la causa de mi victoria.”

 

                Este tipo de argumentos establece una relación causa-efecto, sin una base empírica suficiente, porque la sucesión temporal entre dos fenómenos A y B es una condición necesaria, pero no suficiente, para poder establecer un nexo causal entre ellos.

 

                10ª) Argumento de la pendiente resbaladiza o del “efecto dominó”: Establece apresuradamente una conexión causal entre una serie de fenómenos, aparentemente encadenados, sin probarla suficientemente. Tienen la siguiente estructura:

 

            Si haces A, se desencadenará A’

            De A’ se seguirá A’’

            …

            De An-1 se seguirá An

            An no es deseable.

            Por tanto, no hagas A.

 

Ej.: “Si te vas de paseo, no estudiarás hoy; si no estudias hoy, no te sabrás la lección; y, si no te sabes la lección, te suspenderán; por tanto, mejor que no salgas.”

 

            En algunos contextos puede ser razonable utilizar este tipo de argumentos, cuando la conexión entre los eslabones de la cadena está suficientemente probada; pero no lo es cuando el pretendido nexo causal no está probado.

 

Ej.: “Si fumas, perderás capacidad respiratoria; si pierdes capacidad respiratoria, tendrás asma; si tienes asma, puedes tener cáncer; y, si tienes cáncer, seguramente morirás; por tanto, es mejor que no fumes.”

 

            11ª) Generalización apresurada: Consiste en pasar, injustificadamente, de “algunos X son Y” a “todos los X son Y”. Este argumento únicamente resulta válido si pueden comprobarse todos los casos posibles; pero, si no podemos hacerlo, es falaz.

 

            Ej.: “Algunos alemanes son cabezotas; por tanto, los alemanes son cabezotas.”

            “Algunos griegos son filósofos; por tanto, todos los griegos son filósofos.”

                “Algunos inmigrantes delinquen; por tanto, todos los inmigrantes son delincuentes.”

 

            12ª) Falacia non sequitur (no se sigue): En ella se extrae una conclusión de forma “inconsecuente”, pues una cosa no se sigue de la otra:

 

Ej.: “Si estoy en León, estoy en España; ahora bien, en este cartel pone que estamos en España; por tanto, estoy en León.”

 

            13ª) Falacia ad consequentiam: Consiste en afirmar que algo es verdadero o falso por las consecuencias reales o intuidas que se consideran negativas o inaceptables.

 

            Ej.: “Tiene que haber algo tras la muerte; si no, la vida carece de sentido.”

            “El entrenador es un inútil, porque hemos perdido el partido.”

 

            14ª) Falacia semántica: Se basa en una palabra o expresión que se repite, cambiando de significado en el curso de la inferencia; es decir, se usa un término o expresión equívocamente. Esto hace que no nos demos cuenta de que, en el fondo, se ha acabado hablando de algo distinto de lo que se comenzó.

           

Ej.: “Un gato puede levantar un coche; por tanto, mi gato Garfield puede levantar el coche.”

 

TEMA 5.- EL SABER CIENTÍFICO

 

 

1.- Clasificación y definición de las ciencias.

 

2.- Teoría y realidad.

 

3.- Metodología científica.

 

4.- El progreso de la ciencia.

 

5.- La presunta neutralidad de la ciencia: conocimiento, poder e interés.

 

6.- Técnica y tecnología.

 

7.- Breve historia de la técnica y la tecnología.

 

8.- La sociedad tecnológica.

 

9.- La racionalidad tecnológica.

 

10.- La teoría crítica.

 

* * *

 

1.- Clasificación y definición de las ciencias

 

            1º. La primera tarea de la filosofía de la ciencia es tratar de establecer una clasificación de las ciencias. El primero en tratar de establecer esta clasificación fue también A. Comte, quien las ordenó, en función de la menor o mayor complicación de su objeto, de la siguiente manera: Matemáticas, Física, Astronomía, Química, Biología y Sociología.

            Evidentemente, hoy en día, la clasificación de las ciencias es más compleja; se distinguen las siguientes ciencias:

 

            A) CIENCIAS FORMALES: Lógica y Matemáticas.

 

(Estas ciencias no se ocupan de hechos, ni dan información sobre la realidad; tratan únicamente de objetos formales, es decir, construcciones ideales de la mente. La verdad de sus enunciados requiere sólo coherencia lógica -no contradicción-, y no exige una contrastación experimental con la realidad).

 

            B) CIENCIAS EMPIRICAS:

 

                     1) CIENCIAS NATURALES: Física, Química, Biología, Geología, etc.

 

 

2) CIENCIAS HUMANAS: Psicología, Sociología, Economía, Política, Historia, Geografía, etc.

 

(Estas ciencias se ocupan de hechos observables, bien sean hechos de la realidad natural, bien sean hechos del comportamiento humano).

 

                     3) CIENCIAS APLICADAS: Pedagogía, Medicina, etc.

 

            Como puede verse, no existe “la ciencia”, sino ciencias diversas, las cuales se diferencian claramente entre sí por sus lenguajes, métodos, etc.

            2º. En segundo lugar, la filosofía de la ciencia trata de definir qué es ciencia. Se ha comprobado que es muy difícil dar una definición breve que abarque la diversidad de conocimientos científicos. No obstante, pueden plantearse, al menos, una serie de condiciones que debe cumplir un conocimiento para ser "científico", aceptadas universalmente hoy en día:

            1ª) El conocimiento científico debe estar formulado en un lenguaje riguroso y, si es posible, formalizado matemáticamente.

            2ª) El conocimiento científico debe ser sistemático.

            3ª) El conocimiento científico debe integrar un conjunto de constructos, como leyes, teorías y modelos.

           4ª) El conocimiento científico tiene que haber sido elaborado de acuerdo con una metodología adecuada.

           5ª) El conocimiento científico de las ciencias formales (lógica y matemáticas) tiene que tener coherencia interna y no ser contradictorio.

           6ª) El conocimiento de las ciencias empíricas tiene que ser contrastable empíricamente.

           7ª) El conocimiento científico debe poseer objetividad y comunicabilidad.

           8ª) El conocimiento científico debe ser susceptible de continua autocorrección.

 

 

2.- Teoría y realidad

 

            El saber científico está compuesto de teorías, mediante las cuales los científicos tratan de explicar racionalmente los fenómenos observados en la experiencia. ¿Qué es una teoría científica?

            Los científicos parten de hechos de la experiencia, pero no se quedan en ellos; la ciencia no es un simple "registro de hechos". La investigación científica comienza en el momento en que en los hechos se descubren problemas, es decir, algo que no puede ser explicado con los conocimientos que ya se poseen (o que incluso contradicen dichos conocimientos). Para resolver los problemas, los científicos crean conceptos y elaboran hipótesis, que, si son confirmadas por la experiencia, pasan a considerarse leyes. Las leyes se integran luego en unidades superiores llamadas teorías.

            Las hipótesis científicas son supuestos que se establecen como explicación posible de un determinado problema. Las hipótesis se inventan y han de ser contrastadas con la experiencia, para alcanzar validez. Si lo hacen, pasan a ser leyes.

            Las leyes científicas son enunciados que expresan una relación invariable y constante entre todos los hechos o fenómenos de un cierto tipo. Las leyes pueden ser deterministas o estadísticas, según que se dé una relación fija entre los fenómenos o una relación de probabilidad. Las leyes estadísticas han ido ganando una importancia creciente en el pensamiento científico (termodinámica, biología, sociología).

            La teoría científica, por último, es la unificación de un conjunto de hechos, hipótesis y leyes sobre un determinado ámbito de la realidad (p. ej.: la “teoría de la evolución”, la “teoría de la relatividad”, “la teoría genética” …). Las teorías están renovándose continuamente, y tienden a armonizarse con otras teorías, formando así cuadros teóricos más amplios (puede hablarse, p. ej. de "teoría física").

            Así pues, una ciencia se compone de teorías que, a su vez, constituyen sistemas en los cuales se integran las leyes. Las teorías son más generales y de mayor alcance que las leyes. Por su parte, las leyes se integran en teorías a partir de las cuales pueden deducirse (así, por ejemplo, las leyes del movimiento de los planetas propuestas por Kepler son un caso particular de la teoría de la gravitación universal de Newton, y pueden deducirse dentro de ésta).

            Otra característica diferencia a las leyes de las teorías: las leyes contienen solamente términos observables, que se refieren a algo observable o definible operacionalmente, p. ej: "fuerza", "masa", "aceleración"; las teorías, por su parte, contienen términos teóricos, es decir, términos que no se refieren a algo observable o definible operacionalmente, como "electrón", "espacio-tiempo", etc. Las leyes se refieren directamente a hechos de experiencia, y puede decirse que es a través de las leyes como la teoría entra en contacto con la experiencia.

            Toda teoría científica incluye, además, modelos. En efecto, dado el carácter enormemente abstracto de las teorías científicas, se suele recurrir en ellas a representaciones intuitivas que permitan algún tipo de visualización de las teorías. (P. ej: una mesa de billar en la que chocan las bolas sirve como modelo para la teoría cinética de los gases.)

            Como se ve, una teoría es una construcción intelectual muy compleja y abstracta. Ahora bien, si las teorías científicas son algo abstracto se plantea una pregunta: ¿Qué tienen que ver las teorías con el mundo que vemos? ¿Qué tiene que ver, p. ej. "la mesa familiar" con "la mesa del científico"?

             Albert Einstein (1879-1955) señaló que las teorías científicas no se "sacan" de la experiencia, sino que son "libre invención del intelecto humano" ¿Cómo sabemos entonces que las teorías científicas no son "puros inventos" o fantasías irreales? Porque deben poder conectarse con la experiencia diaria. Sin embargo, no está nada claro cómo se establece esta correspondencia. Hoy se piensa que no se puede correlacionar punto por punto una teoría científica con el mundo observable; se trata, más bien, de correlacionar la teoría como un todo. La relación teoría-realidad se puede entonces entender como la relación que existe entre una red que flota en el aire y se mantiene vinculada a la tierra sólo por algunas cuerdas y puntos de anclaje. Esta imagen de la red es clarificadora, porque nos permite plantear mejor el problema de la relación teoría-realidad. K. Popper afirmó que "Las teorías son redes que lanzamos para apresar aquello que llamamos "el mundo"; para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Y tratamos que la malla sea cada vez más fina". No es la única comparación: también se ha comparado las teorías con un edificio de múltiples plantas: las plantas superiores están más alejadas de los cimientos que los pisos inferiores, pero todo el edificio se apoya, en último término en los cimientos, que en el caso de las ciencias empíricas son la experiencia.

 

3.- Metodología científica

 

            Lo que distingue a la ciencia de cualquier otra forma de saber es, ante todo, la posesión de un método de investigación. La filosofía de la ciencia se ocupa de estudiar los diversos métodos empleados por las ciencias.

            Etimológicamente "método" procede del griego "methodos", que significa "camino". El método es, pues, el camino que siguen los científicos para descubrir hipótesis, leyes y teorías y justificarlas racionalmente.

            En realidad, no hay un método único en la ciencia, sino una gran variedad de métodos, difiriendo según de qué ciencia se trata, o de qué tipo de problema se plantee. Sin embargo, pueden distinguirse dos métodos científicos fundamentales: el método hipotético-deductivo y el método hermenéutico.

 

            A) EL MÉTODO HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO. El método utilizado por la ciencia no es puramente inductivo, ya que, como hemos visto, éste proporciona sólo generalizaciones empíricas de escaso nivel y alcance teórico. Pero, como hemos visto, las leyes y teorías científicas son algo más que generalizaciones empíricas; como hemos visto: hay en ellas toda una construcción racional.

            Fue Galileo Galilei (1564-1642) quien subrayó la vertiente racional de la ciencia moderna, y el papel que en ella juegan las demostraciones matemáticas. Para él, Dios es un geómetra que ha construido el mundo según un sistema matemático; por eso las hipótesis científicas no surgen de la experiencia, como creen los inductivistas, sino que deben formularse en términos matemáticos: "el libro de la naturaleza -dice- está escrito en el lenguaje de las matemáticas; sus símbolos son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin cuya ayuda es imposible comprender una sola palabra de él, y se anda perdido por un oscuro laberinto." (El Ensayador, 1623).

            Además, Galileo afirmó que en la ciencia lo que importa no es tanto la experiencia, como creen los inductivistas, sino la experimentación. La experiencia es una observación directa, espontánea de lo que aparece; pero los experimentos están siempre dirigidos racionalmente: son preguntas que dirigimos a la naturaleza. 

            Así, si los inductivistas, como Bacon y Mill, plantean una concepción empírica de la ciencia, Galileo plantea una concepción de la ciencia más racionalista: en la ciencia es necesario elaborar una explicación imaginativa de los hechos observados, una hipótesis; luego hay que formularla matemáticamente; y luego debemos tratar de comprobarla en una situación experimental.

            El método utilizado actualmente en las ciencias naturales es el método hipotético-deductivo, formulado por Galileo a partir de los presupuestos mencionados. En él se combina la experimentación y la deducción racional. Consta de los siguientes pasos:

 

            a) Observación. El punto de partida se halla en la observación y análisis de algún hecho o fenómeno cuya explicación desconocemos.

 

            b) Formulación de hipótesis. El paso siguiente consiste en formular una hipótesis capaz de explicar el hecho o fenómeno observado. Una hipótesis es una conjetura, una posible explicación que se acepta provisionalmente a fin de comprobar cuáles son sus consecuencias. La hipótesis debe ser sometida a prueba, o "falsación", como la denomina el filósofo de la ciencia austríaco K. Popper (1902-1994).

            Las hipótesis, para que sean aceptables, deben estar formuladas correctamente, sin contradicciones ni ambigüedades. En la formulación de las hipótesis es especialmente el genio imaginativo. En este momento del método la imaginación, la inventiva, ocupa un lugar preferente (ej. de Kekulé).

 

            c) Estructuración matemática y deducción de consecuencias. La hipótesis debe ser traducida al lenguaje matemático y a partir de ella deben extraerse consecuencias mediante una deducción matemática.

 

            d) Comprobación de las consecuencias. Experimentación. Se trata del paso característico de este método. Consiste en establecer un dispositivo artificial (un experimento) que sea capaz de mostrar empíricamente que la hipótesis y sus consecuencias se cumplen. El resultado negativo del experimento implica el abandono de la hipótesis y la necesidad de establecer otra distinta. Por el contrario, el resultado positivo confirma la hipótesis haciendo que ésta adquiera categoría de ley científica, integrándola con otras leyes en una gran teoría. Se supone que la ley obtenida es una ley de la naturaleza misma. Las leyes son válidas provisionalmente, según Popper, hasta que sean falsadas por algún experimento fracasado.

 

            B) El METODO HERMÉUTICO es el que emplean las ciencias humanas. El filósofo alemán W. Dilthey (1833-1911) distinguió entre las “ciencias de la naturaleza” (Naturwissenschaften) y las “ciencias del espíritu” (Geisteswissenschaften). Las primeras, como hemos visto, tiene como misión explicar los fenómenos de la naturaleza a partir de leyes universales; las segundas tratan de comprender (al: verstehen) al hombre, sus acciones y creaciones (literarias, artísticas, etc.), tanto en el plano individual (psicología) como general (historia). Los hechos, los actos y las creaciones humanas no pueden explicarse desde leyes abstractas, porque son únicos e irrepetibles; sólo pueden “comprenderse”; y para comprenderlos, es necesario penetrar en ellos mismos, captarlos en su singularidad, y descubrir el sentido que tuvieron dentro del contexto y la concepción del mundo (Weltanschauung) de la que formaron parte.

                 Para lograr la mencionada comprensión, el psicólogo o el historiador han de tener cierta “simpatía” con las personas que realizaron esos actos, o crearon esas obras, es decir, ha de tratar de experimentar sus “vivencias” desde dentro, reviviendo el mundo del que ellas formaron parte.

            Las ciencias humanas, por consiguiente, no ofrecen “verdades” o “falsedades”, ni su conocimiento es estrictamente “objetivo”, sino que trata de comprender el valor que tuvieron esos actos, obras, etc. en el contexto en el que surgieron, valor que puede ser absoluto dentro de ese contexto, pero meramente relativo, comparado con otros contextos diferentes.

 

4.- El progreso de la ciencia

 

            La concepción moderna de la ciencia conlleva la afirmación de su progreso. La cuestión es determinar cómo progresa realmente la ciencia. Sobre este punto se han formulado tres hipótesis diferentes:

            1. Progreso acumulativo. Los científicos clásicos, como Galileo, pensaban que la ciencia progresa de modo acumulativo, es decir, acumulando nuevos conocimientos sobre los ya adquiridos. La ciencia se podría comparar, pues, a un edificio que crece sin cesar. Los miembros del Círculo de Viena creían que el progreso acumulativo de la ciencia se da por reducción de teorías, es decir, mediante la incorporación de teorías confirmadas a otras más amplias, a las que aquéllas se reducen.

            2. Revoluciones científicas. En 1962 se publicó el libro de Thomas S. Kuhn La estructura de las revoluciones científicas, en el que expone s famosa teoría de los paradigmas y las revoluciones científicas. Kuhn afirma que la ciencia es obra de la comunidad de científicos activos en una época. Para ingresar en dicha comunidad es preciso asimilar el paradigma, es decir, el modo de hacer ciencia de esa época, que implica un conjunto de creencias, un vocabulario, datos, problemas, procedimientos, modelos de soluciones...

                 La comunidad de científicos trabaja a partir de ese paradigma, que conserva como un precioso tesoro, durante un período de tiempo que se denomina período de ciencia normal. Si surgen anomalías -es decir, problemas que el paradigma no pueden resolver-, son rechazadas como cuestiones irrelevantes; pero si las anomalías se multiplican, el paradigma científico entra en "crisis". Entonces puede surgir un paradigma rival, planteado por científicos "revolucionarios" (p. ej. la astronomía de Copérnico frente a la medieval; o la física de Einstein frente a la de Newton), que entra en conflicto con el anterior. Si la comunidad científica opta por el nuevo paradima, sobreviene una “revolución científica”. Lo interesante de la tesis de Kuhn es que la elección del nuevo paradigma posee un cierto carácter irracional: se debe más a razones sociológicas y psicológicas que a exigencias racionales. Así pues, no hay progreso en la ciencia en sentido estricto, sino una "revoluciones" periódicas.

            3. Progreso en verosimilitud. Hay filósofos de la ciencia como Popper, Niiniluoto o Tuomela que sostienen una tesis intermedia. Para ellos sí hay un verdadero progreso de la ciencia, pero no por "acumulación" de conocimientos, sino porque las nuevas teorías permiten explicar mejor un mayor número de problemas. En este sentido, se puede decir que las nuevas teorías son "más verosímiles" que las antiguas, es decir, están "más cerca de la verdad". Se progresa, pues, en verosimilitud, o cercanía a la verdad. Pero ésta -la verdad- se considera como el límite inalcanzable de una investigación nunca terminada. Para Popper la historia del conocimiento científico es "el proceso racional de aproximación a la verdad".

 

5.- La presunta neutralidad de la ciencia: Conocimiento, poder e interés

 

            Una idea muy extendida hasta tiempos recientes es la de que la ciencia es "neutral", y que los problemas que ocasiona se deben al mal uso que se hacen de ella desaprensivos. Esta idea fue puesta en duda en el ámbito de la ciencia-ficción y ha sido abandonada hace tiempo por numerosos filósofos de la ciencia, sobre todo tras los desastres ocasionados por la P.G.M. y la S. G. M., los desastres nucleares, la contaminación, el desastre ecológico actual, el cambio climático, etc.

            El filósofo alemán M. Heidegger (1889-1976), por ejemplo, que la ciencia moderna desemboca en pura técnica, y es peligrosamente materialista: considera que para la ciencia todo, incluso la materia viva, es "material de trabajo"; además acusa a la técnica de ser manipulativa y no respetar el ser de las cosas.

            Los filósofos de la llamada Escuela de Frankfurt (surgida en 1930 en esta ciudad: Adorno, Horkheimer, Marcuse) han insistido en que la ciencia y la técnica se han convertido en la actualidad en una "ideología" de dominación que tiende a justificar el dominio del hombre por el hombre y de la naturaleza por el hombre.

                El filósofo alemán Jürgen Habermas (nac. 1929), en su libro Conocimiento e interés (1968), ha señalado que el conocimiento no es nunca un proceso neutral, sino que siempre está guiado por intereses:

                a) El interés técnico por dominar y explotar la naturaleza, que sirve de guía a las ciencias experimentales, como la física y la biología.

                b) El interés práctico, orientado a la comunicación y al entendimiento entre los seres capaces de comunicarse; por el se guían las ciencias histórico-hermenéuticas, como la historia

                c) El interés emancipador por liberar a los seres humanos de la dominación y la represión; el cual conduce a las ciencias sociales críticas, como la psicología, la sociología, la política y, en último término a la filosofía. Estos intereses están jerarquizados, porque todos han de ponerse al servicio del interés supremo de todo conocimiento, que es la liberación de los seres humanos, que es la pretensión final del saber filosófico.

6.- Técnica y tecnología.

La acción humana también tiene una vertiente técnica o tecnológica. Se llama "técnica" (gr: téchne) al conjunto de reglas que dirigen la actividad productiva del ser humano. Quien las posee es llamado "técnico". Sólo los seres humanos poseen técnicas; no los animales, que únicamente actúan por instinto o por aprendizaje obtenido por ensayos y errores.

Podemos restringir la técnica al ámbito del trabajo y entenderla como un conjunto de reglas y procedimientos para la obtención de productos y para intervenir en los procesos naturales o sociales, ya que también existen técnicas médicas, psicológicas, sociológicas, políticas, etc.

No es lo mismo "técnica" que "tecnología"; la primera consiste en una serie de reglas, sin más, que pueden extraerse muchas veces de la experiencia; la tecnología se basa en conocimientos científicos. Además, la tecnología no necesariamente tiene que ver con la producción de máquinas: muchas tecnologías se emplean únicamente para controlar o modificar procesos, no para producir cosas. Ej. de tecnologías actuales son: las ingenierías (incluida la genética), la informática, la medicina, la farmacología, la pedagogía, la psiquiatría, el urbanismo, etc.

 

7.- Breve historia de la técnica y la tecnología

 

La técnica surgió antes que la ciencia. p. ej. la primitiva agrimensura egipcia fue una técnica pre-científica anterior a la geometría. Pueden distinguirse las siguientes etapas:

 

1ª. Etapa de la "técnica mágica": Es la técnica de los hombres primitivos. No existe todavía la ciencia y, por ello, la magia es el modo de dominar o manipular las fuerzas sobrenaturales que rigen la naturaleza.

 

2ª. Etapa de la "técnica empírica": Abarca Grecia, Roma y Edad Media. Surge la ciencia, pero ésta es estrictamente teórica. Los científicos desprecian cualquier forma de aplicación técnica. La técnica, pues, se desarrolla de forma extra-científica, de modo empírico.

 

3ª. Etapa de transición: Abarca los siglos XV al XVIII. Es el momento de la Revolución Científica y la aparición de la ciencia moderna. Francis Bacon (1561-1626) lanza la idea de la necesidad de una ciencia aplicada, que ya se encontraba anticipada en Leonardo da Vinci (1452-1519). La ciencia comienza a influir en la técnica y aparece la tecnología propiamente dicha, respondiendo a un proyecto explícito de convertir al hombre en dueño y poseedor de la naturaleza.

 

4ª.  Etapa tecnológica: Siglo XIX y, sobre todo, el siglo XX. La relación ciencia-tecnología se invierte: la ciencia, que alcanza gran desarrollo en esta época, se convierte cada vez más en investigación aplicada al desarrollo de la tecnología. Tanto respecto a sus objetivos, como a los medios, la ciencia se encuentra cada vez más ligada a la tecnología: las fronteras actuales entre ciencia y tecnología parecen cada vez más borrosas, dando lugar a lo que se llama "tecno-ciencia".

 

8.- La sociedad tecnológica

 

La tecnología ha dotado al ser humano de un poder de transformación insospechado, casi "mágico". En primer lugar, le ha permitido transformar radicalmente el medio ambiente: en los países desarrollados el medio natural va siendo substituido por el medio tecnológico: casi todo lo que nos rodea es producto de la tecnología y los mismos materiales son sintéticos; además se transforma el ser humano: el mismo sujeto se ha convertido en objeto de manipulación tecnológica (ingeniería genética) o depende ya por completo de la tecnología (el economista americano John K. Galbraith (nac. 1908) habla del efecto dependencia).. Ya se habla no del Homo faber, sino del Homo technologicus moderno, que vive inmerso en y quizás sometido a la tecnología: Metrópolis, de Fritz Lang, 2.001, una odisea en el espacio, o Blade Runner, de Ridley Scott son películas que recogen este ambiente de opresión tecnológica del ser humano.

9.- La racionalidad tecnológica

 

En la actualidad la tecnología ha llegado a convertirse en un fin en sí misma. Parece actuarse como si el desarrollo tecnológico fuese uno de los fines últimos de las sociedades modernas. Esto se pone de manifiesto desde el momento en que el uso de la tecnología se rige por los siguientes "ideales":

            1. Neutralidad: Se mantiene que la tecnología es neutral, no es, de por sí, buena ni mala; todo depende de los fines para los que se utilice. En principio esto parece correcto; pero existe otra lectura de esta idea: parece como si se quisiese decir que, al ser neutral, no debe ponérsele traba alguna en su expansión incontrolada.

            2. Instrumentalidad. Todo puede ser objeto de manipulación y transformación tecnológica, incluido el ser humano. Se manifiesta así una voluntad de dominio total sobre la realidad.

            3. Lo que tecnológicamente se puede hacer, hay que hacerlo, porque la innovación será provechosa, dependiendo del uso que se haga de ella.

            4. Principio de autocorrección: si la aplicación de una tecnología produce efectos no deseados, otra tecnología pondrá remedio. No debe haber marcha atrás: los problemas producidos por la tecnología se solucionan con más tecnología.

            5. Principio de la fatalidad: el desarrollo tecnológico no tiene límites; el proceso es imparable. La Exposición Universal de Chicago (1933) se abría con este lema: "La ciencia descubre / la ciencia aplica / el ser humano se resigna".

            6. El principio de eficacia: La eficacia se mide en función del ahorro de tiempo y de capital invertido. El cálculo se realiza frecuentemente sin tener en cuenta la degradación ambiental, el costo social, etc.

            7. El progreso exige sacrificios, lamentables, pero necesarios e inevitables.

La tecnología se convierte así en algo que puede llegar a escapar de las manos humanas; parece gozar de una capacidad de desarrollo independiente, de una lógica interna propia, escapando a todo control ético-político. Es lo que se conoce como racionalidad tecnológica, una racionalidad que responde a la ambición irrefrenable de poder y dominio de la naturaleza. Los griegos llamaron a esta soberbia humana hybris (desmesura): la mayor afrenta a los dioses. Ernst Jünger (1895-1998) considera que esta época puede ser interpretado como una "época de los Titanes" (seres mitológicos que se rebelaron contra los dioses y fueron destruidos por ellos): los hombres se han convertido en nuevos titanes que se atreven a desafiar a la naturaleza mediante la técnica. Sin embargo, los dioses castigaron a los titanes de la leyenda; quizá también la técnica termina fracasando ante la naturaleza: así interpretaron muchos es desastre del hundimiento del transatlántico Titanic, hundido en 1912, como un símbolo del orgullo pretencioso del hombre y del fracaso de la tecnología humana a la hora de dominar la naturaleza.

 

10.- La teoría crítica     

 

La tecnología parece ser hoy en día el máximum de racionalidad alcanzada por el conocimiento humano: todo está previsto y controlado. Sin embargo, los filósofos de la denominada Escuela de Frankfurt (H. Marcuse, 1878-1979; Th. Adorno, 1903-1969; M. Horkheimer, 1895-1973; J. Habermas, nac. 1929), han elaborado frente a esta idea la denominada Teoría crítica. Todos ellos vivieron la experiencia de la profunda irracionalidad e inhumanidad del nazismo: se dieron cuenta de que el ideal del nazismo era crear una dictadura tecnológica, basada en la manipulación genética y en la realización de terribles experimentos con seres humanos, que culminaron en el holocausto de los campos de concentración. Frente a este horror, estos filósofos se propusieron salvar al individuo contra de la opresión tecnológica y todo tipo de represión.

 

Observaron que la irracionalidad y la opresión del ser humano no son tanto una secuela del nazismo como algo propio de la sociedad industrial capitalista. Al ser perseguidos por el nazismo, ya que muchos eran judíos, se percataron de que, de manera diferente, la opresión del ser humano era allí tan cruel como en el ámbito del nazismo. Se propusieron entonces llevar a cabo un análisis crítico de la racionalidad tecnológica occidental, que parece ocultar, en realidad, una tremenda irracionalidad.

El optimismo tecnológico consideraba que el progreso técno-científico iba aparejado a un progreso moral social y político (una sociedad más justa y más libre); pero la teoría crítica denuncia que, por el contrario, ese progreso técnico más que haber servido de instrumento liberador se ha convertido en un mecanismo ideológico de alienación y opresión del ser humano. La sociedad opulenta se caracteriza por ls superproducción, incrementando constantemente la cantidad de mercancías, la creación incesante de necesidades para consumir más. Las técnicas de publicidad, ayudadas por la capacidad de persuasión de los mass media nos empujan a crearnos nuevas necesidades y al despilfarro, mientras las dos terceras partes de la humanidad perecen en una absoluta miseria.

     El análisis más interesante es el llevado a cabo por Herbert Marcuse en su famoso libro El hombre unidimensional (1964). En esta obra pone de manifiesto que la primacía de la técnica por encima de cualquier otro valor conduce a un hombre-masa, cuyo interés no es ser mejor, sino tener más cosas. Usa la técnica en su beneficio sin evaluar los problemas que el uso desmedido de ella puede acarrear a él mismo y a su entorno vital. Se trata de un sujeto amoral. Muestra la distorsión existente en la sociedad moderna entre la razón tecnológica y administrativa y la profunda irracionalidad de la vida moderna: es irracional que, pese a la existencia de medios y riquezas suficientes para todos, numerosas personas se encuentren en situación de extrema pobreza; que la paz se mantenga a costa de la amenaza de la guerra, que se utilicen los deportes para masificar y dirigir los afectos y voluntades de los seres humanos, que existan numerosos individuos carentes de sentido crítico, que caen en manos de un consumismo masivo y de la publicidad, que la tecnología se canalice a través de los mass media para manipular la conducta de los individuos a través de la "telebasura", fomentando unas opiniones superficiales y groseras.


               Esta irracionalidad de la tecnología se debe a que, según los filósofos de la Escuela de Frankfurt, el progreso de nuestra sociedad se ha orientado sobre todo hacia el desarrollo de las ciencias físico-matemáticas, y el incremento de la eficacia industrial, empleándose la razón como un simple instrumento para conseguir fines científicos, técnicos y económicos, olvidando otras dimensiones esenciales de la vida humana, como los aspectos morales, la paz, la realización de las personas o su capacidad creadora.

               En nuestra época domina un absoluto cientificismo, teoría que defiende que no existen más conocimientos válidos que los proporcionados por las ciencias positivas. Con ello, el conocimiento científico y tecnológico mismo se convierte en irracional, porque tiende a olvidar las diferentes dimensiones de los seres humanos y tiende a cosificar a éstos.

               Los pensadores de la Escuela de Frankfurt son pesimistas respecto a una posible salida a esta situación; frente a la racionalidad instrumental de la técnica se limitan a proponer otro uso de la razón: una racionalidad crítica que contribuya a poner en evidencia los abusos y errores de la sociedad tecnológica, que convierte a los seres humanos en simples instrumentos del proceso productivo, contribuyendo a emancipar o liberar a los seres humanos. Un campo en el que esa razón crítica tiene una amplia perspectiva de acción es, según Adorno, el ámbito del arte y la música: ambos utilizan la razón, pero sin desvincularla del sentimiento, y no buscan dominar al objeto conocido; de manera que el arte y la música se pueden utilizar de forma crítica, para denunciar los abusos de este mundo completamente “administrado”, demostrando que “otro mundo es posible”.

 

TEMA 6.- EL PROBLEMA DEL SABER METAFÍSICO

 

 

1.-        Los problemas fundamentales de la metafísica hasta la Revolución Científica moderna

 

2.-        Materialismo e idealismo. El problema de Dios: Teísmo, ateísmo y agnosticismo.

 

3.-        La filosofía tras la crisis de la metafísica: Razón teórica y razón práctica.

 

4.-        Otros modelos de razón: el pensamiento salvaje y la razón poética.

 

 

* * *

 

1.-        Los problemas fundamentales de la metafísica, hasta la Revolución Científica Moderna

 

            Los principales problemas metafísicos que estudió la filosofía antigua y medieval, hasta la Revolución Científica moderna (que, como dijimos, tuvo lugar en el siglo XVII), fueron, principalmente, los siguientes:

           

                A)   EL PROBLEMA DE LA NATURALEZA: Los primeros filósofos griegos se ocuparon en primer lugar del estudio de la naturaleza (“physis”); por eso, también se les denomina “físicos”. Su proyecto fue conocer el principio (“arjé”) de la naturaleza, es decir, aquel ser o seres del que surgen todos los seres, y al que finalmente retornan tras su desaparición o muerte. Consideraron que ese principio es Divino, pero racional. Así, encontraron que, aunque la naturaleza aparece ante nuestros sentidos dispersa en múltiples seres, mantiene una unidad de fondo, garantizada por leyes racionales.

                B)   Relacionado con la naturaleza se planteaba además otro importante problema: el PROBLEMA DEL MOVIMIENTO O DEVENIR, conectado con el concepto del “tiempo” y el “cambio”: ¿Por qué se mueven los seres del universo? ¿Por qué cambia la realidad? ¿Qué leyes rigen el movimiento? ¿Qué es el tiempo? A esta cuestión se dieron dos respuestas: Mientras que los filósofos grecorromanos mantuvieron que el tiempo el circular, y que todos los seres surgen del Principio, siguiendo un eterno retorno, en el que todo se repite, los filósofos cristianos, árabes y hebreos de la Edad Media mantuvieron una concepción lineal del tiempo: Dios ha creado el tiempo y el movimiento, y ambos se dirigen hacia el futuro, sin repetirse jamás

                C)   El PROBLEMA DEL SER: ¿Cuál es el “verdadero ser”, es decir, la “verdadera realidad” de las cosas? Este problema se plantea porque los hombres conocemos el mundo a través de dos instrumentos: los sentidos y la razón. Sin embargo, cada uno de ellos nos habla de la realidad de manera diferente: 1) Los sentidos nos hablan de individualidades, de cosas concretas, con cualidades distintas que cambian continuamente; 2) la razón, por el contrario, abstrae, prescinde del cambio y conoce conceptos generales. Entonces, ¿cómo es la realidad, como nos la describen los sentidos, o como la conoce la razón?

 

2.-        Materialismo e idealismo. El problema de Dios: teísmo, ateísmo y agnosticismo

 

            Existen básicamente dos respuestas diferentes a la pregunta por el ser o verdadera realidad de las cosas, que recorren toda la historia de la filosofía hasta nuestros días: el MATERIALISMO y el IDEALISMO.

            A) MATERIALISMO: Los filósofos materialistas han considerado que la verdadera realidad, el verdadero ser, se conoce por los sentidos y es la materia. En relación con el problema de Dios, los filósofos materialistas suelen mantener del ateísmo (niegan la existencia de Dios), o del agnosticismo (consideran que resulta imposible saber si existe Dios o no).

                A.1) En la Antigüedad, los materialistas más importantes fueron Heráclito de Éfeso (h. 550-480 a.C.), quien mantenía una concepción dialéctica de la realidad (es decir, consideraba que la realidad es material; la materia se encuentra en permanente devenir, y el movimiento se explica por la actuación de fuerzas contrarias, que impulsan los cambios de la naturaleza), y Demócrito de Abdera (460-370 a.C.), quien afirmaba que todos los seres de componen de átomos y vacío. Los dioses son también puramente materiales, están formados por átomos muy sutiles, y no se ocupan para nada de los asuntos humanos.

                A.2) En la época moderna, fueron materialistas los filósofos franceses P. Gassendi (1592-1655) y La Mettrie (1709-1751), con su famoso libro El hombre máquina (1748)Estos filósofos, llamados “libertinos”, negaban la existencia del alma y de Dios: el cuerpo es una simple máquina, y el pensamiento un producto del cerebro.

                A.3) En la época contemporánea, los filósofos materialistas más destacados han sido K. Marx (1818-1883) y V. I. Lenin (1870-1924). Distinguen dos materialismos: el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. El materialismo dialéctico explica los procesos dinámicos de la naturaleza en base a las fuerzas contradictorias que en ella existen; el materialismo histórico, por su parte, explica los procesos históricos teniendo en cuenta las contradicciones que se producen entre diversas fuerzas económicas, sociales y políticas, enfrentadas entre sí.

                Dentro de los filósofos materialistas contemporáneos, el ateísmo es la posición más común. Destaca, en este aspecto, el filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), quien en su libro La esencia del cristianismo (1841) sostiene que el concepto de “Dios” surge de lo que él llama la “alienación religiosa” del ser humano; es decir, el hombre, a lo largo de la historia, proyecta todas sus propiedades positivas en un ser fantástico imaginario divino, en el que el ser humano sitúa la belleza, la justicia, la bondad, etc., elevando esas propiedades, que le pertenecen a él, a un grado infinito, y luego “olvida” que ese ser es fruto de su imaginación, y se somete a él. Según Feuerbach, es necesario superar la alienación religiosa del ser humano, acabar con la idea de Dios, y recuperar para el ser humano esas propiedades que ha perdido por la mencionada alienación. Solo el ateísmo hará al ser humano verdaderamente libre.

                B) IDEALISMO: Los filósofos idealistas consideran que el verdadero ser de las cosas sólo lo conoce la razón, la mente, y es espiritual o ideal. Se trata de un ser que es eterno y no cambia jamás, de manera que los objetos que contemplamos a través de los sentidos en realidad no existen, son sólo aparentes y pueden reducirse a ideas de nuestra razón.

                B.1) En la Antigüedad y la Edad Media se planteó un idealismo objetivo. En esta corriente destaca Platón (427-347), quien considera que la verdadera realidad son las ideas, seres perfectos y eternos, como los números, las figuras geométricas, o las ideas de justicia y belleza, que no cambian jamás, y que los seres sensibles imitan más o menos imperfectamente. Los filósofos medievales, como San Agustín (s. V), o Santo Tomás de Aquino (s. XIII), consideraron que las ideas son los pensamientos eternos de Dios, quien habría creado todos los seres a partir de esos modelos o prototipos, existentes en su Entendimiento Infinito. Además, mantuvieron el “teísmo”, es decir, la idea de que Dios existe, y es posible demostrar su existencia.

                A tal efecto, los filósofos medievales formularon diversos argumentos. Por ejemplo, San Anselmo de Canterbury (siglo XI) formuló el llamado “argumento ontológico”, según el cual, Dios tiene que existir, porque se define como un ser “infinito”, y a un ser infinito, por tener infinitas propiedades, no puede faltarle la propiedad de “existir”. Santo Tomás de Aquino, por su parte, trató de demostrar la existencia de Dios mediante las llamadas “Cinco vías”; se trata de cinco argumentos que se basan en ciertos hechos de la experiencia del mundo: la existencia del movimiento, las causas que en él hay, el hecho de que unos seres son creados por otros, la existencia de diversos grados de perfección, y el complejo orden y finalidad que parece haber en la naturaleza, para concluir que tiene que existir un ser omnipotente y omnisciente que ha producido esos efectos en la naturaleza. En suma: como cualquier objeto existente tiene una causa que lo ha producido, el mundo también ha de tenerla, y esa causa no es otra que Dios.

 

                B.2) En la Edad Moderna, el filósofo y matemático René Descartes (1596-1650) mantuvo el idealismo subjetivo: lo que verdaderamente existe es el alma, es decir, el Yo pensante y sus ideas matemáticas (“pienso, luego existo”), mientras que cabe dudar de la existencia del mundo exterior.

                B.3) Finalmente, en la época contemporánea, estuvo vigente, a comienzos del XIX, el idealismo absoluto o romántico, propuesto por el filósofo alemán Hegel (1770-1831), quien consideraba que la realidad fundamental es la Idea infinita, o Espíritu Absoluto (= Dios), que se manifiesta de dos maneras: en la Naturaleza infinita y en la historia humana (a través de la idea de libertad, objeto de una aproximación infinita).

 

3.-        La filosofía tras la crisis de la metafísica: Razón teórica y razón práctica

 

            La metafísica fue la ciencia más importante hasta aproximadamente el siglo XVII; a partir de ese momento, entró en crisis, debido a un acontecimiento trascendental: la Revolución científica moderna, impulsada por Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton (1642-1727), que condujo a la progresiva independencia de las ciencias respecto de la filosofía.

                Desde entonces, la filosofía se ha convertido en un modelo de saber que aparece claramente diferenciado de las ciencias: éstas poseen su propio método de investigación, que ya hemos visto es el método hipotético-deductivo.

            El avance de las ciencias hizo que la metafísica comenzase a decaer: muchos filósofos y científicos empezaron a pensar que no era una ciencia, y mucho menos que fuese la ciencia más importante. La pregunta era: ¿por qué avanzaban las nuevas ciencias, como la física o la química, mientras que la metafísica seguía sin poder explicar nada claramente sobre Dios o el alma? 

                La respuesta más interesante a esta pregunta la dio el filósofo francés Auguste Comte (1798-1857), quien mantenía la denominada “ley de los tres estadios”. A juicio de Comte, la humanidad ha pasado, a lo largo de su historia, por tres estadios: el teológico, el metafísico y el positivo. En el primero, los sucesos de la realidad se explican acudiendo a la intervención de agentes sobrenaturales (mitología y religión); en el segundo, los procesos de la realidad se explican mediante conceptos abstractos, confusos y oscuros (como sucede en la metafísica, con sus ideas de “sustancia”, “alma”, “Espíritu absoluto”); finalmente, con la Revolución Científica moderna, la humanidad ha ingresado en lo que Comte llama el estadio positivo, en el que el hombre reconoce la imposibilidad de dar una explicación absoluta de los fenómenos, y se limita a buscar una explicación “positiva”, es decir, “científica”, de los mismos.

            Tras el desplome de la metafísica, la filosofía, separada de las ciencias, se vio obligada a reformular su cometido. Ha dejado, poco a poco, de ocuparse del estudio de la naturaleza, que quedó encomendado a las ciencias particulares (física, química, biología, etc.), y ha abandonado las cuestiones relacionadas con Dios o el alma (que han pasado al ámbito de la teología).

            Actualmente se acepta la distinción planteada por el filósofo alemán I. Kant (1724-1804) entre el uso teórico y el uso práctico de la razón humana. La razón teórica tiene que ver con el conocimiento científico de la realidad, mientras que la razón práctica es la que tiene que ver con la acción del hombre, es decir, con la sociedad, la ética y la política.

            Pero las ciencias actuales han alcanzado un gran desarrollo, debido a su excesiva especialización; pero eso mismo les impide tener una concepción global de la realidad. Se necesita, por tanto, un saber interdisciplinario -la filosofía-, que se ocupe de sintetizar los diversos conocimientos sobre la realidad de que disponen actualmente las ciencias, para construir una concepción global de la realidad y del puesto del ser humano en ella, adecuado a las necesidades y la mentalidad de nuestra época. Para lograr este objetivo, como afirma el filósofo español Xavier Zubiri (1898-1983), ciencia y filosofía deben colaborar: “La filosofía –dice Zubiri- necesita de las ciencias, igual que las ciencias necesitan de la filosofía.”

 

3.-        Otros modelos de razón: el pensamiento salvaje y la razón poética

 

            Los usos teórico y práctico de la razón no son los únicos que existen. Hay otros dos importantes usos de la razón, que han cobrado fuerza durante la segunda mitad del siglo XX en filosofía: lo que se ha denominado el “pensamiento salvaje” y la razón poética. Han sido reivindicados por pensadores que han revisado el paso del mito al logos, considerando que en dicha separación se produjo un error que ha condicionado toda la historia de Occidente.

                Aunque la filosofía y la ciencia se separaron de la religión y del mito en la antigua Grecia, el pensamiento mítico-religioso no desapareció, sino que siguió vigente en el mundo del arte, la literatura, la música, etc., constituyendo lo que el antropólogo Claude Lévi-Strauss (1908-2009) llama el “pensamiento salvaje”.

                En su libro El pensamiento salvaje (1962), Lévi-Strauss señala que existen dos tipos de pensamiento: en primer lugar, el pensamiento científico, que se ha canalizado a través de la filosofía y la ciencia, y que es racional, porque se basa en conceptos abstractos, y establece relaciones entre signos formales. Lévi-Strauss lo llama “pensamiento domesticado”, porque se mueve en un marco formal rígido y su intención es dominar la realidad.

                Frente a él se encuentra el “pensamiento salvaje”, que es el que emplean los pueblos “primitivos” con sus mitos, folclore y religión, y que en nuestra cultura constituye el mundo del arte, la literatura, la música, etc. No se trata de un pensamiento inferior al otro, sino de un pensamiento distinto, más libre, pues se basa en intuiciones sensibles y establece relaciones entre sensaciones y objetos: Para Lévi-Strauss el arte es el refugio del pensamiento “salvaje”, no domesticado y libre, en un mundo como el actual, donde el pensamiento filosófico y científico han desplazado a los mitos, el folclore y la religión, base de la creatividad humana.

                Algo semejante mantienen el psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1981) y la filósofa española María Zambrano (1904-1991). Jung considera que los mitos nos hablan de lo que él llama el “inconsciente colectivo” de la humanidad, es decir, una serie de verdades sobre la vida y el hombre que comparten todos los seres humanos, que solo pueden expresarse simbólicamente, y que escapan al lenguaje matemático de la ciencia.

                Por su parte, María Zambrano, en su libro Filosofía y poesía (1939), sostiene que en un principio el pensamiento humano se expresaba poéticamente a través de la mitología; pero luego, al separarse la filosofía y la ciencia de los mitos, en Occidente ha predominado cada vez de forma más exclusiva la razón científico-tecnológica, lo que ha conducido a la crisis generalizada que sufre nuestra civilización (lo que ella describe como la “agonía de Europa).

                Frente a esta situación, María Zambrano revindica la razón poética, es decir, una razón integradora, que aúna razón y sentimiento, y que no se impone a la vida, sino que trata de vincularse a ella, como sucede en el ámbito de la poesía y del arte. La razón poética, en definitiva, no es irracional, sino un tipo peculiar de razón, que, al contrario de la razón científica, es capaz de conocer íntimamente la verdad de la vida.

TEMA 7.- EL SER HUMANO DESDE LA ANTROPOLOGÍA Y LA PSICOLOGÍA. EL PROBLEMA MENTE-CUERPO

 

 

1.-        El hombre, “animal cultural”

 

2.-        Cultura y civilización

 

3.-         Teorías antropológicas sobre la diversidad cultural

 

4.-          El ser humano desde la psicología.

 

5.-          El problema mente-cuerpo.

 

 

* * *

 

 

1.-        El hombre, "animal cultural"

 

                Aunque en el hombre se dan comportamientos instintivos (por ejemplo, el comportamiento parental, o sexual), éstos carecen de la rigidez animal, al estar muy moldeados por la cultura y el aprendizaje. El comportamiento humano es corregible, mejorable y puede ser reorientado hacia finalidades no biológicas, sino culturales o sociales. “Comer” es un instinto; pero “comer un alimento preparado de cierta manera” es un acto cultural o social.

                El concepto de “cultura” reúne las ideas del Homo sapiens y del Homo faber, es decir, la faceta intelectual y la faceta material, o técnico-productiva, del hombre. La cultura, más que la naturaleza, es, por tanto, lo que constituye primariamente al hombre, al que puede definirse como el “animal cultural” por excelencia.

 

2.-        Cultura y civilización

 

                La definición tradicional de "cultura" la dio el antropólogo británico Edward B. Tylor (1832-1917) en su libro La cultura primitiva (1871): "Cultura es el complejo de conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras aptitudes y hábitos que el hombre adquiere como miembro de un grupo humano."

                La antropología cultural es la ciencia cuyo objeto de estudio es la cultura. Los antropólogos distinguen entre la cultura material, que está constituida por productos materiales y artefactos creados por un grupo humano, y la cultura mental, de la que forman parte las creencias sociales, valores y normas que rigen la vida de dicho grupo

                Los rasgos esenciales de la cultura son los siguientes:

                1.- La cultura es un modo supra-orgánico de adaptación, pues le permite al ser humano adaptarse de forma más versátil y eficaz al medio que la mera adaptación biológica, al tiempo que satisface sus necesidades, tanto psicológicas como materiales. En este sentido, la cultura moldea a los seres humanos, siendo el principal factor de “humanización”.

                2.- Las culturas tienen un carácter histórico: Tanto la naturaleza como la cultura cambian con el tiempo. Al cambio que experimentan los seres vivos se le denomina, como hemos visto, “evolución”, y se basa en la transmisión y modificaciones de los “genes”; el cambio que experimentan las culturas recibe el nombre de “historia”, y se basa en la transmisión de los “memes” (término introducido, entre otros, por Dawkins y Jesús Mosterín), o unidades culturales. Las culturas, por tanto, están en constante proceso de renovación, y este proceso de cambio y renovación cultural a lo largo del tiempo recibe el nombre de “historia”.

                3.- Las culturas son sistemas de símbolos compartidos, que proporcionan un sentido u orientación a la vida humana, así como una forma de ver el mundo y de interpretar la realidad. En este sentido, una cultura puede ser enfocada, en antropología, desde dos perspectivas: la perspectiva EMIC y la perspectiva ETIC (términos introducidos por el lingüista Kenneth Lee Pike (1912-2000), a partir de los términos “phonemic” y “phonetic”). El punto de vista “Eric” es el que adoptan los propios participantes de una cultura, viviéndola “desde dentro”, mientras que la perspectiva “etic” es la que adopta el observador externo, es decir, el antropólogo, que ha de esforzarse por mantener su neutralidad, y liberarse en la medida de lo posible de sus propios parámetros culturales, para entender la cultura que está estudiando de una forma objetiva.

                Por otra parte, hay que diferenciar entre “cultura” y “civilización”. Se entiende por "civilización" un conjunto de rasgos generales, que caracterizan a un conjunto de culturas que guardan una relación entre sí. ”Cultura” tiene un sentido más parcial y civilización más global. Una civilización es la agrupación cultural más abarcadora, el nivel de identidad cultural más amplio que puede distinguir a un ser humano de otro (por ejemplo: la civilización occidental, la civilización islámica…).

 

3.- Teorías antropológicas sobre la diversidad cultural

 

                La antropología cultural estudia las diferencias entre las culturas, procurando no hacer valoraciones, porque su objetivo es describir fielmente los diversos modos de vida. Ante el fenómeno de la diversidad cultural se han formulado diversas teorías por parte de las escuelas antropológicas más relevantes:

 

                a) El evolucionismo unilineal. Esta corriente tiene como representantes a L. H. Morgan (1818-1881) y a E. B. Tylor (1832-1917), y adopta el paradigma evolucionista darwiniano. Se denomina "evolucionismo unilineal", porque considera que todas las culturas han pasado, o pasarán, por idénticas fases de desarrollo, en una misma escala evolutiva: salvajismo (caza y recolección), barbarie (agricultura y metalurgia) y civilización (culturas de carácter urbano y conocimiento de la escritura). Esto le permite establecer una jerarquía de las culturas, de la menos desarrollada a la más desarrollada.

 

CULTURA A: Salvajismo – Barbarie – Civilización              Jerarquía        > Civil.

CULTURA B: Salvajismo – Barbarie                                    cultural

CULTURA C: Salvajismo                                                                             < Civil.

 

                La investigación de estos evolucionistas pretendía explicar la existencia de culturas extremadamente primitivas en nuestros días. Llegaron a la conclusión de que estas culturas pueden identificarse con la cultura prehistórica, es decir, que los pueblos primitivos son como “restos fósiles” de nuestro pasado.

                b) El difusionismo. Tiene su origen en la denominada Escuela de Viena, integrada por Fritz Graebner y Wilhelm Schmidt., quienes introdujeron el concepto de “ciclo cultural”, una extensión territorial, cubierta por un tipo de cultura material y espiritual (religión, arte, industria, etc.), que se expresa en determinados patrones culturales. El difusionismo intenta explicar la diversidad cultural a través de los contactos que cada cultura ha tenido con otras a lo largo del tiempo.

                Esta escuela distingue entre las culturas que han difundido pautas culturales o culturas emisoras y las culturas que han recibido las influencias de las emisoras, o culturas receptoras.

 

                c) El particularismo histórico. Fue defendido por F. Boas (1858-1942), quien introdujo el concepto de “área cultural”. Atendiendo a las condiciones naturales, físicas, etc. en las que se desarrolla un tipo u otro de vida humana, mantiene que no existen regularidades en la evolución de las culturas, sino que cada cultura es única. Cada cultura es fruto de una adaptación singular al contexto. Esta teoría no establece jerarquías y considera que las distintas culturas tienen igual valor.

 

                d) El funcionalismo. Sus representantes más destacados son B. Malinowski (1884-1942), con su obra Una teoría científica de la cultura (póstuma, 1944) y A. R. Radcliffe-Brown (1881-1955). En España, su principal representante ha sido Julio Caro Baroja (1914-1995), con su libro Análisis de la cultura (1949). Recibe la influencia del biólogo Jacob von Uexküll, quien, en su libro Meditaciones biológicas (1942), mantiene que cada ser vivo mantiene una unidad funcional con el medio ambiente que le rodea; análogamente, cada cultura supone un “círculo de funciones”. Los objetos de dicha cultura tienen significado para el grupo, por cumplir funciones diferentes, de manera que, para comprender una cultura, hay que conocer la función que desempeñan los objetos que ha creado dentro de ella. Para esta corriente, la cultura se construye en función de las necesidades biológicas y psicológicas de un grupo humano; por ello, explica la diversidad cultural como diferentes formas de respuesta a dichas necesidades.

                e) El estructuralismo. Tiene como figura clave a Claude Lévi-Strauss (1908-2009), con sus obras Totemismo (1963) y Tristes Trópicos (1961). Mantiene que las diferencias culturales son manifestaciones de unas estructuras mentales inconscientes, que subyacen en todas las culturas.

 


                Por ejemplo, la estructura básica del parentesco, que tienen todas las culturas, presenta diversas manifestaciones: en unas culturas la poligamia, y en otras la monogamia; en otras, la poliandria. Su objetivo, pues, es encontrar esas estructuras del pensamiento sobre las que se configuran las diversas costumbres.

                Al final de su vida, Julio Caro Baroja mantuvo una posición afín al estructuralismo. En Sobre la función de los arquetipos en historia, literatura y folklore (1979), libro en el que combina las tesis de Levi-Strauss con la teoría de los arquetipos de Jung, sostiene que las culturas, a pesar de las particularidades que las hacen diferentes, y de su distancia en el tiempo y en el espacio, mantienen una continuidad de temas y problemas esenciales para el hombre. Se trata de arquetipos o ideas inconscientes (Jung), que cambian con el tiempo, ajustándose a ciertas condiciones histórico-sociales concretas.

                f) El neoevolucionismo. Fue iniciado por Leslie White (1949, The science of culture), y continuado por Julien Steward y Roy Rappaport, todos ellos fundadores de la ecología cultural Para esta corriente antropológica, cada cultura es un sistema de adaptación al entorno. No aceptan un concepto de evolución unilineal como el del siglo XIX, sino multilineal, pues para ellos no existe una única línea que oriente el desarrollo de las culturas, sino múltiples patrones de desarrollo; de manera que las diferentes culturas son el resultado de adaptaciones diferentes ante contextos distintos.

 

                No se puede distinguir entre culturas inferiores o superiores; sólo hay culturas diferentes, con distintos niveles de desarrollo. Por tanto, para establecer una jerarquía de culturas sería preciso aclarar qué criterio estamos utilizando, pues no es lo mismo elegir como criterio el "nivel del desarrollo tecnológico", "la calidad de las relaciones humanas" o "el respeto por la naturaleza": Según el criterio elegido, varía la clasificación. Esta teoría pide que no se utilicen los valores de nuestras respectivas culturas para establecer relaciones de superioridad o inferioridad con otras.

                g) El materialismo cultural. Defendido con fuerza por Marvin Harris (Vacas, cerdos, guerras y brujas, 1974; Caníbales y reyes, 1977; El materialismo cultural, 1979), considera que los factores demográficos, tecnológicos, económicos y ambientales explican la diversidad cultural. La evolución de cada cultura está totalmente determinada por esos elementos materiales.

           

                h) La antropología simbólica. Está representada por Clifford Geertz, David Schneider y Víctor W. Turner (1967, La selva de los símbolos). Considera las diferentes culturas como sistemas de símbolos compartidos, que aportan una determinada forma de ver en mundo y de interpretar la realidad. Según esta corriente, es preciso estudiar cada cultura como un texto que debe interpretarse. Para ello tenemos que salir de nuestra cultura y acercarnos a las demás, intentando comprenderlas y valorarlas desde ellas mismas.

 

4.- El ser humano desde la psicología

                Las principales teorías sobre la personalidad del ser humano, elaboradas desde la psicología son las siguientes:

 

a)       Teorías psicodinámicas: han sido las elaboradas por el creador del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), y sus seguidores, los psicoanalistas.

 

        Para Freud, existen en la mente humana procesos inconscientes, que determinan nuestra personalidad consciente. Según Freud, la parte consciente de la mente, o el yo, está influido por la parte inconsciente de la mente o Ello. El primero se regula por el principio de realidad; el segundo, por el principio del placer. En el inconsciente se encuentran los contenidos psíquicos reprimidos (inaceptables o peligrosos para el sujeto, así como los instintos de agresividad y muerte (Thanatos) y sexual (Libido o Eros). Esos contenidos psíquicos inconscientes tratan de salir al exterior, y satisfacerse, buscando el placer, pero se ven reprimidos por la censura psíquica o por el Super-Yo, una estructura moral de la mente. No obstante, tales contenidos no desaparecen: siguen activos en el fondo del inconsciente, y desde allí retornan (retorno de lo reprimido), tratando de satisfacerse mediante lo que Freud llama “formaciones sustitutivas”, es decir, fantasías, imágenes, símbolos y sueños, que dan una salida camuflada o desviada a esos contenidos peligrosos o sexualmente inadmisibles. El papel fundamental de los sueños para entender el fondo de la personalidad humana, lo expuso Freud en su libro más importante: La interpretación de los sueños (1900).

 

        Por otra parte, para Freud, la personalidad del individuo se va desarrollando en función de la evolución que experimenta su sexualidad, y pasa por cuatro fases: oral (la sexualidad y el placer se fijan en la boca y la succión; fase anal: la sexualidad y el placer quedan fijados en la regulación de los esfínteres; fase fálica (la sexualidad y el placer quedan fiados en el propio cuerpo); fase genital (la sexualidad y el placer se proyectan en los vínculos heterosexuales y las relaciones interpersonales).

 

        Cada una de estas etapas otorga ciertos rasgos de personalidad al sujeto, y si se produce lo que Freud llama una “fijación” de la sexualidad, la personalidad adquiere los rasgos propios de esa etapa.

 

        Las teorías de Freud han sido criticadas, corregidas y desarrolladas por muchos de sus discípulos:

 

-       C. G. Jung (1875-1961) señaló que, además de inconsciente personal de cada individuo, hay un inconsciente colectivo, común a todos los seres humanos, que es la parte más profunda de la mente, y en él se hallan los “arquetipos” , o símbolos más originales de la humanidad, que aparecen en todas las culturas. También distinguió dos tipos de personalidades: la del extrovertido y la del introvertido.

 

-       Alfred Adler (1870-1937) señaló que es importante en la evolución de la personalidad el complejo de inferioridad, que puede compensarse con una voluntad de superioridad o no compensarse, dejando al sujeto en inferioridad de condiciones, a la hora de enfrentarse a los retos que le marca la sociedad.

 

-       Karen Horney (1885-1952) se fijó en la necesidad de seguridad que siente el niño para desarrollar su personalidad. Esto depende de su relación con los padres, dando lugar a tres tipos de personalidad: el sumiso, el agresivo y el desprendido (no establece relaciones).

 

-       Erich Fromm (190-1982) sintetizó la teoría psicológica de Freud con la teoría socioeconómica de Marx, y señaló que la personalidad no es solo un proceso psicológico, sino también social: el ser humano tiene miedo a la libertad, y por tanto tiende a dominar a los otros o a someterse a ellos. Las formas de relación social dan lugar a diversos tipos humanos: receptivos, explotadores, acumulativos, mercantiles o productivos, que buscan amar y crear. Esta última es la forma de personalidad más sana y aceptable.

 

-       Erik Erikson (1902-1994): señala que la personalidad va cambiando y desarrollándose a lo largo de toda la vida del sujeto. En cada etapa de su vida el individuo se enfrenta con divrsas tareas, siendo su resultado un logro o un fracaso, y esto condiciona el ulterior desarrollo de su personalidad. Tanto los logros como los fracasos marcan la identidad personal del sujeto.

 

b)      Teorías del rasgo y del tipo:

 

        Se denomina “rasgo de personalidad” a un modo específico de comportamiento o una disposición de un determinado sujeto a responder de cierta manera. Un conjunto de rasgos de personalidad constituye un “tipo” humano (es decir, una clase de individuos caracterizados por rasgos comunes). Son modelos de comportamiento, con los que los individuos concretos coinciden más o menos.

 

        G. Allport distingue en su teoría de los rasgos entre: rasgos comunes (compartidos por mucha gente), rasgos individuales (propios de una sola persona), rasgos cardinales (determinan toda la conducta de una persona), rasgos centrales (aquellos que bastan para definir a una persona), rasgos secundarios (aparecen esporádicamente, e incluso pueden discrepar de los rasgos generales).

 

        Los médicos de la Antigüedad elaboraron una teoría de los tipos humanos muy famosa. Galeno (s. II d.C) distinguía cuatro temperamentos, es decir, cuatro tipos humanos, dependiendo del humor (o fluido) que predominase en el sujeto: sanguíneo (predomina la sangre), flemático (predomina la flema o linfa), colérico (predomina la bilis amarilla) y melancólico (predomina la bilis negra).

 

        Partiendo de esta clasificación, H. J. Eysenck ha establecido una tipología de la personalidad basada en la estabilidad-inestablidad // extroversión-introversión: estables extrovertidos, estables introvertidos, inestables extrovertidos e inestables introvertidos.

       

        W. Sheldon y E. Kretschmer elaboraron la llamada teoría de los biotipos: según ellos, la personalidad tiene un fuerte componente genético y fisiológico, de manera que la estructura del cuerpo determina directamente la personalidad básica del sujeto.

 

        Sheldon distingue tres biotipos: endomorfo (grueso), Mesomorfo (constitución fuerte) y ectomorfo (delgado), mientras que Kretschmer distingue tres biotipos, que son equivalentes a los anteriores: pícnico (ciclotímico), atlético (explosivo) y leptosomático (estable e introvertido).

 

c)       Teorías conductistas de la personalidad:

 

        Los psicólogos conductistas, como J. Dollard y N. Miller, reducen los rasgos de la personalidad a hábitos de conducta, que se aprenden ante ciertos estímulos, y que, si enraízan en el sujeto, terminan matizando toda su personalidad.

 

        Estos rasgos de comportamiento se convierten en hábitos, dependiendo de los refuerzos o castigos que recibimos de los demás en el entorno social. Por tanto, para los conductistas, la personalidad se puede cambiar, dependiendo del aprendizaje al que se someta al individuo.

 

d)      Teorías cognitivas de la personalidad:

 

        Es la teoría elaborada por G. A. Kelly. Según Kelly, el ser humano estructura el mundo y anticipa los sucesos que van a acontecer en él; estas estructuraciones son los programas que utiliza el individuo para actuar y constituyen su personalidad. Cada sujeto posee una estructura personal diferente, porque estructura el mundo de manera diferente a los demás, pareciéndose la personalidad de aquellos sujetos que estructuran el mundo de forma parecida (por ejemplo: “optimistas” y “pesimistas”).

 

e)      Teorías humanísticas de la personalidad:

 

        Son las teorías de Allport, Maslow, y sobre todo Carl R. Rogers. Sostienen que el y del sujeto, su auténtica personalidad debe autodesarrollarse, pero los eberes sociales someten al yo, y le impiden desarrollarse plenamente.

 

        Rogers utilizo la técnica psicológica del “counseling” (asesoramiento), en la que invitaba al paciente a verbalizar libremente sus sentimientos, hasta que termina por aceptarse a sí mismo y comienza a desarrollar su propia personalidad (es decir, deja de ocultarse tras una máscara, deja de someterse a las exigencias que le imponen los demás, deja de esforzarse por agradarles, empieza abrrise a nuevas experiencias y terminan por confiar en sí mismos):

 

Yo auténtico                                                   Yo falso (mascara)                                 Yo integrado

(oculto, experiencias reprimidas)                 sometido a las experiencias                  Desarrolla su

Sociales                                                  propia experien-

                                                                                                                                      cia vital.

        Así, los psicólogos humanistas pretenden recuperar el yo original del sujeto, que debe ser conducido a su plena autorrealización.

 

5.- El problema mente-cuerpo

               

                A) El problema alma-cuerpo es históricamente anterior al problema mente-cerebro.

 

                El problema del alma surge como respuesta a dos preguntas distintas: 1) Pregunta científica: ¿qué mueve los cuerpos? 2) Pregunta religiosa: ¿Cuál es el destino del ser humano tras la muerte? A estas cuestiones se puede responder de dos maneras: mediante el monismo o mediante el dualismo.

                A) Monismo. Se entiende por "monismo" cualquier doctrina filosófica o científica que sostenga que todos los seres de la realidad, aunque parecen distintos tienen una estructura fundamental única, o sea, se reducen a una sola sustancia. Hay tres tipos de monismos: el monismo materialista (materialismo); el monismo espiritualista (espiritualismo) y el monismo neutral.

 

                a) Materialismo. Para el materialismo la única realidad es la materia, que constituye la estructura básica de los cuerpos. A la pregunta ¿qué mueve los cuerpos? contesta diciendo que la materia se mueve por sí misma; está dotada de automovimiento. Esta idea aparece ya en Demócrito de Abdera (ss. V-IV adC) y en Epicuro de Samos (s. III adC): todo se compone de partículas materiales indivisibles (átomos), que se mueven espontáneamente en el vacío. El alma es también un cunjunto de átomos; mueve al cuerpo, pero muere con él. Otros filósofos materialistas fueron La Mettrie, D'Holbach (s. XVIII), Marx y Engels (s. XIX).

 

                b) Espiritualismo. Es la forma de monismo opuesta al materialismo. Afirma que la única realidad existente es el espíritu inmaterial, la mente o el alma, que es inmortal. Los cuerpos son una pura ilusión, representaciones mentales, que no existen realmente. El principal filósofo espiritualista fue el irlandés George Berkeley (1685-1753).

 

                c) Monismo neutral. Según el cual, materia y espíritu, cuerpos y almas, no son sino manifestaciones de una substancia única, desconocida. Para algunos como B. Spinoza (1632-1677) esa substancia es Dios; para otros como E. Mach (1838-1916) es la energía, o para Eduard von Hartmann (1842-1906), lo inconsciente.

 

                B) Dualismo. Es aquella teoría que afirma que existen dos tipos de realidades completamente diferentes y separadas: los cuerpos y la mente, la materia y el espíritu.

 

                Los dualistas consideran que la materia es inerte, por lo que el movimiento que posee el cosmos se debe a un ser inmaterial que lo impulsa. Para Platón (s. V-IV adC) es el "alma del mundo"; para Aristóteles (s. IV adC) es el "motor inmóvil"; para Descartes (1596-1650) es Dios mismo el que mueve el universo.

 

                Para los dualistas el espíritu o alma es inmortal, aunque el cuerpo muere. A nivel religioso, el dualismo es muy antiguo; existía en Egipto y en la India. En Grecia se encontraba en el orfismo y en los grupos pitagóricos de Italia meridional (s. VI adC), y se encuentra vinculado a la doctrina de la reencarnación. Pasa a Platón, que añade un nuevo elemento: el destino final del alma es el mundo inmaterial y superior de las Ideas. El cristianismo (San Agustín, Santo Tomás) y otros muchos filósofos como R. Descartes han sido dualistas: para todos ellos el hombre está compuesto de dos substancias: cuerpo (mortal) y alma (inmortal).

                B) El problema alma-cuerpo se ha convertido en nuestra época en el problema de la relación entre mente y cerebro.

 

                El principal problema que se plantea hoy en día es el siguiente: ¿qué relación existe entre los procesos mentales y los procesos físicos cerebrales? ¿Cómo interactúan mente (inmaterial) y cerebro (material)? Las teorías más recientes son generalmente materialistas, y sostienen que los procesos mentales son producidos por procesos físicos. Son las siguientes:

 

                a) Teoría de la identidad. La sostienen H. Feigl y J. J. Smart. Es un reduccionismo: sostiene que los estados mentales se reducen a estados físicos del cerebro. Así, del mismo modo que decimos que "el agua" no es sino H2O", debemos decir también que el "dolor" no es sino "alteraciones en determinadas fibras cerebrales."

 

                b) El funcionalismo. Se debe a H. Putnam y J. Fodor. En la década de los 90 es la última teoría de que se dispone. Afirma que aunque los procesos mentales son producidos por procesos físicos, no se identifican con ellos.

 

                c) El emergentismo. Teoría sostenida por J. C. Eccles y K. Popper en la obra El yo y su cerebro (1980). Afirma que la mente emerge de los procesos cerebrales, dotada de propiedades imprevisibles y nuevas, superiores. Las propiedades del agua, p. ej. son emergentes en el sentido de que son nuevas (no son ni las de H ni las de O), pero son propiedades del mismo tipo (físico-químicas).

 

                C) La máquina se ha tomado como modelo de la mente. La comparación del ser humano con una máquina es antigua: se encuentra ya en René Descartes (1596-1650), para quien los animales y también el cuerpo humano lo es, aunque, según Descartes, el cuerpo humano estaría dotado de un espíritu inmaterial. El médico-filósofo francés J. O. de la Mettrie (1709-1751), en su libro El hombre máquina (1747), observó que las enfermedades del cuerpo pueden modificar los estados del alma; por eso concluyó que ésta depende del cuerpo, y en concreto del cerebro. Para La Mettrie el ser humano es una máquina que puede pensar; incluso planteó la idea de la posible fabricación de una máquina humana, por parte de un "nuevo Prometeo" (mítico creador del hombre en la mitología griega), basándose en que J. de Vaucanson (+1782) había diseñado ya autómatas muy complejos (un "flautista" mecánico).

 

                La tesis fue retomada por Mary Shelley (1797-1851), que en su novela Frankenstein, o el moderno Prometeo (1817) presentaba la creación de un monstruo humano a partir de fragmentos de cadáveres (quizá quiso demostrar la "monstruosidad" de comparar un ser humano con una máquina).

 

                B. Pascal (+1642) y G. Leibniz (+1716), por su parte, habían concebido la idea de crear una máquina "capaz de pensar". Concebían ambos el pensamiento humano como "cálculo"; siguiendo esta idea, Leibniz construyó una máquina calculadora en 1673, con la que pretendía reproducir la actividad mental humana. Para Leibniz la mente era como un "molino de ideas", lleno de diversos engranajes.

 

                Finalmente, la idea de una "máquina pensante", anticipada por estos autores, culminó en la denominada Máquina de Turing, base de los cerebros electrónicos antuales (ordenadores). Se trata de una máquina "inteligente" que procesa información.

 

                En el curso de investigaciones realizadas en 1936, cuando estudiaba en Princeton, el matemático inglés A. M. Turing (1912-1954) presentó un MODELO DE COMPUTABILIDAD, conocido como "máquina de Turing". No se trata propiamente de una máquina, sino de un modelo para construir máquinas computadoras. Estas son ejemplificaciones de la "máquina de Turing", que puede ser considerada como la "máquina universal". Consiste en una serie de instrucciones para dar ciertos pasos en secuencia. El conjunto de pasos forma un programa. La máquina queda programada para ejecutar una tarea específica, que resulta cumplida cuando se han dado todos los pasos, o ejecutado todas las instrucciones.

 

                Turing se planteó el problema de si una máquina de tipo universal puede pensar. Entendía por "pensamiento" (inteligencia) la realización de un conjunto de tareas definidas. Si n alega que para una tarea definida, T, se requiere conciencia, entones, si una máquina M ejecuta la tarea, puede decirse que M tiene conciencia. El tener conciencia es definido por Turing, por consiguiente, en función de la ejecución de una tarea.

 

                A Turing se le opusieron las siguientes objeciones: a) La máquina, una vez programada, no puede equivocarse, no puede derviarse del programa; b) El sistema nervioso de un ser humano no es una máquina; c) La conducta humana es informal, mientras que la de la máquina es formal; d) "Pensamiento" no equivale a "ejecución de una tarea definida"; y e) Ser consciente no significa ejecutar ninguna tarea definida.

 

                Los avances en el terreno de las "máquinas pensantes" han conducido a que hoy en día, dada la dificultad de estudiar la mente, se utilice frecuentemente como modelo para entender su funcionamiento el ordenador, puesto que éste parece simular bastante satisfactoriamente el funcionamiento de la mente. Las ciencias que estudian hoy día la mente tomando como modelo de referencia el ordenador son las denominadas ciencias cognitivas: a) Filosofía de la mente; b) Teoría del conocimiento; c) Psicología cognitiva; d) Neurociencia; y e) Ciencia de la computación (Inteligencia Artificial).

 

                D) ¿Qué estructura posee la mente? Se trata también de un problema sumamente antiguo. Algunos filósofos del pasado (Aristóteles, s. IV adC; Kant, 1724-1804) mantenían la teoría de las facultades del alma: el alma posee diferentes poderes o potencialidades, que se encuentran jerarquizados: facultad de conocer, facultad de sentir y facultad de desear; otros, como D. Hume (1711-1776) mantenían el asociacionismo: la mente no es sino una especie de "teatro" misterioso, en el que se suceden unas ideas a otras, enlazándose entre sí según una serie de leyes de asociación (ley de la semejanza, ley de la contigüidad, ley de la causa-efecto).

 

                Hoy en día las ciencias cognitivas toman al ordenador como modelo de la mente, por conguiente, se considera que, al igual que en el ordenador debemos distinguir: 1) La máquina física (hardware) y 2) los programas (software), los cuales procesan 3) la información, en el ser humano tenemos algo parecido: 1) el cerebro (hardware); 2) las estructuras mentales (software); y 3) la información ofrecida por los sentidos.

 

                Siendo esto así, nos podemos plantear los siguientes problemas:

 

                a) Las estructuras de nuestra mente (el software) ¿son construidas por la mente, o son innatas (al igual que un ordenador puede traer programas incorporados de fábrica)? Sobre esta cuestión hay dos posturas enfrentadas:

 

                a.1) CONSTRUCTIVISMO. Es la teoría de J. Piaget (1896-1980); para Piaget, todas las estructuras cognoscitivas y todos los contenidos del conocimiento son construidos por el sujeto en su relación con el medio ambiente desde su infancia. La mente es un sistema que se organiza a sí mismo; todas sus estructuras (esquemas cognitivos) son autoconstruidas.

 

                a.2) INNATISMO. Las investigaciones más recientes no están demasiado de acuerdo con Piaget. Parece que existen más elementos innatos de los que Piaget concedía. Noam Chomsky (nac. 1928) considera que los seres humanos están dotados, de modo innato de un sistema de organización intelectual que podríamos denominar "estado inicial" del entendimiento.

 

                La mente, pues, posee estructuras innatas y contenidos cognitivos (ideas), es decir, programaciones transmitidas genéticamente, que se activan en contacto con el medio ambiente. Esas estructuras (p. ej. las estructuras del lenguaje) no son aprendidas ni construidas por el sujeto. La mente humana posee, pues, un sistema de conceptos innatos, que le permiten comprender y clasificar las cosas del mundo.

 

                ¿Constructivismo o innatismo? ¿Cuál es la "buena" teoría? Difícil opción. No son teorías en sí mismas irreconciliables. Ambas exigen que se admita la existencia de estructuras mentales: unas de ellas pueden ser innatas y otras haber sido construidas por el sujeto.

 

                b) El cerebro, ¿trabaja como una totalidad, o está estructurado en módulos y redes neuronales?; en otras palabras: ¿cuál es la estructura del cerebro (el hardware)? Las últimas investigaciones, nos ofrecen, de nuevo, una alternativa:

 

                b.1) MODULARIDAD. Se puede pensar que el ordenador es una sola máquina con un procesador único que realiza todas las tareas. la tesis de la "modularidad de la mente", difundida por J. Fodor y Chomsky (1983) dice que no es así. El cerebro se compone de "módulos" independientes y "sistemas centrales".

 

                El cerebro no funciona como un todo. Hay que compararlo con una enorme cantidad de ordenadores independientes entre sí (= módulos) que envían datos a un ordenador central. Los módulos cerebrales son conjuntos de neuronas fuertemente interconectadas entre sí, con una localización anatómica precisa y con una función específica. Según Fodor, las principales características de los módulos son las siguientes:

 

                1ª) Son específicos de dominio. Es decir, hay un módulo para cada tarea (o dominio) específica.

                2ª) Son automáticos. Es decir, se disparan sin más cuando los órganos sensoriales les hacen llegar información.

3ª) Son rápidos.

                4ª) Se encuentran encapsulados, es decir, funcionan con independencia de los demás módulos y de los conocimientos del sistema central.

 

                La tarea de los "sistemas centrales" (el ordenador central) es la siguente: examinan simultáneamente las representaciones que suministran los distintos sistemas de entrada (los módulos) y la información en ese momento almacenada en la memoria y, partiendo de estas diversas fuentes de información, elaboran la hipótesis más probable de todas las posibles acerca del estado de cosas de la realidad.

 

                b.2) CONEXIONISMO. Ésta es la más reciente interpretación de la estructura del cerebro. Ha nacido del intento de superar una de las más graves deficiencias de los ordenadores clásicos. Éstos se han mostrado extremadamente lentos e imprecisos en tareas en las que el cerebro humano muestra una desconcertante rapidez y seguridad, p. ej., en el reconocimiento de rostros. ¿Qué es lo que falla en la arquitectura de los ordenadores, que para otras tareas -p. ej. los cálculos matemáticos- son mucho más potentes y rápidos que el cerebro? Para resolver este problema nacieron los modelos conexionistas, o modelos PDP (PROCESAMIENTO DISTRIBUIDO EN PARALELO).

 

                * Procesamiento en paralelo. Los ordenadores corrientes son seriales, es decir, realizan las operaciones una tras otra. Si la mente humana también las realiza de la misma manera -p. ej. las operaciones de un cálculo matemático-, entonces los ordenadores son más rápidos (las neuronas son más lentas que los circuitos electrónicos). Pero resulta que otras tareas las realiza el cerebro funcionando en paralelo y el cerebro procesa gran cantidad de información simultáneamente, de golpe. Entonces el cerebro gana al ordenador, que procesa en serie.

 

                * Procesamiento distribuido. Las representaciones en el cerebro no tienen carácter local (neuronas especializadas que concentrran toda la información), sino que se encuentran distribuidos en redes de neuronas. Las neuronas de una red se encuentran unidas por un entramado de interconexiones. Una misma red se encarga de una tarea; supongamos, el reconocimiento de rostros. Por otro lado, el ordenador clásico es una máquina en la que el más mínimo error en una sentencia de programación hace que el ordenador no la reconozca. En cambio, la mente humana funciona según el "poco más o menos". La red de neuronas es, pues, probabilística y establece analogías (por lo cual soporta un alto nivel de "ruidos" o distorsiones (p. ej. si la conexión neuronal "abcdefghi..." produce la salida: "mi abuela", también la producirá probablemente la conexión "abkdefgh-...", en la que en lugar de "c" aparece "k" y no existe "i"). Esto puede provocar algún error, pero tiene ventajas, porque la pérdida de algunas conexiones, o el deterioro de algunas neuronas puede resultar irrelevante.

                ¿Modularidad o conexionismo? El modelo PDP se opone a la existencia de módulos encapsulados y especializados; y propone una arquitectura cerebral más "difusa" y "distribuida", en la que las redes neuronales son abiertas y flexibles.

 

                Además, las redes de neuronas pueden aprender, estableciendo nuevas conexiones y salidas. Y quizá son resultado del aprendizaje. Muchos investigadores piensan que módulos y redes no se excluyen, sino que se refieren a diversos niveles de procesamiento; nada impide pensar, parece, que los módulos tengan una arquitectura interna de carácter conexionista.

 

                E) La memoria.

 

                Un aspecto fundamental de la mente es la memoria. La memoria es la función o estructura mental a la que más atención han dedicado las ciencias cognitivas, dada su importancia fundamental en los ordenadores. Sin memoria no existiría la mente.

 

                La memoria se define en general como la capacidad de los organismos vivos para adquirir, retener y utilizar información. La psicología cognitiva actual ha demostrado que en la mente: 1) No existe "una" memoria, sino múltiples "sistemas de memoria"; 2) Las memorias tienen una localización cerebral precisa: una lesión localizada no suele afectar a toda la memoria, sino únicamente a una de las memorias.

 

                La teoría actual de la memoria es la teoría "multialmacén", elaborada por Atkinson y Shiffrin (1968).

                El modelo se explica así:

               

                1º) Las señales físicas (estimulaciones) se reciben en los órganos sensoriales (sensorial) y son retenidas durante muy pocos segundos en el almacén de información sensorial (memoria sensorial). La cantidad de información recogida en este primer almacén es enorme, pero sólo una parte pasará al siguiente almacén: la atención realiza una función de filtro.

 

                2º) La información pasa a continuación a un segundo almacén, conocido como memoria a corto-plazo (MCP). Su capacidad es limitada; sólo puede mantener unos pocos items de información, y únicamente durante unos pocos segundos. La MCP es el escenario donde manipulamos la información, por eso es llamada también memoria de trabajo o memoria operatoria. Habría un "bucle de mantenimiento" que permite la repetición de la información.

 

                3º) De la MCP, la información puede pasar a un tercer y definitivo almacén: la memoria a largo--plazo (MLP), la cual se compone de subalmacenes. De momento se han podido detectar estos tres: 1) La memoria semántica (que contiene nuestro "conocimiento del mundo"; 2) la memoria episódica (acontecimientos de nuestro pasado), y 3) la memoria procedimental (procedimientos, destrezas y habilidades aprendidas).

 

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TEMA 8.- LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE EL SER HUMANO Y EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA

 

1.- El hombre, “animal racional”

 

2.- Razón y pasión. Filosofías irracionalistas

 

3.- El hombre, “microcosmos”

 

4.- El hombre en el existencialismo

 

5.- El hombre en el personalismo

 

6.- El hombre en el estructuralismo

 

7.- La especulación en torno al transhumanismo

 

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1.- El hombre, “animal racional”

 

            La concepción “clásica” del ser humano, dominante en filosofía desde la época grecorromana hasta el siglo XVI, aproximadamente, concebía al hombre como un “animal racional” (según la definición de Aristóteles, retomada por Tomás de Aquino), es decir una sustancia, dotada de cuerpo (parte animal) y alma (parte racional).

En la concepción clásica del ser humano, por tanto, lo que define propiamente al hombre es el intelecto, es decir, su pensamiento o razón; las pasiones le vinculan en cambio, con su parte inferior e innoble, meramente animal.

 

2.- Razón y pasión. Filosofías irracionalistas

 

A) La dualidad mente/cuerpo corre paralela a la dualidad razón/pasión en el ser humano. En efecto, junto al aspecto racional de la mente humana está su faceta irracional o pasional. Se trata de un conjunto de fuerzas o energías, como las emociones, los sentimientos y la voluntad que muchas veces llegan a ser superiores e imponerse a la mera racionalidad. A este conjunto de fuerzas y energías se lo denomina genéricamente pasiones. Así en el hombre frente a la luminosidad de la razón aparece el fondo oscuro de la pasión.

 

La idea de que en el hombre existe una misteriosa energía psíquica, una fuerza radical, que le lleva a conservar la existencia y a vivir más plenamente se encuentra en numerosos filósofos desde la Antigüedad Clásica. Los estoicos (s. III adC.) hablaron de la hormé, tendencia o esfuerzo de los seres a conservar y aumentar la vida; B. Spinoza (1632-1677) denominó a esta tendencia “conatus”, considerando que la alegría es su expresión más característica; F. Nietzsche (1844-1900) afirmará que "todo ser viviente hace cuanto puede, no por conservarse, sino por ser más", llamando a ese esfuerzo por ser más "voluntad de poder".

 

Ha sido, sin duda Sigmund Freud (1856-1939) quien más ha destacado el carácter energético de nuestro psiquismo. Por eso a su teoría, el Psicoanálisis, se le ha denominado "psicología dinámica". Freud llamó a los deseos fundamentales que agitan nuestra mente pulsiones, reduciéndolas a dos: pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación. La energía de las pulsiones sexuales recibe el nombre de "libido". No obstante, la terminologia es ambigua: Freud a veces considera que las pulsiones propiamente dicha son las sexuales, mientras que las necesidades de autoconservación (nutrición, defecación, actividad muscualar...) las denomina simplemente necesidades. Más tarde modificó su teoría, y unió las pulsiones de autoconservación y sexuales en una única pulsión, el "Eros", añadiendo una pulsión nueva, la pulsión de muerte (o "Thanatos").

 

B) El irracionalismo es aquella doctrina que sostiene que la razón humana está absolutamente sometida a la pasión y a la voluntad. Algunos autores han considerado que la pasión y la voluntad son fuerzas poderosísimas que dominan todo, incluso la razón. Así sucede por ejemplo en el caso de D. Hume (1711-1776), que afirmaba que "la razón es y debe ser esclava de las pasiones y no pretender otra función que la de servirlas y obedecerlas".

 

Sin embargo, las dos teorías irracionalistas más famosas son las de Arthur Schopenhauer (1788-1861), para quien la razón se subordina a lo que él denomina la voluntad de vivir, y Friedrich Nietzsche (1844-1900), para quien la razón se subordina a lo que denomina la voluntad de poder.

 

a) Para Schopnehauer, el mundo es voluntad y representación. Por medio del conocimiento científico conocemos el fundo como representación, el mundo tal como se nos aparece; pero lo que hay detrás de esa representación, la esencia del mundo, la sentimos en nuestro interior: es la voluntad. Ésta es interpretada como energía, como fuerza irracional que poseen todos los seres (inorgánicos y orgánicos, incluido el ser humano). La energía de la Naturaleza es la voluntad de vivir y de sobrevivir a todos los obstáculos posibles. La Voluntad es la fuerza que impulsa a todos los seres a seguir viviendo; pero se trata de una fuerza desconocida, de la que sólo sabemos sus resultados y manifestaciones, esto es, su despliegue en el mundo a través de los seres que se esfuerzan por permanecer y vivir.

 

En el ser humano la voluntad se manifiesta a través del cuerpo. Para Schopenhauer, nuestro cuerpo no es otra cosa que la voluntad hecha visible. Frente al cuerpo, la inteligencia o razón es un simple instrumento de la voluntad, cuyo objeto es satisfacer los deseos de ésta.

 

La irracionalidad de la voluntad de vivir se traduce en una continua lucha por la vida en todos los seres, lo que provoca, según Schopenahuer un sufrimiento o dolor universal. Para Schopenhauer sólo la contemplación del arte, sobre todo de la música (experiencia estética), y el ascetismo, la renuncia a la violencia, puede hacer que la razón se libere del dominio de la voluntad, deje de desear y, por consiguiente, de sufrir.

 

b) F. Nietzsche, seguiendo el camino abierto por Schopenhauer, interpreta el cuerpo como el lugar en el que se dan cita todas las fuerzas humanas (deseos, afectos, sentimientos, emociones, pulsiones, etc.), esto es, como el lugar propio de las pasiones, siendo la voluntad de poder la pasión que se erige por encima de todas las demás como primera y primordial. La característica fundamental de la voluntad de poder es que supone un engrandecimiento, potenciación o elevación de la vida.

 

Para Nietzsche lo que verdaderamente mueve al ser humano no es el deseo de conocer, sino el deseo de dominar y elevar la vida. Para Nietzsche no existe un conocimiento desinteresado, sino que detrás de todo conocimiento está la pasión por el poder. En este sentido, la razón no resulta ser más que un mero instrumento, muy útil, de la voluntad de poder. Es bueno lo que aumenta el poder vital, lo que eleva la vida en general; malo lo que la depotencia o degrada. Para Nietzsche es el arte la actividad que exalta la vida, elevándola al máximo, pues el artista presenta modelos ideales, perfectos, que provocan la exaltación de nuestra emoción y sentimiento.

 

La voluntad de poder se manifiesta en lo que Nietzsche denomina el superhombre, término con el que designa aquellos individuos que son "fieles a la tierra" y tratan de potenciar la vida al máximo, llevando una existencia plena y creativa. Un buen ejemplo del superhombre son los grandes artistas, los grandes creadores de la Humanidad. Frente a ellos se encuentran aquellos otros individuos cuya voluntad es débil, que no aman la vida y confían siempre en la ilusión quimérica de un más allá superior, como el cristiano. Para Nietzsche, los que así piensan pasan la vida esclavos de sus propias ilusiones y quimeras. La moral cristiana, en la medida en que busca la afirmación de la persona en otro mundo, es una moral de esclavos, basada en engaños y vanas ilusiones. Debe ser sustituida, por consiguiente, por una moral de señores, esto es, de hombres libres, que vivan fieles a los ideales de la única realidad existente: la realidad sensible, tratando de mejorarla y potenciarla al máximo.

 

3. El hombre, “microcosmos”

 

            También existe la concepción del ser humano como un “microcosmos”. La mantuvo, entre otros, la pensadora alemana Hildegard von Bingen (1098-1179) en su libro Scivias, aunque estuvo vigente sobre todo durante el Renacimiento (siglos XV-XVI).

Los filósofos renacentistas, como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Paracelso, Agruppa de Nettesheim, Giordano Bruno, Juan de Herrera, John Dee o Robert Fludd) mantuvieron el hermetismo, una filosofía esotérica, atribuida al legendario sabio egipcio Hermes Trimegisto, según la cual el hombre constituye una imagen reducida, o un compendio, de todo el universo (macrocosmos). Por este motivo, los hermetistas del Renacimiento eran partidarios de la magia y la astrología, pues creían que existe una estrecha relación entre el macrocosmos (el universo) y el microcosmos (el ser humano). Confiaban, asimismo, en la posibilidad de crear talismanes u horóscopos, que describiesen la influencia de los astros sobre el ser humano, o acumulen el poder de las estrellas, para utilizarlo mágicamente. Los magos del Renacimiento comenzaron a desaparecer, con el triunfo progresivo de la Revolución Científica Moderna, aunque incluso Newton todavía cultivó el hermetismo, paralelamente a su labor como científico moderno.



Este concepto del hombre como microcosmos pasó posteriormente a doctrinas esotéricas contemporáneas, como la Antroposofía, fundada por Rudolf Steiner (1861-1925). Según Steiner, “el alma humana está inmersa como microcosmos en el macrocosmos”, de manera que debe superar las fuerzas oscuras de Lucifer y Ahrimán (que él identifica con el materialismo y el consumismo), y unirse a las fuerzas positivas de la naturaleza, para desarrollarse espiritualmente. También algunos físicos contemporáneos, como David Bohm, o Fritjof Capra, han propuesto recuperar esta concepción del universo y del hombre, en el marco de la física cuántica.

        

4. El hombre en el existencialismo

La filosofía existencialista, representada por el francés Jean-Paul Sartre (1905-1980), con su novela La náusea (1938) y el ensayo El existencialismo es un humanismo (1945), afirma que la característica central del hombre es su libertad. El ser humano (ser-para-sí) se diferencia de los objetos (seres-en-sí) porque está “condenado a ser libre”, es decir, no posee un ser definitivamente constituido, y tiene que otorgárselo a sí mismo a lo largo de su existencia, actuando libremente. 

El existencialismo es ateo: mantiene que Dios no existe, y por tanto no puede ayudar al hombre a la hora de decidir qué hacer con su existencia: La existencia del hombre se reduce a la nada y al absurdo: el hombre, sin Dios, está solo, sin excusas, y únicamente él ha de responder de sus acciones, dando sentido a una existencia que por sí misma carece de él. En suma: cada uno es responsable de sí mismo y de sus acciones; pensar lo contrario es actuar, como dice Sartre, de “mala fe”.

La compañera sentimental de Sartre, la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) aplicó el existencialismo al feminismo en su libro El segundo sexo (1949), donde trata de probar que la mujer no nace, sino que se hace, y debe de conquistar su ser ejerciendo su libertad, igual que el hombre.

El tercer gran filósofo existencialista francés es Albert Camus (1913-1960), quien en sus libros El mito de Sísifo (1942) y El hombre rebelde (1951) define al hombre también como un ser absurdo: la existencia humana carece de sentido y de finalidad, y, por consiguiente, es el hombre mismo quien debe dar sentido a su vida a través de su libertad y su capacidad de rebelión ante cualquier intento de suprimir o coartar ese atributo, que le distingue de cualquier otro ser del universo.

 

5. El hombre en el personalismo

 

El personalismo cristiano de Emmanuel Mounier (1905-1950) define al hombre como persona, es decir, un ser que se caracteriza, ante todo, por su libertad y su capacidad de compromiso con los valores éticos, que ha de realizar en la sociedad y en la historia.

     En sus libros Revolución personalista y comunitaria (1935) y Manifiesto al servicio del personalismo (1936), así como en la revista Ésprit, que fundó en 1932, Mounier mantiene que el cristianismo es la religión que se caracteriza por defender a la persona humana, frente a cualquier tipo de opresión; en este sentido critica al catolicismo oficial, que se ha aliado con el capitalismo y los valores economicistas de la burguesía, creando una sociedad deshumanizada. Mounier defiende el carácter transpersonal de la persona, por cuanto toda persona tiene la vocación de abrirse a las demás personas, a través del amor; como afirma Mounier: “Existir es amar”.

Mounier propugna, por consiguiente, establecer un diálogo entre el cristianismo y el marxismo, ya que ambos reivindican la dignidad del ser humano y la defienden contra cualquier injusticia u opresión; pero rechaza el materialismo marxista, ya que, a su juicio, el valor moral de la persona humana, como ser espiritual, sitúa a ésta por encima de toda materia y de cualquier sistema político o económico.

6. El hombre en el estructuralismo


Finalmente, los filósofos estructuralistas franceses -como Michel Foucault (1926-1984), en su libro Las palabras y las cosas (1966)- mantienen que el concepto del “hombre” no es eterno, sino que tiene un origen histórico, que coincide con las estructuras propias de la moderna sociedad democrática y burguesa, centrada en la economía capitalista.

Dado que el concepto de “ser humano” depende de multitud de estructuras socio-económicas, que cambian con el tiempo, quizás dicho concepto cambie también en el futuro, pudiendo incluso llegar a desaparecer, o perder su significado, tal como hoy lo entendemos.

7. El proyecto transhumanista

La tecnología va sustituyendo, poco a poco, el medio “natural” por el medio “tecnológico”, llegando, incluso, a invadir al propio ser humano, dentro del llamado “programa transhumanista”.

 

El programa transhumanista fomenta el empleo de la ciencia y la tecnología para mejorar las capacidades mentales y físicas del hombre, mediante una progresiva fusión entre el hombre yl as máquinas, hasta crear una sociedad posthumana.

 Esta teoría fue formulada por Julian Huxley en 1957, y luego retomada en 1972 por Robert Ettinger, que creó el concepto “transhumanidad”.

En 1988, a medida que se expandió la cibercultura, el filósofo Max Marc expuso la teoría posthumanista en su libro Principes of Entropy (1990).

En 1998, los filósofos Nick Bostrom y David Pearce fundaron la World Transhumanist Association (WTA).

 

 

Desde entonces, teóricos como Raymond Kurzweil (1948) consideran que nos estamos aproximando a una singularidad tecnológica, a la síntesis entre hombre  y máquina, sobre todo a través de la nanotecnología y los implantes cerebrales.

 



 

 

Tema 9. ÉTICA, DERECHO Y JUSTICIA

I ) FUNDAMENTOS DE LA ACCIÓN MORAL: LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

   1.-La especificidad de la acción moral.

 

   2.-El problema de la libertad. "Libertad" versus "Determinismo".

 

   3.-La moral como hecho social.

 

   4.-Dimensión personal de la moral.

 

   5.-La justificación moral: diferencia entre ética y moral.

 

   6.-El juicio y la argumentación morales: la conciencia.

 

2) FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL: PRINCIPALES TEORÍAS ÉTICAS.

   1.- Las éticas finalistas o teleológicas.


   2.- Las éticas del deber.


   3.- Las éticas del valor.


   4.- Las éticas dialógicas.


3) DERECHO Y JUSTICIA


   1.- Definición del derecho.


   2.- Iusnaturalismo.


   3.- Positivismo jurídico.


   4.- Teorías de la justicia.

 

* * * *

I) FUNDAMENTOS DE LA ACCIÓN MORAL: LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD



1.- La especificidad de la acción moral

 

Tras estudiar al ser humano desde el punto de vista antropológico-cultural psicológico y filosofico, pasaremos ahora a ocuparnos de lo que en filosofía se llama la acción práctica del ser humano, es decir, la acción moral.

 

El conocimiento científico nos dice lo que es el mundo y el ser humano; la técnica nos muestra lo que el ser humano puede hacer con el mundo, consigo mismo y con los demás seres humanos; la moral, por último, nos dice qué debemos y qué no debemos hacer con el mundo, con nosotros mismos y con los demás seres humanos.

 

Los animales no son "malos" (es decir "inmorales"), sino amorales: no tienen moral, ni la necesitan, pues su vida está programada por el instinto. En cambio, el ser humano -aunque, como vimos, también posee algunos instintos- no se ve constreñido por ellos a la acción. Es libre y tiene que elegir entre una amplia gama de posibilidades, lo que va a hacer. Aquí está la gran diferencia con el animal. Y aquí es donde se encuentran las raíces de la moral: no es sólo que el ser humano se vea en la necesidad de elegir, sino que sabe que debe hacer una buena elección. Con lo cual ya nos encontramos con los dos términos morales fundamentales: "deber" y "bien".

 

2.- El problema de la libertad. "Libertad" versus "Determinismo"

 

La característica fundamental del ser humano, que hace posible su acción moral es la libertad, que, como dice H. Bergson, es un dato inmediato de nuestra conciencia, algo de lo que tenemos experiencia inmediata.

 

Se distinguen dos sentidos del término "libertad": la libertad externa y libertad interior. La primera es la libertad de acción, es decir, la ausencia de constricciones exteriores para realizar nuestros actos; se traduce, sobre todo, en la libertad política. La segunda es la libertad de la voluntad, es decir, nuestra capacidad para querer o no querer hacer algo; también se la llama "libre albedrío" o "libre arbitrio".

 

A pesar de que no parece lógico negar que somos libres, muchos científicos y filósofos han sostenido el determinismo, es decir, la idea de que el ser humano no es libre, sino que sus actos están absolutamente determinados por causas exteriores.

 

El determinismo se basa en la validez general del principio de causalidad. Ciencia y Filosofía han estado en general de acuerdo en considerar la Naturaleza como un encadenamiento necesario de causas y efectos. Todo acontecimiento es un efecto necesario de una causa; por consiguiente, todo cuanto sucede está ya predeterminado y es previsible. La formulación más fuerte de esta consecuencia se debe al matemático y astrónomo francés Pierre-Simon de Laplace (1749-1827). Así pues, si todo en la Naturaleza -y el ser humano forma también parte de ella- sucede necesariamente (según causas que actúan conforme a leyes), ¿dónde está la libertad del ser humano? El filósofo holandés B. Spinoza (1632-1677) sostuvo que la libertad es una pura ilusión: nos creemos libres porque muchas veces ignoramos las causas que nos llevan a actuar: "No hay en el alma ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma es determinada a querer esto o aquello por una causa, que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito."

 

     El determinismo ha sido combatido por pensadores que afirman que la existencia de la libertad humana es indudable. K. Popper (nac. 1902), p. ej. ha señalado que nuestro universo es en parte causal, en parte probabilista, por lo que está abierto a nuevas posibilidades: los actos humanos abrirían nuevos caminos, imprevistos en el universo. Kant (1724-1804), por su parte, afirma que la libertad consiste en la capacidad del ser humano para autodeterminarse a sí mismo, es decir, para ser él mismo causa de sus actos. Por último, el filósofo francés Albert Camus (1913-1960), en su libro El hombre rebelde, ha señalado que existe un fenómeno que prueba de modo absoluto la libertad humana: la capacidad para decir no, la capacidad de rebelión ante una situación injusta, lo que implica que el hombre sabe que otras situaciones más justas son posibles y deseables.

Quizá la posición más coherente sea la de J. Ortega y Gasset (1883-1955) y J. P. Sartre (1905-1980): la libertad del individuo está siempre "condicionada", es decir, determinada por la circunstancia que le rodea. Es una libertad que depende de una situación dada, y está sometida a unas condiciones que la hacen posible y la limitan. La situación ofrece al sujeto una serie limitada de posibilidades entre las que debe elegir a la hora de actuar.

 

3.- La moral como hecho social

 

En cada circunstancia o situación el ser humano se ve obligado a elegir su comportamiento. El problema es que es difícil elegir y, sobre todo, es difícil elegir bien.

 

El ser humano, con todo, no puede estar decidiendo a cada instante qué va a hacer. La sociedad le facilita normas de conducta que el niño, desde muy pequeño aprende. Ese conjunto de norma es lo que llamamos "moral". La moral se definiría, pues, como un conjunto de normas o reglas de acción y de valores vigente en una determinada sociedad, que indica lo que en esa sociedad se considera "bueno" y un "deber".

 

Toda sociedad cuenta con un código de normas morales. El modo como los miembros de la sociedad aceptan esas normas y las practican se llama moralidad. Puede darse, por tanto una "inmoralidad" pública, o puede darse el caso de que el código de normas pierda vigor y comience a disolvrse: es una etapa de anomía, que suele dar lugar a fases de corrupción en la sociedad. Se sale de esta situación si las normas que han caído en desuso son substituidas lentamente por otras nuevas, reconstruyéndose el código moral, que puede ser más o menos permisivo que el anteriormente vigente.

 

La moralidad es, pues, un hecho social. Esto se manifiesta mediante un tipo de lenguaje especial, con el que valoramos a nivel social los actos morales: el lenguaje prescriptivo, que usamos ordinariamente para expresar normas y principios de comportamiento, para juzgar, criticar o elogiar una conducta, para aconsejar, recomendar u ordenar una acción. Además, la moralidad es un hecho social porque se encuentra a la base del Derecho. El Derecho pretende ser la institucionalización jurídica de una parte del código moral vigente en una sociedad.

 

Todas las sociedades cuentan además con otro tipo de códigos, que ya no son morales. P. ej. el código de cortesía: quien lo contraviene ya no es calificado de "inmoral", sino como "grosero". Y siempre es posible que alguien respete un código y no otro: se puede ser moral y grosero, o inmoral y bien educado. Sin embargo, lo más normal es que la contravención de estos otros códigos implique algún tipo de responsabilidad moral. P. ej. ser grosero puede implicar desprecio a los demás; saltarse el código de circulación puede poner en peligro la propia vida o la de los otros... Es decir: que el código moral y el Derecho pueden exigir que se respeten los otros códigos vigentes en una sociedad.

 

4.- Dimensión personal de la moral

 

Aunque la moral es un hecho social, tiene también un componente individual, o personal. En efecto, las normas morales no son como las leyes de la naturaleza, que se cumplen siempre, sino que los individuos, por más que se vean presionados, conservan el poder de no aceptarlas. La aceptación o no aceptación de las normas morales es exclusiva responsabilidad del sujeto, es decir, éste debe ser capaz siempre de responder acerca de las razones que le han llevado a aceptar o rechazar la norma moral, actuando a favor o en contra de ella.

 

Además, la norma moral es siempre general (p. ej. dice: "Hay que ayudar a los padres"); pero la aplicación a cada caso debe ser hecha por el individuo concreto, quien necesita tener en cuenta la situación en que se encuentra y las posibilidades de acción con que cuenta. La norma no le puede ayudar en este caso. En esta aplicación a cada caso particular es el individuo quien debe asumir una total responsabilidad por la elección realizada. Si simplemente se limita a seguir los "usos sociales", o a seguir una norma por temor al castigo, su nivel moral sólo puede ser calificado como infantil. Por eso se supone que el individuo alcanza la madurez moral cuando asume las normas morales de un modo racional y libre.

 

Además, muchas veces pueden sobrevenir conflictos morales, entre diversas normas; p. ej. Sartre cuenta el caso de un sujeto que debe elegir entre servir a la resistencia contra el nazismo y ayudar a su madre durante la S.G.M.. Y la moral no suele poseer una receta que dé la solución. De ahí la responsabilidad que pesa sobre nuestros actos. J. P. Sartre ha señalado que, en estos casos de conflicto moral, sentimos angustia, porque sabemos que nuestra decisión es siempre única e irrevocable, y muchas veces, cuando nos decidimos por seguir una norma, atentamos contra otra.

 

5.- La justificación moral: Diferencia entre ética y moral

 

Tanto la moral social como la personal requieren una justificación racional. Si no, las normas se cumplirían simplemente "porque sí", y no podrían ser criticadas, ni habría razones para poder cambiarlas. P. ej., si en una sociedad se practica la tortura, nada se podría decir en contra, ya que se contestaría simplemente diciendo: "Es la norma".

 

La ética tiene la misión de justificar racionalmente la moral. Aunque habitualmente no se diferencia entre ética y moral, hay que distinguirlas claramente: la moral es un hecho social, un conjunto de normas de conducta; en cambio, la ética es una reflexión crítica acerca de la moral: se trata de examinar esas normas para ver si están justificadas racionalmente, es decir, para ver hasta qué punto son racionales, o convendría sustituirlas por otras más racionales. P. ej.: si en una sociedad se castiga la eutanasia, esta práctica puede estas justificada por algo que la sociedad considera valioso: la vida de una persona. Pero, en algún momento, es posible que se empiece a dudar de tal justificación y surja la pregunta de si es realmente racional, si está justificado mantener artificialmente la vida de una persona; o si una vida así es digna de un ser humano, etc. Entonces se ha entrado en una discusión ética, que puede llevar a revisar las normas morales sobre la eutanasia.

 

6.- El juicio y la argumentación morales: la conciencia

 

Ya hemos indicado que la moral consiste en aplicar una norma general a un caso particular, y que en esa aplicación cada uno debe juzgar con su razón qué es lo que debe hacer. Una buena elección implica siempre una sensatez racional, que Aristóteles denominó "prudencia". Aristóteles comparó la moral con la medicina: si en lo referente a la salud del cuerpo hay que ser prudente y juzgar racionalmente qué conviene a cada caso, lo mismo sucede en el terreno moral.

 

La racionalidad moral se ejerce a través de la conciencia moral. Según Tomás de Aquino (+1274) la conciencia moral es un dictamen de la razón, es decir, un juicio que emite nuestra razón acerca de la moralidad de una acción, y que nos indica qué debemos o qué no debemos hacer en cada caso; asimismo, una vez realizada la acción, es la conciencia la que nos hace reconocer lo que hemos hecho, y, finalmente, nos excusa, acusa o remuerde por nuestros actos.

Kant (1724-1804) describe la conciencia moral como un tribunal interno al ser humano: es el tribunal de la razón. En ese tribunal hay: 1. Un juez: la razón; 2. Una ley: las normas morales; 3. Una acción que se juzga: nuestros actos; 4. Un acusado: la persona a la que se juzga por su acción; 5. Un proceso: el razonamiento moral o argumentación moral, en la que se juzga teniendo en cuenta el fin que se propuso la persona, los medios que empleó, las circunstancias eximentes, etc; 6. Una sentencia; y, finalmente, 7. Unas consecuencias: el acusado se siente condenado, exculpado, obligado, etc.

 

La propia conciencia es, en definitiva, la última instancia de apelación moral, es el "tribunal supremo", que nos dice si debemos actuar o no y, una vez realizada la acción, si hemos actuado bien o mal. No hay escapatoria: nada puede salvarnos de la responsabilidad de obrar en conciencia.

 

La conciencia moral no es un sentimiento: p. ej. de culpa. Los sentimientos son sólo la consecuencia del juicio moral: el individuo se siente culpable porque racionalmente se autoinculpa. El sentimiento moral de placer o de culpa surge al darnos cuenta de la coincidencia o discrepancia entre nuestra acción y la ley del deber.

 

2) FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL. PRINCIPALES TEORÍAS ÉTICAS

 

La moral está formada por normas. Ahora bien ¿cuál es el fundamento de dichas normas? ¿qué las justifica?

 

En la cultura europea, durante muchos siglos, el fundamento de la moral ha sido, casi de manera exclusiva, de carácter religioso, y aún lo es para muchas personas. Unas normas morales son buenas y otras no porque Dios lo quiere así. Los Diez mandamientos resumen las exigencias más importantes de esta moral de base religiosa.

     Ahora bien, ¿qué ocurre cuando uno no es creyente?; ¿no necesita ya comportarse moralmente?; ¿son todos los comportamientos igualmente valiosos si Dios no existe?; ¿tenía el novelista ruso Dostoyewski razón al afirmar: "si Dios no existe todo está permitido"?, ¿o, por el contrario, la moral puede fundamentarse sin necesidad de recurrir a Dios?

 

La filosofía, a través de la ética, ha tratado de fundamentar las normas morales, sin acudir a la autoridad religiosa, ni a la Divinidad.

 

A lo largo de la historia de Occidente los filósofos han elaborado diversas éticas, con el objeto de fundamentar racionalmente la moral, sin acudir a la religión. Cada teoría ética ha tratado de encontrar el fundamento o justificación de las normas morales en distintos aspectos: en la naturaleza, en la razón humana, en nuestro sentimiento de los valores y, finalmente, en el diálogo racional y el consenso entre los hombres. Partiendo de esta base, las teorías éticas más importantes son las siguientes:

 

1) Las éticas finalistas: Para las éticas finalistas, el hombre es un ser que por naturaleza tiende a la felicidad. El fundamento racional de la moral es seguir la naturaleza; por tanto, según estas éticas, una norma moral es buena si contribuye a aumentar la felicidad del ser humano, y mala si la disminuye. No obstante, existen diferentes versiones de estas éticas, según se haya entendido la felicidad.

a.1) P. ej. para Aristóteles (s. IV adC.), para alcanzar la felicidad es necesario dos cosas: 1. desarrollar la naturaleza racional humana mediante el cultivo de la inteligencia (vida contemplativa) a través del estudio y el arte; y 2. adecuar todas nuestras acciones al justo término medio entre dos extremos viciosos. El hombre más feliz es, pues, el más sabio y justo.

 

a.2) Epicuro de Samos (s.III adC), en cambio, mantiene un hedonismo (gr. hedoné: placer), es decir, una ética del placer: la felicidad se identifica con el placer. Una norma ética es buena si contribuye a aumentar el placer y disminuir el dolor, y viceversa.


 Epicuro admite los placeres corporales regulados por la razón; pero rechaza los placeres excesivos o desmesurados, sobre todo los relacionados con el cuerpo porque son engañosos: inicialmente parecen positivos, pero terminan conduciendo al dolor; más bien valora como buenos los placeres moderados e intelectuales como el estudio o la amistad.

 

a.3) La ética del placer y la felicidad prácticamente desapareció de la filosofía occidental durante muchos siglos, pero reaparecio con los filósofos ingleses del siglo XVIII y primera mitad del XIX, extendiendose por todo el mundo anglosajón, sobre todo EEUU desde la Independencia americana (1776). Surgió así el utilitarismo, formulado por J. Bentham (+ 1832) y J. Stuart Mill (+1873): La felicidad humana está ligada a lo útil. De manera que una norma ética es buena si es útil al mayor número de personas posible, y viceversa. Util, para estos pensadores es lo que contribuye a aumentar la felicidad de la mayoría y disminuir su miseria; e inútil lo contrario. La fórmula en la que se suele traducir la ética utilitarista es la siguiente: "La moral se resume en no hacer daño a nadie".

 

2) Las éticas del deber: Las éticas del deber piensan que es verdad que los seres humanos, por naturaleza tienden a la felicidad; pero piensan, asimismo, que en esto el hombre no se distingue de los demás seres vivos, que también tienden a la felicidad. Por lo mismo no les parece adecuado fundamentar la moralidad de las acciones -algo específico del ser humano- en la naturaleza, que es algo que el hombre tiene en común con los demás seres vivos; es más adecuado fundamentar las normas morales en la razón.

 

El hombre, para estos pensadores sólo adquiere dignidad cuando se sustrae al orden natural y es capaz de dictar sus propias leyes, cuando es autolegislador, autónomo; sólo adquiere dignidad cuando las normas morales nacen de él mismo, de su propia razón, y al obedecerlas, se obedece a sí mismo. Para estas éticas, pues, el hombre sólo obra bien cuando cumple el deber que él mismo se da a través de la razón. Al obedecer a su propia razón, el hombre se convierte en autolegislador, y su comportamiento es plenamente autónomo, ya que la ley que sigue al actuar procede de él mismo.

 

Si en las éticas teleológicas la ley moral viene dada por la naturaleza, que se convierte en el fundamento de la moral, en las éticas del deber la ley moral procede de la razón y es esa ley la que constituye el fundamento de las normas morales. Esta ética se desarrolló primeramente en Grecia y en Roma, con los filósofos estoicos (p. ej. Séneca). En el siglo XVIII la sostuvo I. Kant, quien formuló la ley moral de la razón, o principio del deber, a la que denominó Imperativo Categórico: "Obra de tal modo que tu norma de conducta pueda valer siempre al mismo tiempo como una ley universal"; o, lo que es lo mismo: "Obra de tal modo que lo que vayas a hacer quisieras que fuera lo que hiciera todo el mundo". Cuando una norma moral se ajusta a este principio del deber es buena; en caso contrario, es mala.

 

3) Las éticas del valor: Son las éticas formuladas por Max Scheler (+1928) y N. Hartmann (+1950). Para estas éticas el fundamento de las normas morales son los valores. Los valores sólo podemos conocerlos por intuición sentimental. Hay muchos tipos de valores: económicos, históricos, vitales, estéticos o artísticos, morales, y unos son superiores a otros; p. ej: el valor "vida" es superior al valor económico. A estos valores les corresponden unos disvalores (p. ej. al valor "bueno", "malo"; al valor "bello", "feo"; al valor "justo", "injusto", etc. Los valores son independientes del ser humano, que no los crea, sino que únicamente los descubre mediante el sentimiento.

 

Según esto, una norma moral es válida si no atenta contra los valores, o si antepone un valor superior a otro inferior; e inválida cuando atenta contra valores, fomenta un disvalor, o, finalmente, antepone un valor inferior a otro superior.

 

4) Las éticas dialógicas: Se denominan también éticas de la comunicación o del discurso, y están muy extendidas hoy en día. Sus principales representantes son J. Rawls, K. O. Apel, J. Habermas, y en España Adela Cortina.

Como hemos visto, para las éticas del deber tradicionales, el deber depende de la razón individual; esta nueva ética considera, sin embargo, que la razón de cada individuo está condicionada por diferentes intereses sociales, intereses que a veces son antagónicos y opuestos. Por eso, al utilizar la razón, no todos los hombres piensan de la misma manera. Es necesario, en consecuencia, que las normas morales resulten del acuerdo al que haya llegado una sociedad, después de haber argumentado racionalmente cada individuo en defensa de su posición.

 

En las éticas dialógicas la justificación de las normas morales procede de un diálogo racional entre los hombres; el fundamento de toda norma radica en que ha sido legitimada a través del consenso; y ese consenso exige la comunicación y el diálogo entre los individuos de una sociedad para que nazcan las normas morales.

 

3) DERECHO Y JUSTICIA

1) Definición del Derecho

El Derecho se puede definir como un conjunto de normas que regulan el comportamiento de los mimbros de una comunidad y que están respaldadas por el poder coactivo del Estado. El Derecho es, así, el ordenamiento jurídico del Estado.

El Derecho, como conjunto de leyes vigentes en un determinado Estado, recibe el nombre de Derecho positivo. Ahora bien, este código de leyes puede considrarse basado enlas leyes racionales universales, dictadas por la naturaleza humana, o por la razón humana; o bien puede entenderse como una pura creación arbitraria de una comunidad, con independencia de cualquier otra ley.

2) El iusnaturalismo

La primera posición de las mencionadas recibe el nombre de iusnaturalismo, y fue mantenida por los juristas romanos, como Cicerón (106 a.C.-43 d.C), quienes lo denominaron "derecho de gentes" y, posteriormente, por H. Grocio (+ 1645) y S. Pufendorf (+1694). Según esta teoría, por encima de las leyes del Derecho positivo, existe un Derecho natural, es decir, un conjunto de normas morales o principios fundamentales válidos para todos los tiempos y lugares. En el iusnaturalismo, por tanto, no se distingurn moral y derecho natural, sino que éste último es identificado con lo bueno y lo justo. en consecuencia, las leyes del Derecho positivo vigentes en un Estado sólo son válidas y justas si concuerdan con el Derecho natural, esto es, con lo que debe ser, con lo que es justo, en definitiva, con la moral; en caso contrario, se habla de una corrupción de la ley.

El iusnaturalismo entró en crisis en el siglo XIX, pero resurgió después de la S. G. M., al pensarse que las trágicas consecuencias del nazismo eran debidas al abandono de la idea de que existen unos derechos naturales, comunides a toda la humanidad.

3) Positivismo jurídico


La segunda posición es el positivismo jurídico, mantenido por H. Kelsen (+1973) en su Teoría pura del derecho (1960). Según esta teoría, el único derecho existente es el positivo, es decir, las leyes vigentes en un Estado, con total independencia de su posible justicia o injusticia. Para Kelsen, el Derecho es un sistema de normas interrelacionadas, cuya validez o depende de su correspondencia con la moral, sino de la Constitución a la que pertenecen. Si esa constitución es como debe ser, es decir, si es justa o no, es un problema ético, que no tiene que ver nada con el Derecho propiamente dicho.

4) Teorías de la justicia


La idea del Estado nos condujo a la idea del Derecho, y ésta nos conduce a la de Justicia: el Estado debe ser un "Estado de Derecho", y el Derecho debe ser "justo". Así pues, la finalidad del Estado debe ser crear un Derecho que promueva la Justicia.
  

Estado, Derecho y Justicia son tres conceptos intrínsecamente vinculados: de nada vale que un sistema político sea formalmente un estado de Derecho y una democracia, si realmente el Derecho es justo y la democracia no promueve la igualdad en todos los terrenos. Así, el valor de Justicia es el horizonte que deben tener como meta tanto el Estado como el Derecho que rige en el mismo.
   

El problema es determinar qué es la justicia. Platón (+346 a. C.) en La República, expone que una sociedad justa es aquella en la que cada clase social realiza correctamente la función que le compete, conforme a sus capacidades físicas e intelectuales. Los mejor dotados para el comercio y el trabajo manual, deberían ser artesanos y comerciantes; los mejor dotados en fortaleza física, deben ser los guardianes de la sociedad, y los más sabios deberían ser los gobernantes. la justicia depende de que exista una armonía o equilibrio entre estas tres clases sociales.
  

Aristóteles habla, por su parte, habla de dos especies de justicia: una es la justicia distributiva, que consiste en el reparto de los bienes colectivos, tantomateriales como de orden espiritual, entre los distintos ciudadanos que componen el Estado. Constituye una relación del todo, como suma general de bienes y sus partes, o sea los individuos. Ese tipo de justicia está gobernada por la proporcionalidad, es decir, cada cual debe recibir una parte proporcional a sus méritos. Otra es la justicia conmutativa, que es la que se refiere a los contratos entre dos partes,y a su cumplimiento.
  

Santo Tomás de Aquino añadió en el siglo XIII a las dos clases de justicia mencionadas un tercer tipo de justicia: la justicia legal, que no es sino la plasmación de la virtud de la justicia en la legislación positiva de una comunidad.
  

Actualmente, la teoría de la justicia más interesante es la propuesta por John Rawls en su libro Teoría de la justicia (1971). Para Rawls, la justicia consiste en la imparcialidad o equidad (fairness). Esa imparcialidad debe traducirse en una distribución igualitaria de los derechos y deberes y, por otro lado, de las oportunidades y ventajas entre los miembros de la sociedad.


Concepción utilitarista de la justicia.

 

Los filosofos utilitaristas, como Jeremy Bentham (1748-1842) y John Stuart Mill (1806-1873), consideran que la concepción de justicia que ha de regir en una sociedad moderna es la de fomentar la mayor felicidad para el mayor número de personas. Mill considera que los derechos y libertades básicos son fundamentales para elevar al máximo la felicidad colectiva, que es el fin último del Estado y de la vida social. Por eso el utilitarismo fue una filosofía inspiradora de numerosas reformas económicas y sociales; no obstante, se le ha criticado que sólo tenga en cuenta la felicidad colectiva, pero no la individual (aunque los utilitaristas consideraban que ambas están mutuamente implicadas

 

* Concepción socialista de la justicia.

 

            En el pensamiento socialista, la justicia ha sido entendida generalmente como abolición de los privilegios socioeconómicos de los poderosos. Ahora bien, entre las distintas propuestas socialistas existe una gran variedad de planteamientos de este ideal y de los medios para alcanzarlo.

a)      En las primeras décadas del siglo XIX, los fundadores del llamado socialismo utópico, Saint-Simon, Owen y Fourier, entienden que no es posible una sociedad próspera y justa sin abolir la propiedad privada de los medios de producción, o al menos restringirla radicalmente. Pero no creen que sea conveniente intentar una revolución violenta, sino que es necesario crear comunidades justas –cooperativas, fábricas-modelo, falansterios de Fourier, etc.- y promueven un tipo de educación que inculque a las nuevas generaciones las virtudes necesarias para la solidaridad y la armonía social.

b)      En la segunda mitad del XX y comienzos del XX se sitúan los clásicos del socialismo libertario o anarquismo: Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Abad de Santillán. Para ellos, la justicia sería el resultado de un cambio profundo de las personas y las estructuras sociales, que se producirá sobre todo con la abolición del Estado y de todo tipo de opresión. Identifican la justicia con un modelo de sociedad solidaria, autogestionaria y federalista, que sólo podrá hacerse realidad mediante la lucha organizada de los trabajadores.

c)      En cambio, para el marxismo, la prioridad para alcanzar una sociedad nueva no ha de ser la abolición del Estado. Kart Marx (1818-1883) considera que el Estado desaparecerá por sí solo al final de un largo proceso revolucionario, cuando por fin la sociedad funcione como una unidad de productores libremente asociados, en la que cesará la división de explotadores y explotados. En su Crítica al programa de Gotha (1875), Marx expone que, tras la revolución proletaria, vendrá una fase socialista y que en ella la distribución justa de los bienes sociales se hará bajo el principio: “exigir de cada uno según su capacidad, dar a cada uno según su contribución.” Pero más adelante, cuando se alcance la fase “comunista”, caracterizada por la sobreabundancia de bienes y la desaparición del Estado, la distribución adoptará el principio: “exigir de cada uno según su capacidad, dar a cada uno según su necesidad.”

 

* Teorías liberales contemporáneas de la justicia.

 

Son dos:

 

a) El liberalismo propietarista, que sostiene que una sociedad justa no debe permitir que se arrebate al individuo aquello sobre lo que tiene legítima propiedad. En Anarquía, Estado y Utopia (1974) Robert Nozick parte de la idea de “derechos naturales” y reconoce entre ellos el derecho de propiedad. Una distribución de bienes será justa si procede de otra distribución justa a través de medios legítimos, y el Estado no debe redistribuir bienes, porque entonces atenta contra los derechos de propiedad legítimamente adquiridos. Un Estado que grava con impuestos a unos para ayudar a otros es moralmente ilegítimo, porque todo impuesto que sobrepase los gastos de defensa y orden público supone una extralimitación de sus atribuciones.

 

b) El liberalismo solidarista entiende que una sociedad justa es la que trata a sus miembros con igual respeto y con igual consideración, es decir, con “imparcialidad”. John Rawls, en su Teoría de la justicia (1971) se propone basar la idea de justicia en el concepto de “imparcialidad” (fairness: “equidad”). Se basa para ello en la “Teoría de la decisión”, es decir, el análisis psicológico y matemático de los procedimientos por los que los individuos o grupos sociales toman una decisión en función de la información disponible, y la “Teoría de los juegos”, esto es, el estudio matemático de modelos abstractos de situaciones de conflictos para determinar la mejor política o estrategia.

            Esta teoría se refiere únicamente a la estructura básica de la sociedad y al modo de distribución, por una parte, de los derechos y deberes, y, por otra, de las oportunidades y ventajas provenientes de la cooperación social. Concibe la sociedad como un “conjunto de personas que reconocen ciertas reglas como obligatorias en sus relaciones”. Estas personas consideran necesario contar con algunos principios de justicia aceptados por todos.

 

“La idea directriz de la teoría es que los principios de la justicia para la estructura básica de la sociedad son objeto de un acuerdo original. Son los principios que personas libres y racionales interesadas en promover sus propios intereses aceptarían en una posición inicial de igualdad (…). Estos principios han de regular todos los acuerdos posteriores (…). Este modo de considerar lo llamaré justicia como imparcialidad”.

 

El “acuerdo original” es el equivalente del “contrato social” de las teorías contractualistas, y la “posición inicial” corresponde al “estado de naturaleza” de dichas teorías.

            La “posición original o inicial” es una hipótesis imaginaria que permite establecer qué condiciones ideales de imparcialidad son necesarias para establecer –como resultado de un acuerdo- los principios de la justicia. Se supone en esta situación ideal de partida que estas personas son “racionales y mutuamente desinteresadas”, que todas gozan de la misma libertad de palabra, y que llegan a un acuerdo ampliamente compartido acerca de los principios de la justicia. Para lograr la posición original, los miembros de una sociedad no han de saber qué características naturales y sociales van a tener, sino que están cubiertos por lo que Rawls llama un “velo de ignorancia”, y tienen que decidir qué principios van a regir su convivencia.

            Rawls pasa, a continuación, a averiguar qué principios sería racional adoptar dada la situación original. Los principios de justicia basados en la idea de igualdad serían dos:

 

            “1º. Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de libertades básicas iguales, que sea compatible con un régimen similar de libertades para todos.

               2º. Las desigualdades sociales y económicas han de satisfacer dos condiciones. Primera: Deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades. Segunda: Deben procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de una sociedad.” (Rawls, J. Sobre las libertades, Barcelona, Paidós, 1990, p. 33)

 

            El primer principio se refiere a las libertades básicas (libertad política, de expresión y conciencia, integridad personal, derecho de propiedad, etc.) y expresa el régimen de igualdad que les corresponde. El segundo principio se aplica al reparto de riqueza, cargos, responsabilidades, puestos sociales, etc. y expresa un régimen de igualdad algo distinto. La segunda parte de este segundo principio, que se llama principio de la diferencia, se explica de la siguiente manera: lo ideal sería que todos los hombres fueran iguales; pero, como no sucede así y como cada uno ha de dar lo mejor de sí para que pueda beneficiarse la colectividad, sólo estarán justificadas las desigualdades que beneficien a los menos aventajados.

            La teoría de Rawls implica que los principios de la justicia sólo pueden ser hallados a condición de adoptar un cierto punto de vista: el de un “observador ideal o imparcial”. Recuerda al imperativo categórico de Kant y se asemeja a la “comunidad ideal de diálogo” de Apel y Habermas. Por su contenido, se trata de una teoría de la justicia como igualdad en las libertades o derechos fundamentales. Asume, sin embargo, las diferencias en el reparto de las ventajas, pero sólo a condición de que redunden en beneficio precisamente de los menos favorecidos. De este modo, el concepto de justicia se interpreta como equidad.

            En síntesis, Rawls considera que la justicia social consiste en asegurar unas libertades y derechos básicos para todos, de modo que aquellos a los que les ha correspondido peor suerte (los menos aventajados) tengan asegurado un nivel de vida digno. Y esto por razones de justicia, ya que nadie puede alegar mérito alguno para no estar entre los menos aventajados, dado que todos estamos sujetos a una suerte de “lotería natural y social”. En consecuencia, no considera que sea injusto que el Estado recaude impuestos con los cuales ayudar a los desaventajados a que lleguen a valerse por sí mismos.

 

* Teoría de la igualdad compleja.

 

            Es la teoría formulada por Michael Walzer en su libro Las esferas de la justicia (1983). Considera que el compromiso con la justicia implica un compromiso con la igualdad y que “igualdad” no significa “igualitarismo”, sino “desaparición de las dominaciones injustas”. Para eso es preciso respetar las libertades individuales de la tradición liberal, pero también asegurar una “igualdad compleja”, que tiene dos aspectos:

 

  • Existen distintos criterios para distribuir bienes sociales, porque no es lo mismo distribuir cargos que honores académicos o cariño. En el primer caso el criterio justo es la imparcialidad; en el segundo, el mérito; en el tercero, la parcialidad.

 

  • Ex preciso evitar que en una sociedad haya un “bien dominante”, que permita poseer todos los demás. Por ejemplo, que quien tenga poder político pueda servirse de él para hacer negocios con ventaja, o para acceder a un puesto de trabajo privilegiado, o para obtener algún honor académico. Lo justo es, por el contrario, que cada persona pueda disfrutar de algún tipo de bien según sus capacidades y esfuerzos, y no que algunas personas controlen todos los bienes.

 

 

* * *

TEMA 10.- EL FUNDAMENTO DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL Y EL PODER POLÍTICO

 

1)        La constitución filosófica de la ciudadanía: génesis histórica y fundamentación filosófica.

 

2)        Origen y legitimidad del poder político.

 

 

 

3)        Fundamentos filosóficos del Estado democrático y de derecho.

 

4)        Legitimidad de la acción del Estado para defender la paz, los valores democráticos y los  derechos humanos.

 

5)         Límites del Estado.

 

6)        Democracia mediática y ciudadanía global.

 

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1)      La constitución filosófica de la ciudadanía: génesis histórica y fundamentación filosófica.

 

Uno de los conceptos más importantes desarrollado en los últimos siglos es la noción de “ciudadanía”. Se trata de un concepto ético-político (es decir, perteneciente a la razón práctica), que presenta a los seres humanos como sujetos que participan en igualdad de derechos y deberes como miembros de la sociedad en la que conviven. En lugar de dejarse tratar como siervos o como súbditos de las autoridades, quienes se ven a sí mismos como ciudadanos exigen ser tratados con el máximo respeto y consideración, conforme a leyes que rigen para todos por igual. Ser tratado como ciudadano equivale a reconocer a alguien la plena capacidad para asumir los mismos derechos y obligaciones que los demás miembros de la comunidad, incluyendo la participación en las decisiones que afectan a todos.

            La noción de “ciudadanía” implica: a) La pertenencia a una comunidad política que se asienta de modo permanente en un territorio (un país); b) El disfrute efectivo de unos derechos que deben ser protegidos por el Estado, entre los que se incluye la posibilidad de participar en las tareas de gobierno de la propia comunidad política, de forma directa o indirecta.

            El concepto de “ciudadanía” se ha ido construyendo a lo largo de la historia; los principales momentos de dicha construcción son los siguientes:

a)      En Grecia, especialmente en Atenas, entre los siglos V y IV a.C., se utilizó el término “polités” para referirse al ciudadano, designando aquel miembro de la comunidad política que era varón, hombre libre (no esclavo), mayor de edad y nacido de padres griegos. El resto de la población, es decir, las mujeres, los esclavos, los extranjeros (metecos), etc., no eran considerados ciudadanos y, por tanto, tenían reconocidos menos derechos que aquéllos. El ciudadano ateniense podía participar activamente en el gobierno de la polis (la ciudad-Estado) a través de la democracia, el gobierno del pueblo (demos). El ciudadano ateniense poseía un conjunto de derechos y deberes, con independencia de su nivel económico, destacando especialmente el deber de defender la ciudad con las armas, en caso necesario. También tenía la responsabilidad de acudir a la Asamblea y tomar parte en los debates públicos acerca de los problemas de la ciudad. Las reuniones se celebraban en el ágora, y los cargos públicos se asignaban mediante sorteo, para ser ejercidos generalmente por un año. La edad mínima para ser admitido como ciudadano estaba fijada en treinta años. Las decisiones se tomaban mediante deliberación y votaciones. La participación en la Asamblea estaba regida por tres principios: 1) isonomía o igualdad ante a ley: todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y deberes básicos que cualquier otro; 2) isegoría o igualdad de palabra: todo ciudadano tenía el mismo derecho que cualquier otro a hacer uso de la palabra y expresar su opinión ante la Asamblea. 3) koinonía o comunidad de cooperación para alcanzar el bien público, el bien de todos (koinon), en lugar de centrarse en el bien particular (idion). Se entendía que el ciudadano que sólo atendía a lo propio era un idiota en el sentido originario de este término: el que sólo mira por su propio interés olvidando el bien común.

b)      En Roma es donde surge la palabra “ciudadano” (civis) propiamente dicha. Comparte la misma raíz que civitas (“ciudad”) y designaba a aquellos sujetos que tenían las cualidades que anteriormente hemos señalado para el ciudadano griego: varón, no esclavo, etc. Un ciudadano era reconocido como miembro de pleno derecho de la República y más tarde del Imperio. Gozaba de protección jurídica, otorgada por las leyes y las instituciones. El ciudadano es el que actúa bajo la ley y espera la protección de la ley a lo largo y ancho de todo el Imperio. Pero el civis latino era distinto del polités griego: el ciudadano griego era sobre todo un sujeto activo, al que se le exigen responsabilidades de gobierno, mientras que en Roma se entendía más bien como un título jurídico, que permite reclamar ciertos derechos. En la historia de Roma hemos de distinguir la fase de la República, en la que los ciudadanos podían elegir libremente a sus representantes en el Senado, y la fase posterior del Imperio, en la que tales derechos de participación política tuvieron cada vez menos importancia, debido a la concentración de todo el poder en el Emperador.

La ciudadanía antigua tenía dos importantes limitaciones: 1ª) se trataba de una ciudadanía excluyente, porque de ella quedaban excluidas las mujeres, los niños, los extranjeros residentes y los esclavos, de manera que la inmensa mayoría de la población carecía del estatuto de ciudadanía. 2ª) No se consideraban “libres e iguales” más que los miembros de la propia comunidad política que tuviesen la condición de ciudadanos, y no a todo ser humano por el hecho de serlo.

Pero, por otra parte, en la ciudadanía antigua residen dos rasgos que se incluyen en la noción moderna de ciudadanía: 1) la participación política a través de la deliberación (de origen griego), que influye en la idea de ciudadanía propia de la tradición republicana, la cual considera que los ciudadanos han de participar activamente en la vida pública; y 2) la defensa de la protección legal de los derechos de la persona (de origen romano), que influye sobre la idea de ciudadanía propia de la tradición liberal, según la cual lo que importan son los derechos subjetivos del ciudadano.

c)      En la Edad Media Tomás de Aquino, y posteriormente los miembros de la Escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Domingo de Soto) elaboraron el concepto de ley natural, fuente de los derechos del hombre: consideraban que, por ser racional, todo ser humano posee naturalmente ciertos derechos que cualquier gobierno debe respetar: derecho a la vida, a la educación, etc.

d)      El concepto actual de “ciudadano” surgió a lo largo de los siglos XVII y XVIII, coincidiendo con el nacimiento del capitalismo, la aparición de los Estados nacionales modernos y las Revoluciones inglesa (1688), americana (1776) y francesa (1789). Es un concepto asociado: a) Al término “Estado”, introducido por Nicolás Maquiavelo (1496-1527) en su libro El Principe (1513), para designar una forma de organización política caracterizada por un poder permanente en un territorio concreto, que se encarga de mantener la estabilidad y el orden; b) al concepto de “soberanía”, introducido por Juan Bodino (1530-1596), que dota al Estado un poder autónomo respecto del orden religioso; y c) al término “nacionalidad”, por el cual se reconoce como ciudadano al que nace en el territorio de un país (“derecho de suelo”: ius solis), o al que nace de padres que poseen una determinada nacionalidad (“derecho de sangre”: ius sanguinis).

Sin embargo, hay que decir que en los Estados de derecho actuales, la voluntad del sujeto es indispensable para conservar o cambiar la nacionalidad, y también cuenta la voluntad de los demás ciudadanos de ese Estado para permitir o denegar esos cambios. La nacionalidad otorgada al nacer puede ser cambiada si la persona renuncia explícitamente a ella y adopta una nacionalidad distinta.

e)      Lo característico de la noción moderna de ciudadanía es el establecimiento de una serie de derechos individuales, que tratan de frenar los posibles abusos del Estado y mantener un ámbito de libertad para cada ciudadano.

En una primera etapa (ss. XVI, XVII y XVIII), se reconocieron a los ciudadanos los derechos civiles: derecho a no ser detenido sin garantías legales, derecho a la libertad de conciencia (religiosa) derecho a la libertad de expresión. A esta etapa pertenece la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa (1789).

En una segunda etapa (ss. XIX y XX) se añadieron los derechos de participación política (derecho de asociación, sufragio universal para varones y mujeres, derecho a ocupar cargos públicos), y los derechos sociales, económicos y culturales (derecho a la educación, a la asociación sindical, a la huelga, garantías de seguridad e higiene en el trabajo).

f)       El reconocimiento progresivo de los derechos mencionados ha conducido a consolidar en el siglo XX la noción de “ciudadanía social”, sobre todo a partir de la publicación del libro de Thomas H. Marshall (1893-1981) Ciudadanía y clase social (1950). En dicha obra el autor define la ciudadanía como el conjunto de derechos y deberes que vinculan al individuo a la plena pertenencia a una sociedad. La protección de tales derechos vendría garantizada por el Estado nacional, entendido como Estado social de derecho, al que se ha denominado también “Estado del bienestar” (un Estado social que ha de preocuparse por proteger y satisfacer las exigencias de la ciudadanía social, y que por tanto ha de ser un Estado de justicia).

 

g)      No obstante, algunos filósofos contemporáneos, como Will Kymlicka, mantienen que la noción de ciudadanía debe situarse más allá de derechos y deberes; la ciudadanía debe ser un ideal normativo: el principio que rige un Estado democrático, orientándolo hacia una situación en la que los ciudadanos tengan una participación plena, efectiva e igual en los procesos políticos. Se trata, por tanto, según Kymlicka de un concepto íntimamente vinculado al de civismo: la ciudadanía requiere una actitud civilizada y solidaria en la convivencia entre los ciudadanos, sin la cual se convierte en una palabra vacía de sentido. En este sentido, la ciudadanía debe de dejar de tener solamente una dimensión política para tener, además, una dimensión económica (civismo empresarial y del consumo), profesional (ética profesional), intercultural y cosmopolita (globalización ética).

 

2)      Origen y legitimidad del poder político.

 

Hay que distinguir entre el origen y la legitimidad del poder político. Son conceptos distintos. El origen del poder político es una cuestión histórica: se trata de contestar a la cuestión: “¿Cómo surgió el poder político?” El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) considera que el origen del poder se encuentra en la violencia: es el afán de dominio de unos hombres sobre otros lo que está a la raíz misma de dicho poder. Pero el problema de la legitimidad es otro: aunque el origen del poder político sea la violencia, como dice Nietzsche, ¿es necesario que exista este tipo de poder o no? ¿Podría haber sociedades sin Estado? ¿Serían mejores o peores que las que sí lo tienen? Este problema ha de estudiarlo la filosofía. Y dentro de ella se han dado, básicamente, dos respuestas a esta cuestión:


A) El Estado es innecesario: es la tesis del anarquismo. Para los anarquistas, como P. J. Proudhon (1809-1865) o M. Bakunin (1814-1876), el Estado no sólo es innecesario, sino que además es indeseable, porque el Estado es el monopolizador del poder, y la historia demuestra que todo poder es ilegítimo y corrupto: el Estado ha sido siempre un instrumento de opresión, que sólo ha favorecido a los poderosos y que ha generado ambición, odio, abusos, esclavitud, guerras y prácticamente todos los males que han sufrido las sociedades humanas. Para los anarquistas la sociedad civil no necesita de un poder central y opresor: el ser humano es bueno por naturaleza, y seguiría siéndolo si viviese en una comunidad libre e igualitaria: la natural bondad humana garantizaría la solidaridad, sin que fuese necesaria su imposición.



B) El Estado es necesario: Como ha señalado el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984), es erróneo identificar el concepto de poder con la noción de violencia: el poder no puede caracterizarse únicamente de forma negativa o represora, sino que también posee una dimensión positiva, pues sin él sería imposible la vida social: el poder limita y controla muchas veces los brotes de violencia que puedan darse, y es la única instancia que promueve el bien común: es imprescindible, por tanto, una institución (el Estado) que se ocupe del bien general.



Así pues, el poder político es necesario para que funcione cualquier sociedad; lo que sucede es que no todo poder político es legítimo o está justificado. El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) considera que, como lo específico del Estado es poseer el monopolio de la fuerza y de la violencia, es necesario averiguar qué tipo de poder es legítimo y cuál no, para evitar un ejercicio abusivo de esa fuerza y violencia. Según esto, Weber distingue tres formas de legitimación del ejercicio del poder a lo largo de la historia: el carismático, el tradicional y el racional-legal.

Tipos de dominio

Clases de legitimación

Formas de organización administrativa

Tradicional

    La garantía del poder reside en las costumbres y en la tradición. Ciertas familias, dinastías o clases han ocupado el poder desde siempre y, por tanto, parece natural que lo sigan haciendo.

   Esta forma de autoridad no se apoya en cuestiones racionales, como, por ejemplo, la capacidad del gobernante, sino que se basa en la creencia en su carácter hereditario o divino.

Jefes tribales, Faraones egipcios, Imperios dinásticos, Monarquías.

Carismático

   Se basa el “carisma”, es decir, en las características y cualidades personales de un líder o jefe, que le hacen especialmente dotado para atraer y movilizar a la población.

   Se trata de una legitimación similar a la tradicional, pero se diferencia porque el carisma se considera personal y no hereditario.

   El prestigio de los líderes no tiene una explicación racional, pues sobre todo intervienen las emociones y los sentimientos que logran suscitar. Suele ser poco duradero, ya que es típico de movimientos revolucionarios o transformaciones sociales bruscas, realizadas por los partidarios del líder.

Caudillos como Hitler, Mussolini, el ayatolá Homeini; líderes revolucionarios como Simón Bolívar, Che Guevara.

Racional-legal

El poder se justifica mediante procedimientos legales, que especifican cómo puede ser instituido.  Es la ley la que confiere autoridad, porque emana de la voluntad popular, es decir, ha sido establecida democráticamente. El Estado posee un poder legitimado, porque es fruto de un convenio o acuerdo, racionalmente aceptado por los ciudadanos, que se comprometen a respetar las leyes. Es la única forma de autoridad plenamente racional y la que, por tanto, permite la argumentación a favor  o en contra.

Burocracia como un sistema en el que la autoridad formal se encuentra en la cúspide de la organización jerárquica: Democracia ateniense, democracias actuales.



 

En las sociedades democráticas actuales, la legitimación del poder político sólo puede configurarse como racional-legal, de modo que se establezcan procedimientos que aseguren el acuerdo de todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, la legitimación racional-legal casi nunca se da de forma pura, sino en combinación con algún elemento de las otras dos. Por ejemplo, es conocido el uso que hace la mayoría de los políticos de su carisma para recabar más votos. A menudo al líder democrático no sólo se le pide capacidad organizativa y de mando, sino que también se le exige carisma.

Dentro de las teorías que defienden la legitimación racional-legal del Estado destacan las teorías del contrato social, surgidas durante los siglos XVII y XVIII, que consideran que el Estado es convencional, es decir, es fruto de un pacto o contrato, ratificado por todos los individuos racionales y libres que componen la comunidad. La teoría del contrato social no pretende describir un hecho histórico (la fundación del Estado mediante un pacto); en realidad se trata de una metáfora explicativa para resaltar el carácter convencional del Estado. Dicho de otro modo, pretende sugerir que hay que concebir el Estado como si este pacto efectivamente se hubiese producido, aunque de hecho no haya sido así.

Las principales teorías contractualistas son las de Thomas Hobbes, John Locke y J. J. Rousseau. Aunque son diferentes, tienen en común que todas ellas imaginan cómo debía ser la vida de los individuos en el estado de naturaleza, es decir, antes de la constitución del Estado; de las características de este estado de naturaleza dependen el tipo de acuerdo social y el tipo de organización política resultante:

 

 

 

 

Modelo individualista: Thomas Hobbes 1588-1679), quien lo expone en su libro Leviatán (1651)

Modelo liberal: John Locke (1632-1704), quien lo expone en su libro Segundo ensayo sobre el gobierno civil (1690)

Modelo universalista: Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quien lo expone en su libro El contrato social (1672)

Estado de naturaleza (situación inicial)

   Antes de la fundación del Estado, impera la ley natural del más fuerte. En este estado de naturaleza, no se reconoce ni respeta ningún derecho: todos se consideran con derecho a todo. Es una situación de caos total, de “guerra de todos contra todos”, en la que “el hombre es un lobo para el hombre” y todos temen por sus vidas.

   Incluso antes de haber Estado, los seres humanos tienen de forma natural derechos: derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad… Sin embargo, no existen mecanismos para hacer que se respeten, ni para sancionar a quienes los violan.

   Antes de la constitución del Estado, los seres humanos son libres, iguales y buenos. Son, precisamente, las sociedades las que los corrompen. Sin embargo, en el estado de naturaleza existen dificultades para satisfacer todas las necesidades.

   Además, el estado de naturaleza es irrecuperable: se necesita un Estado que permita retornar, en lo posible, al estado de felicidad que reinaba en el estado de naturaleza, y que la corrupción de la sociedad actual ha destruido.

Pacto o contrato social que da origen al Estado

   Para garantizar cierto orden y estabilidad, los individuos ceden incondicional e irrevocablemente todos sus derechos a favor de una sola persona: el soberano.

   El pacto no puede ser revocado, si no se quiere recaer en el peligroso estado de naturaleza.

   Para garantizar este respeto, los individuos ceden sus derechos a un grupo de personas (los gobernantes). Sin embargo, esta cesión es provisional, ya que puede ser revocada, si los gobernantes no los respetan.

   Para facilitar la satisfacción de las necesidades, y garantizar un retorno (al menos parcial) al feliz estado de naturaleza primigenio, los individuos se asocian poniendo su voluntad al servicio de la voluntad de todos (voluntad general).

Resultado

   Estado autoritario, como garante de la paz, del orden y de la seguridad

   Democracia representativa: Estado como protector que evita que cada individuo tome la justicia por su mano.

   Democracia directa: el Estado es expresión de la voluntad general, como búsqueda del bien común.

                             

3)      Fundamentos filosóficos del Estado democrático y de derecho.


El concepto del “Estado democrático y de derecho” es también un logro histórico, ligado al concepto de “libertad política”. Para entender su surgimiento es necesario, por tanto, explicar primero qué evolución ha experimentado históricamente el concepto de “libertad política”.

El filósofo francés Benjamín Constant en su conferencia De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos (1819), señala que los antiguos entendían por “libertad política” algo notablemente diferente a los modernos. Para los antiguos (griegos y romanos) la libertad consistía en participar en los asuntos públicos, algo reservado a los hombres “libres”: por eso la democracia griega era una democracia directa, en la que las decisiones las tomaban todos los ciudadanos en la asamblea; en cambio para los modernos la libertad es un derecho natural de todo ser humano, que el Estado debe respetar y proteger frente a posibles abusos, y que se traduce en una serie de “libertades” individuales concretas: de expresión, religiosa, de reunión, de elegir representantes en la vida pública, etc.; por eso, las democracias modernas son democracias representativas: los ciudadanos no gobiernan directamente, como en la democracia ateniense, sino a través de sus representantes.

Como ha señalado el filósofo canadiense Crawford Macpherson (1911-1987), el concepto moderno de libertad, a pesar de sus ventajas, es problemático; primero, porque aleja a los ciudadanos de la vida pública, ya que ceden sus decisiones a los representantes elegidos por ellos; y segundo, porque corre el riesgo de caer en el individualismo posesivo, es decir en una concepción del ser humano según la cual cada uno es el único propietario de su propia persona, de sus capacidades físicas e intelectuales, así como de los productos que se deriven de tales capacidades, sin que tengamos obligación alguna con la sociedad. Ésta se concibe como una asociación de individuos propietarios, cuya principal relación es mercantil, en la que se produce sobre todo un intercambio de bienes y servicios, y en la que cada cual trata de buscar su propio beneficio particular, y únicamente se preocupa por el bien general en la medida en que sea necesario para asegurar ese bien particular. De manera que se entiende que la función principal del Estado es la de proteger la libertad del individuo, la propiedad privada de los bienes y las transacciones económicas (así lo sostiene Adam Smith en su libro La riqueza de las naciones, 1776). Esta ideología, basada únicamente en el liberalismo económico, da lugar a una falta de solidaridad entre las clases sociales y a una falta de promoción del bien público. De manera que el individualismo posesivo, como han reivindicado muchos movimientos socialistas, ha de complementarse con un individualismo altruista o cooperativo, que tenga en cuenta los intereses del conjunto de la sociedad: el liberalismo económico ha de complementarse con la acción reguladora y distributiva de bienes realizada por el Estado. El filósofo alemán Hegel, en sus Principios de la Filosofía del Derecho (1821) considera que la sociedad civil carece de capacidad para organizarse a sí misma y promocionar el progreso social; por eso ha de ser estructurada por una autoridad pública superior que asegure su funcionamiento: el Estado, que es el verdadero representante del interés común y del bien público.

La evolución del concepto de “libertad política” ha corrido paralela con la evolución histórica experimentada por el propio Estado. La primera forma que adoptó el Estado moderno fue el Estado absoluto del Antiguo Régimen (cuyo mejor ejemplo es la monarquía absolutista de Luis XIV, el “Rey Sol”, en Francia): una forma de gobierno en la que el monarca representaba la voluntad soberana y su palabra era la ley. Sin embargo, las Revoluciones liberales inglesa, americana y francesa abrieron paso a la caída de las monarquías absolutas, y el surgimiento de una nueva mentalidad republicana, según la cual todos los miembros de la sociedad, incluidos los gobernantes y el monarca, han de someterse al imperio de la ley emanada de la soberanía popular. Dicha ley ha de garantizar un espacio de libertad en el que los ciudadanos pueden actuar sin temor a interferencias arbitrarias o injustas. Surgió así el concepto moderno del Estado liberal, heredero de la tradición democrática griega y republicana romana.

I. Kant, en su escrito La paz perpetua (1795), formula los tres principios que han de constituir la base de un Estado moderno liberal y republicano:

      * El principio de la libertad de cada miembro de la sociedad (en cuanto hombre).

      * El principio de la dependencia de todos respecto a una única legislación común (en cuanto súbditos).

      * El principio de la igualdad de todos los súbditos (en cuanto ciudadanos).

Para preservar estos tres principios, según Kant, el soberano, al promulgar las leyes, debe tener en cuenta la siguiente fórmula: “lo que no puede decidir el pueblo sobre sí mismo y sus componentes, tampoco puede decidirlo el soberano sobre el pueblo”.

               Las funciones básicas de este Estado liberal serían, proteger la vida de los ciudadanos, manteniendo la seguridad; fomentar la paz civil y asegurar el derecho de propiedad privada, facilitando el comercio.

               Un Estado liberal ha de ser, además: 1) constitucional, es decir, en él ha de existir una Constitución, un sistema de reglas fundamentales, que limiten los poderes estatales, con el fin de evitar, en lo posible, los abusos de los gobernantes; 2) ha de ser, además, un Estado caracterizado –como señaló Montesquieu (1689-1755) en su libro El espíritu de las leyes (1748)- por la separación de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial (a fin de evitar concentraciones y abusos del poder), 3) por último, en este tipo de Estado ha de quedar garantizada la participación ciudadana en el funcionamiento de cada uno de estos poderes, a través de las elecciones, los jurados populares, etc.

Así surgió el Estado liberal y democrático de derecho, caracterizado por la división de poderes, el sufragio universal, el sistema representativo y la regla de las mayorías como los mecanismos más convenientes para participar en el poder público y controlarlo.

Pero el Estado democrático de derecho puede ser interpretado de dos formas. Los actuales teóricos del neoliberalismo económico, retomando las tesis de Adam Smith, mantienen que el Estado debe jugar un papel muy reducido en la vida pública, dejando vía libre a la iniciativa económica individual (capitalismo desreglado); el socialismo reformista o socialdemocracia mantiene, en cambio, que el mercado debe preocuparse por la igualdad social y dar respuesta a las exigencias de justicia social, para hacer real la igualdad de oportunidades. Ello lleva a la expansión progresiva de los servicios sociales: educación, asistencia médica, protección de la vejez, del desempleo, de los grupos más débiles, la redistribución de la riqueza mediante una política fiscal; la seguridad social y pensiones de jubilación; además, considera que debe dar respuesta a los problemas propios del sistema económico capitalista: la economía requiere una coordinación estatal para asegurar la eficacia y evitar las crisis periódicas que afectan al sistema. El aumento de la producción y la expansión de la demanda interna exigen, entre otras medidas, una política de pleno empleo, la función directiva del consumo mediante la política fiscal, la creación de empresas públicas y el aumento del gasto público. Esto hace del Estado liberal y democrático de derecho un Estado social de derecho, que ha de preocuparse no sólo por proteger las libertades individuales, sino también de fomentar la igualdad social, a través del denominado Estado de bienestar (concepto introducido en el Informe Beveridge en 1942, que considera que el Estado liberal debe construir un sistema de seguridad social que asegure a todos los ciudadanos los servicios sociales básicos y la percepción de una renta mínima). Por este motivo, desde la S.G.M. los Estados democráticos de derecho se caracterizan por una economía mixta (privada y pública), una política liberal y un sector de bienestar social.

 

4)      Límites del Estado.

 

Hay que distinguir entre el Estado y la sociedad civil. La sociedad civil es el conjunto de instituciones y mecanismos de coordinación social no dependientes del sistema administrativo del Estado. El Estado corresponde a la esfera de lo político, y la sociedad civil a la esfera despolitizada de las personas y sus actividades. La sociedad civil, aunque necesita del Estado, no puede ser absorbida por él, sino que marca sus límites.

               En efecto, los Estados actuales tienden a acaparar todas las esferas de la vida social. El aumento de las competencias del Estado trae consigo un crecimiento de la burocracia, un aumento desmesurado del poder administrativo, sujeto solamente a las decisiones de los expertos y ajeno a cualquier tipo de responsabilidad política. Ello conduce a una separación preocupante entre gobernantes y gobernados, entre el Estado y la sociedad civil: los ciudadanos adoptan cada vez más una actitud de dependencia pasiva del Estado que les asemeja a súbditos o vasallos, en vez de ejercer como ciudadanos libres y responsables.

Por otra parte, el actual fenómeno de la globalización, es decir, la internacionalización de la actividad política, social y, sobre todo, económica, hacen que ni la información, ni la protección del medio ambiente, ni la política económica sean ya asunto de cada Estado en exclusiva. De ahí que existan tanto una opinión pública mundial, que escapa a las fronteras de los Estados, como también organizaciones supra-estatales, que intentan responder a estos nuevos retos, como la Unión Europea y las Naciones Unidas. Todas estas cuestiones conducen a replantear el papel del Estado y a recuperar el concepto de una sociedad civil como esfera de organización de la vida social.

                Hoy en día asistimos a una recuperación de la sociedad civil, con toda su trama de asociaciones culturales, de vecinos, ecologistas, pacifistas, etc., grupos que no están sometidos a la coerción del Estado (Organizaciones No Gubernamentales). Según Jürgen Habermas, André Gorz y Michael Walzer, en este espacio de cooperación, estas organizaciones se mueven sin coerción estatal ni intereses económicos, rigiéndose por lazos de solidaridad. Tienen la misión de controlar el poder político, creando un espacio público libre de coerción estatal, y fomentando el surgimiento de una opinión pública independiente, capaz de expresar lo que la sociedad realmente quiere, y formular una alternativa ética, basada en la solidaridad y la responsabilidad.

               Frente a la regla de la mayoría, que puede imponerse despóticamente en los Estados democráticos modernos, legitimando leyes injustas, existen dos límites: 1º) los derechos individuales no pueden someterse a votación; y 2º) tampoco pueden someterse a votación los derechos de las minorías a defender su posición y a poder convertirse en mayoría.

Para hacer efectivos esos límites, puede ejercerse, en primer lugar, la objeción de conciencia, que consiste en el derecho de los individuos a quedar exentos de realizar determinados actos que repugnan a su conciencia, a pesar de que la ley les obliga, en principio, a realizarlos. La objeción de conciencia ha de estar regulada legalmente, para hacer compatibles los derechos de la persona objetora y los de las otras personas afectadas por la objeción de que se trate; el otro modo de limitar el poder del estado es la desobediencia civil, forma de negarse a cumplir las leyes que va más allá de la objeción de conciencia, porque en este caso el desobediente no se acoge a una posible excepción recogida en la ley, sino que comete abiertamente una ilegalidad para llamar la atención sobre una norma que considera claramente injusta, y lo hace públicamente, estando dispuesto a asumir las consecuencias desagradables que le pueda acarrear esa actitud. La desobediencia civil no está reconocida legalmente, pero puede tener una gran fuerza moral y servir para corregir leyes injustas. El más importante teórico de la desobediencia civil fue el filósofo norteamericano Hery-David Thoreau (1817-1862), con su ensayo Sobre la desobediencia civil (1849).

 

5)      Legitimidad de la acción del Estado para defender la paz, los valores democráticos y los derechos humanos.

 

Los Estados democráticos modernos se enfrentan a tres retos fundamentales hoy en día: promover la defensa de los derechos humanos, bajo el imperio de la ley, promover los valores liberales y democráticos, como la libertad, la igualdad y la solidaridad, así como las actitudes de diálogo y de respeto activo, y promover la paz interna e internacional.

               En el ámbito de los derechos humanos, el Estado tiene la obligación de darlos a conocer entre todos los ciudadanos, para que puedan reclamarlos, difundirlos a través del sistema educativo, y apoyar a las organizaciones de la sociedad civil que trabajan para hacerlos realidad. Ha de vigilar, asimismo, para que los derechos humanos sean respetados en el orden jurídico, de manera que ninguna ley los vulnere.

               El Estado debe también promover los valores liberales y democráticos, para que imperen actitudes de diálogo y de respeto entre los distintos miembros de la sociedad, a fin de hacer posible la convivencia de éstos; es su obligación, además, asegurar la transmisión de estos valores a los jóvenes mediante el sistema educativo, procurando que se realicen en todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos y en todas las instituciones, desde la familia y al escuela hasta las más altas magistraturas del Estado.

               Finalmente, el Estado debe de establecer mecanismos para resolver los conflictos que puedan surgir, debido a la disparidad e incompatibilidad de intereses que existen entre los distintos miembros de la sociedad; para lograrlo ha de preservar la paz interna mediante las fuerzas y cuerpos de seguridad, y la paz internacional, estando preparado para defenderse de posibles agresiones de potencias extranjeras, en prevención de conflictos internacionales.

En cualquier caso, es deber del Estado optar, en sus relaciones exteriores, por una solución pacífica de los conflictos. Para lograrla es necesario constituir, según enuncia I. Kant en su tratado La paz perpetua (1795): 1) una federación de Estados libres (Sociedad de Naciones), en la que cada estado ceda parte de su soberanía a favor de un gobierno federal para asegurar que se cumplen los acuerdos de paz y los dictámenes del derecho internacional; y 2) un derecho cosmopolita que permita un desarrollo económico responsable y sostenible por parte de todos los Estados.

El objetivo último de esa federación internacional de Estados y de tal derecho es crear lo que Kant llamaba una ciudadania cosmopolita, y el filósofo alemán Karl Ch. F. Krause (1781-1832) la Alianza de la Humanidad, es decir, una “república ética universal”, en la que ningún ser humano quede excluido del ideal de la justicia ni de los bienes sociales de la Tierra, alcanzando con ello el grado de “ciudadano del mundo” (anticipado en la antigüedad por los filósofos estoicos, como Séneca (3 a.C.-65 d.C.).

 

6)      Democracia mediática y ciudadanía global.

 

A) El término “democracia” procede del griego “kratos” (poder o gobierno) del “demos” (pueblo). Se trata de un orden político en el que la autoridad que lo legitima reside en el pueblo. Desde Grecia, el concepto de “democracia” ha ido unido a la idea de “república”, es decir, a la idea de que el poder del gobernante sólo es justificable cuando persigue el bien común (res publica: cosa pública) y obtiene su derecho a gobernar a través de la argumentación racional de sus leyes ante los ciudadanos, quienes, mediante su consentimiento (también racional), aceptan ese gobierno y sus leyes como justas.

El concepto de democracia va también va unido a la idea de un gobierno mixto, que incluye la representación de los distintos grupos sociales, a fin de buscar un equilibrio entre  sus respectivos intereses, y finalmente, al concepto de virtud pública: la integridad moral de los ciudadanos es esencial para que colaboren en el fomento del bien público, posponiendo incluso su propio interés; por eso una democracia necesita de la educación cívica: no puede funcionar sin ciudadanos bien formados y moralmente íntegros.

B) A lo largo de la historia moderna del sistema democrático se han dado diferentes modelos de democracia:

a) Modelo proteccionista: James Madison (1751-1836), Jeremy Bentham (1748-1832) y James Mill (1773-1836) definían la democracia como el sistema político que mejor salvaguarda la libertad, especialmente la libertad comercial (libre mercado). Partían de que el único modo de explicar la conducta humana es el egoísmo, la búsqueda del propio interés: si es así, no hay razones para pensar que los gobernantes vayan a comportarse de forma altruista; por tanto, el objetivo fundamental de la democracia es proteger a los ciudadanos de los abusos que sobre ellos pueden ejercer los gobernantes. El Estado se concibe como un simple árbitro o mediador, que garantiza la libertad de las transacciones económicas, mediante: 1) el sistema representativo, basado en el sufragio universal, 2) el voto secreto, 3) la celebración de elecciones periódicas, entre candidatos que compitan libremente entre sí, 4) la aceptación de la regla de la mayoría como el instrumento principal para la toma de decisiones políticas y 5) la libertad de expresión, asociación y prensa, junto con un sistema educativo extensible a todo el pueblo, que le haga madurar políticamente.

b) Modelo desarrollista: Planteado por Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y John Stuart Mill (1806-1873), considera que la democracia no sólo es un mecanismo de protección, sino una condición imprescindible para el desarrollo social y moral de los individuos: la democracia debe abarcar toda la vida social, y no limitarse a un procedimiento para la elección de líderes. Lo que define al hombre, según Stuart Mill, no es su capacidad para producir y consumir, sino su libertad, es decir, su capacidad para “buscar su propio bien a su propia manera, siempre que no intente privar de sus bienes a otros o frenar sus esfuerzos para obtenerlos”. La libertad siempre ha de darse en el marco de la comunidad, un conjunto de personas que ejercitan y desarrollan sus capacidades humanas, y ese desarrollo sólo es posible mediante una organización democrática de la vida pública, porque la participación en la dirección de la vida pública forma una parte esencial de esas capacidades: la participación democrática fomenta el carácter autolegislador de los individuos, educándoles en la responsabilidad y en la solidaridad. La democracia no es, en suma, un medio para garantizar el libre comercio, sino un fin en sí misma: no sólo busca proteger, sino mejorar la humanidad.


c) Modelo elitista: es el planteado por Max Weber (1864-1946) y Joseph Schumpeter (1883-1950). Caracterizan la democracia como un mero mecanismo para aceptar o rechazar a las personas que deben ejercer las tareas de gobierno. Ni gobierna el pueblo, ni se pretende que lo haga, sólo se le pide que legitime el derecho a gobernar de los expertos. No se habla ya de “gobierno del pueblo”, sino del “gobierno querido por el pueblo”. Como expone Schumpeter en su libro Capitalismo, socialismo y democracia (1942), la democracia real no se basa en conceptos abstractos y vagos como “bien común” o “voluntad popular”, sino que, en la práctica, “el método democrático es el mecanismo para alcanzar decisiones políticas, en las cuales unos individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo.” La democracia es sólo el método para seleccionar a las élites políticas más cualificadas para gobernar. En esta concepción, la democracia pasa a ser entendida como un mecanismo de mercado, donde los consumidores son los votantes y los políticos son los vendedores de las mercancías. Ambos buscan su propio beneficio, aprovechando el voto y la existencia de los partidos. De esta forma, la vida democrática se limita al derecho periódico de escoger y autorizar a un gobierno, y la política se reduce a la competencia entre las élites dentro de cada partido y entre los partidos rivales.

d) Modelo participativo: Lo formulan Benjamín Barber, Carol Pateman y Peter Bachrach. Retoma el modelo desarrollista y relaciona la dignidad y autonomía del ser humano con la posibilidad de participar de forma activa en las decisiones que le afectan. Acepta las instituciones básicas de la democracia representativa: elecciones, partidos, representantes, etc., pero exige una profundización de la democracia, es decir, una mayor participación de los ciudadanos en todas las esferas de la vida social. Esto significa, por una parte, descentralizar el poder del Estado, por ejemplo, transfiriendo más competencias a los ayuntamientos, y, por otra, hacer más participativas las instituciones que afectan a la vida social: escuelas, empresas, hospitales, etc., de manera que los ciudadanos reciban un estímulo para participar activamente en las instituciones clave de la sociedad, incluyendo el lugar de trabajo y la comunidad local. Estas teorías defienden que la libertad que nos proporciona el régimen democrático es, ante todo, la libertad como autodeterminación para adoptar las normas o decisiones colectivas obligatorias. De la participación ciudadana se espera una mejor comprensión de la actividad política, de su significación e importancia, y de su relación con nuestro propio desarrollo como personas. Fomenta la democracia interna en los partidos y un compromiso firme con programas políticos; el control de la actividad administrativa por parte de los ciudadanos, así como la participación del Estado en la efectiva realización de los derechos sociales, económicos y culturales, incluyendo la protección ecológica.

               e) Modelo deliberativo: No se opone al modelo anterior, sino que lo complementa. Una democracia participativa ha de ser, como señalan John Dewey (1859-1952) y Jürgen Habermas (en su libro Teoría de la acción comunicativa, 1981), una democracia deliberativa: no debe quedar reducida a una aplicación mecánica de la regla de la mayoría, sino que la mayoría debe aparecer tras un intenso debate que promueva la modificación de las opiniones iniciales y lleve a acuerdos razonables, que se aproximen al máximo al bien común. La democracia deliberativa debe conducir a lo que Habermas llama la “formación democrática de la voluntad”: las preferencias de los individuos o de los grupos pueden transformarse a lo largo del proceso de deliberación, en el que las gentes emplean la persuasión con argumentos, más que la manipulación o la coerción. Habermas considera que una democracia deliberativa es algo muy distinto a la imposición autoritaria y también muy diferente de una democracia agregativa. La imposición autoritaria, dictatorial es completamente opuesta a la democracia; pero tampoco es legítimo conformarse con una democracia agregativa, débil, formada por individuos aislados que únicamente suman votos, e imponen el resultado mayoritario, sino que la legitimidad de la democracia descansa en la capacidad o la oportunidad que tengan las personas de participar en deliberaciones efectivas para alcanzar las decisiones colectivas.

               C) Ahora bien, frente a estos modelos ideales de democracia, se alza la democracia realmente existente en el mundo contemporáneo. Éste se presenta bajo el signo de la globalización, proceso mundial ambivalente, en el que, junto con insospechadas posibilidades de enriquecimiento del ser humano, existen también una serie de tendencias que pueden hacer fracasar la democracia como proyecto racional de gobierno.

                El mundo del sigo XXI es un mundo globalizado, es decir, un mundo que ha sufrido cambios muy importantes, debido al desarrollo económico, los avances de las nuevas tecnologías y la influencia de los medios de comunicación social. Estos progresos han creado un mundo interconectado, rico y dinámico, en el que domina lo que Ernst Jünger denominó la “movilización total”.

               C.1) La globalización ha sido, ante todo, un proceso económico. La economía capitalista es una economía de mercado, en la que los medios de producción son propiedad de unos pocos, que compran la fuerza de trabajo de los asalariados para conseguir beneficios. El beneficio depende de la comercialización de las mercancías; por eso, en las economías de mercado es fundamental la competitividad, es decir, conseguir las mercancías más atractivas y baratas para el potencial consumidor y así dominar el mercado. El objetivo final del capitalismo es la obtención de riqueza mediante la acumulación del capital; y el capital se acumula aumentando los beneficios y disminuyendo los costes (de producción, de salarios, etc.)

               El sociólogo Emmanuel Wallerstein ha señalado varias fases en la evolución del capitalismo, hasta llegar a la actual mundialización de la economía:

1)      De 1650 a 1780: el núcleo difusor es Inglaterra. Es un capitalismo industrial.

2)      De 1780 a 1914: Inglaterra sigue siendo el eje del sistema, aunque surge la rivalidad con otros países europeos. Es la etapa de la colonización y del imperialismo europeo.

3)      De 1914 a 1989: es la fase de la expansión definitiva del capitalismo por todo el mundo. El centro del sistema se desplaza a Estados Unidos. Rusia sale del sistema junto con oros países de la Europa Oriental, que siguen su modelo económico socialista. El mundo se divide en dos boques.

4)      De 1989 a la actualidad: el hundimiento de los sistemas socialistas del Este de Europa ha supuesto el triunfo del sistema capitalista a nivel mundial.

A partir de esta última etapa se empieza a hablar de capitalismo global. En este tipo de capitalismo existen centros o núcleos de poder y periferias (núcleos sometidos): en el mundo hay países centrales y periféricos; pero dentro de los países hay también centros y periferias. En los países desarrollados, o centro, existen grandes bolsas de pobreza (el denominado “Cuarto Mundo”, y en los países periféricos hay centros, los grupos de poder que dirigen la vida económica, política y social.

                Las características fundamentales del capitalismo global son:

1)      Liberalización del comercio internacional.

2)      Internacionalización del capital financiero.

3)      Promoción de la competitividad, la privatización y la desregulación.

4)      Creación de instituciones financieras internacionales.

5)      Minimización del control de la economía por los Estados.

6)      Las multinacionales como agentes de la mundialización económica.

Esta última característica sintetiza la naturaleza del nuevo capitalismo. Las multinacionales son grandes empresas que desarrollan su actividad en muchos países con el objeto de controlar los mercados. Actualmente constituyen los grandes centros de poder económico. Aunque gran parte de su actividad la realizan en el mundo industrializado, su presencia es considerable en los países no desarrollados, donde encuentran salarios más bajos, un mercado de trabajo poco regulado y menos exigencias medioambientales; a cambio, trasladan allí sus procesos de fabricación.

               C.2) La globalización es también un proceso social: la sociedad global es una sociedad en la que el progreso de los medios de comunicación ha suprimido las barreras físicas y ha superado las fronteras políticas. Las nuevas tecnologías han democratizado la información y, consecuentemente, han posibilitado una universalización de las formas de vida. Una persona puede acceder con cierta facilidad a cualquier lugar del mundo.

La sociedad global es una sociedad cada vez más uniformizada: En la era global, las formas de vida, las costumbres sociales, los mensajes publicitarios, etc., se van uniformizando, son prácticamente los mismos. En todas las ciudades se vive de una forma parecida; el mundo se ha hecho más pequeño. También es una sociedad simultánea, en la que todo ocurre en tiempo real, de forma rápida, y en la que impera la dictadura de la velocidad (P. Virilio): todo es efímero; dura poco. Es una sociedad caracterizada por lo que Z. Bauman ha llamado la “vida líquida”: en ella domina un consumismo continuo y todo es precario: el trabajo, las relaciones personales, los valores: en todos los ámbitos prima la novedad y triunfar significa “estar al día”.

Uno de los aspectos más preocupantes de la uniformización propiciada por la globalización es la uniformización ideológica. Domina en ella lo que se llama el pensamiento único y la posverdad, una ideología que representa los intereses del pensamiento liberal conservador, y que los omnipresentes medios de comunicación se encargan de difundir incansablemente, como si fuese la única posible. Ya h. 1968, Herbert Marcuse denunciaba la pérdida del espíritu crítico del hombre capitalista y consumista, convertido en un “hombre unidimensional”, integrado en el sistema, y Daniel Bell anunciaba la implantación universal de la democracia, la economía de mercado y la aparición de un pensamiento único liberal. Esta postura fue reforzada en la década de 1990 por analistas políticos como Francis Fukuyama (nac. 1952), quien en su libro El fin de la historia y el último hombre (1992) aventuraba el triunfo definitivo de la ideología neoliberal a nivel mundial.

Dicha ideología neoliberal, o pensamiento único es el mantenido por los llamados “neocons”, concepto acuñado en EE.UU: para designar a los “nuevos conservadores”, surgidos tras los gobiernos liberales anglosajones de la década de 1980 (Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE.UU.) En concreto, las características fundamentales del pensamiento neoliberal, básicamente conservador, son las siguientes:

1)      Defensa de las políticas económicas de libre mercado.

2)      La reducción del gasto público (limitaciones del Estado de Bienestar).

3)      La preocupación por los derechos y las libertades de los individuos.

4)      El fomento de la democratización de la vida social.

5)      El realismo en las relaciones internacionales, con una política más agresiva para implantar los valores democráticos en el mundo (por la fuerza, si es necesario).

Frente al pensamiento único “neocon” ha surgido la propuesta socialdemócrata, que asume el capitalismo como sistema económico, pero controlado por la intervención de un Estado fuerte, que se encargue de dirigir la economía y la vida social. Se inspira en la llamada “Tercera Vía”, propuesta por el sociólogo británico Anthony Giddens (nac. 1938), que aúna elementos teóricos del capitalismo liberal junto con propuestas socialistas. El concepto clave es el de “modernización”, entendida como la capacidad de adaptarse a las nuevas condiciones del mundo global. Propugna una actitud positiva hacia la globalización frente al proteccionismo económico y cultural; una actitud crítica ante el libre comercio; una preocupación constante por la justicia social; un nuevo Estado más democrático; una sociedad civil activa y una nueva economía mixta.

C.3) La globalización implica también el multiculturalismo, propiciado por los avances tecnológicos y el desarrollo de los medios de transporte, que favorecen y explican el desplazamiento de las personas. Esto plantea importantes problemas: hay que resolver la cuestión del derecho a la diferencia, unida a la necesidad de hacer una legislación común para todos los ciudadanos que habitan en un mismo territorio; también hay que enfrentarse al problema del resurgimiento del nacionalismo radical que, paradójicamente, suscita la globalización.

La globalización implica la necesidad de replantearse y reformular el concepto de ciudadanía: al haber cambiado los conceptos de espacio y tiempo, los límites habituales que servían para definir al ser humano se vuelven imprecisos, y el individuo debe encontrar su puesto en este nuevo modelo de sociedad, donde la pluralidad cultural es un hecho incuestionable, y los Estados nacionales van cediendo terreno a una comunidad humana transnacional. El ciudadano tiene que ir superando los límites territoriales y culturales del Estado-nación y ha de convertirse, de alguna manera, en ciudadano global, es decir, en un ciudadano cosmopolita o ciudadano del mundo, pues ahora dejan de ser exclusivamente relevantes los problemas nacionales, y pasan a ocupar un primer plano una serie de problemas que poseen un alcance mundial: amenazas ecológicas, la superpoblación, la pobreza, el terrorismo, la conflictividad internacional…

Algunos intelectuales, como Ernst Jünger, han señalado que nos dirigimos hacia la era del Estado mundial; pero esta situación es más una abstracción que una realidad. Es difícil construir un Estado mundial porque:

1)                Existen dificultades para crear instituciones políticas soberanas a nivel global.

2)                Es difícil alcanzar el consenso necesario para crear un derecho universal.

3)                Existen grandes diferencias económicas y culturales entre los distintos grupos humanos.

4)                Existen potenciales conflictos internacionales generados por una visión antagónica de la realidad (“choque de civilizaciones”).

Lo que no cabe duda, es que el Estado-nación está en un momento de transición o cambio. La era global trae consigo nuevas formas de relación transnacional y transcontinental, de manera que incluso competencias que antes parecían indiscutiblemente ligadas a las políticas nacionales, como la delincuencia o la defensa, necesitan hoy de la cooperación de los diferentes países; y, análogamente, también el terrorismo y la inseguridad, que antes eran problemas nacionales, se han globalizado. Los principales problemas a los que se enfrentan actualmente los Estados-nación serían los siguientes:

1) El surgimiento de nacionalismos dentro del Estado-nación.

2) La inclusión de lo Estados en instancias supranacionales.

3) La influencia determinante de las multinacionales en las economías nacionales.

4) La coexistencia en un mismo Estado de sectores sociales antagónicos (centros en las periferias y periferias en los centros), lo que hace muy difícil articular una identidad colectiva.

5) La composición multicultural de las sociedades nacionales.

6) La presencia de organizaciones delictivas internacionales (mafias) y las acciones de terrorismo internacional.

            La globalización no significa, desde luego, que los tradicionales Estados nacionales deban desaparecer; pero sí obliga a un replanteamiento de su definición, sentido y funcionalidad, que deberán asumir los dirigentes políticos en las próximas décadas. Parece necesario crear una democracia global cosmopolita: no se trataría tanto de la creación de un único Estado mundial que gobierne el planeta, sino de la aceptación por parte de los Estados nacionales de unas instituciones internacionales que regulen legítimamente los diversos ámbitos de la vida humana a nivel global a partir de principios consecuentes con los derechos humanos.

C.4) La sociedad global ha de ser, sin duda, democrática; pero la democracia en la era de la globalización ha experimentado una importante modificación, que plantea nuevos problemas, antes inexistentes. La democracia actual es lo que recibe el nombre de “democracia mediática”:

Los medios de información masivos (prensa, radio, televisión, Internet, publicidad) han acumulado un enorme poder, puesto que ellos deciden lo que interesa al público y lo que no. Ellos son los agentes de creación de la opinión pública, y pueden silenciar aspectos importantes de la realidad como si no existieran, o pueden deformar la información para potenciar intereses particulares en perjuicio del bien común. Así se presenta a los ciudadanos una imagen distorsionada de la realidad, que se hace más evidente cuando los distintos medios compiten entre sí para ganar audiencia. Estos condicionamientos han conducido a tratar la información como una mercancía más, potenciando una imagen de la política como espectáculo, en lugar de un debate público serio sobre los problemas colectivos. La imagen que proyectan los medios sobre un líder, o sobre un partido, o sobre un asunto de interés público, puede condicionar enormemente la opinión de una mayoría de la población. Se sustituye demasiado a menudo el debate argumentado por los eslóganes y titulares llamativos, empobreciendo la cultura política. Se pone, además, demasiado énfasis en los líderes y su imagen mediática, en lugar de ponerlo en la discusión de las propuestas y programas políticos.


                Todo este aparato mediático implica importantes peligros para la democracia: 1º) hace que pueda degenerar en demagogia, pues la manipulación consciente de la opinión pública puede permitir que alcancen el poder aquellos que ni son lo mejores, ni tienen las mejores propuestas, sino los mejores oradores, incluso los charlatanes y embaucadores, que consiguen el apoyo popular mediante la propaganda y mentiras; 2º) fomenta la uniformización de la ciudadanía, mediante un concepto de igualdad mal entendido, que lleva a equiparar injustificadamente a los ciudadanos, en vez de fomentar el desarrollo plural e independiente de cada uno de ellos: esto acaba perjudicando la democracia, pues degenera en una sociedad homogénea y mediocre; 3) puede convertir la democracia en una simple dictadura de la mayoría, al equiparar las opiniones y gustos de casi la totalidad de la población, aplastando la discrepancia; y, finalmente, 4) puede provocar una escasa participación de los ciudadanos en la vida pública, al reducir esa participación al voto en unas elecciones, desviando luego la atención de la población hacia cuestiones marginales, o irrelevantes.

            Frente a estas dificultades, conviene que los ciudadanos tengan formación suficiente como para no dejarse manipular, exigiendo de los medios de información y de los poderes públicos un mayor compromiso con una democracia más transparente y deliberativa, en la que se otorgue prioridad a las cuestiones de fondo sobre las cuestiones de imagen, y se tenga mucho más en cuenta la ética periodística que los intereses económicos de las empresas mediáticas.

 

TEMA 11. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA EN TORNO A LA CREACIÓN ARTÍSTICA

 

1.-La experiencia estética.

 

2.-Descripción de la experiencia estética.

 

3.-Belleza natural y belleza artística.

 

4.-Teorías sobre el arte.

 

5.-Las dualidades estéticas: lo bello y lo sublime / lo apolíneo y lo dionisíaco.

 

6.-Perspectiva histórica: interpretaciones de la experiencia estética y del arte a lo largo de la historia de la filosofía.

 

* * *

 

1.- La experiencia estética

 

El filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936), en su obra Del sentimiento trágico de la vida (1913) señala que la diferencia específica entre el ser humano y el animal habría que buscarla, posiblemente, más en el ámbito de los sentimientos que en el ámbito de la racionalidad. El ser humano es, ante todo, un animal de sentimientos y, entre ellos, tiene una especial relevancia el sentimiento estético.

El término "estético" procede del griego "aisthetikós", que significa "sensible". La experiencia estética es aquella por la cual el ser humano es capaz de sentir la belleza de los objetos de la Naturaleza y del arte, así como el sentimiento de placer y displacer que produce su contemplación. Esta capacidad se encuentra en todos los seres humanos; pero es evidente que, como en otros campos del saber, para llegar a tener una experiencia estética adecuada se necesita una mente culta, esto es, una mente cultivada en las artes y las letras. Según el escritor y filósofo alemán Friedrich Schiller (1759-1805), en su obra Cartas sobre la educación estética del hombre, sólo a través de una educación conveniente puede alcanzar a sentir el ser humano plenamente la belleza en todas sus dimensiones.

Ahora bien, la experiencia estética, es decir, la experiencia de la belleza puede darse de tres maneras:

1. El ser humano puede actuar como contemplador de la belleza. I. Kant (+1804), F. Schiller (+1805) y A. Schopenhauer (+1860) caracterizaron la contemplación estética, es decir, la contemplación de la belleza, como "contemplación desinteresada". En la verdadera experiencia estética el sujeto tiene que desatender a todos los elementos materiales e interesados que puedan distorsionar su contemplación del objeto: debe centrarse en la contemplación pura y desinteresada del objeto, valorándolo en sí mismo. Por eso F. Schiller comparó la contemplación de la belleza con el juego, porque, tanto al contemplar un objeto bello como al jugar, no pretendemos obtener utilidad alguna, sino que se trata de experiencias que tienen valor por sí mismas.

2. El ser humano puede actuar también como creador de la belleza a través del arte. Se ha señalado que la misma capacidad creadora que interviene en la elaboración de las teorías científicas interviene también a la hora de crear obras de arte. Arte y Ciencia se diferencian en su contenido y desarrollo; pero ambos expresan, cada uno a su modo, una manera de ver y entender la realidad.

3. Por último, el ser humano puede reflexionar sobre la capacidad humana para contemplar y crear obras de arte, tratando de explicarlas. Esta es la actitud propia del filósofo y de la Estética. La Estética es aquella parte de la filosofía que se ocupa de la reflexión sobre la belleza y el arte. En este sentido, existe una reflexión ininterrumpida en filosofía sobre el arte y la belleza desde Platón hasta nuestros días. Hoy en día la Estética, junto con la Filosofía de la Ciencia, es la rama más activa de la Filosofía.

 

2.- Descripción de la experiencia estética

 

Hemos dicho que la experiencia estética es aquella por la que sentimos la belleza de un objeto de la Naturaleza (p. ej. un paisaje) o de una obra de arte (p. ej: una pieza musical). Ahora bien, ¿qué características tiene nuestra experiencia de la belleza?

1. En primer lugar, la experiencia estética produce un placer, un goce; pero no se trata de un placer o goce puramente sensible, como el que obtenemos cuando comemos o saciamos la sed. Se trata de lo que se denomina goce estético: es un placer que no procede de la satisfacción de necesidades del organismo. Además, mientras que en el mero placer sensible sometemos el objeto a nuestro deseo, en el goce estético mantenemos una distancia de respeto respecto del objeto: nos detenemos ante el objeto, y establecemos una suerte de "diálogo" con él.

2. La experiencia de la belleza hace que nuestra voluntad se detenga ante el objeto y nuestra atención quede completamente seducida. El goce estético que genera una pintura o una pieza musical, o un paisaje, se caracteriza por un momento de admiración, de fascinación y asombro. Ortega y Gasset ha señalado que esto se debe a que el objeto estético abre ante nuestra imaginación y nuestro sentimiento un mundo diferente al real, un mundo irreal o o imaginario, gracias al cual vamos más allá, superamos, la vulgar realidad cotidiana.

¿Qué vemos y sentimos en ese mundo imaginario que se abre ante nosotros cuando contemplamos objetos bellos? Según Platón, el objeto bello nos atrae porque posee perfección, armonía y equilibrio, cualidades todas ellas ideales; de manera que lo que contemplamos a través del objeto bello es lo ideal, lo perfecto.

G. E. Lessing (1729-1781) añadió a esta idea de Platón que los objetos bellos nos conmueven porque nos transmiten verdades acerca de la realidad muy poderosas, que penetran hasta el interior mismo de nuestro espíritu; de ahí la fuerza emocional que emana de la belleza. Un bello paisaje nos puede comunicar la verdadera fuerza y grandeza de la naturaleza, y la pequeñez del ser humano; una obra de teatro, verdades sobre el ser humano y su diversidad de caracteres. Por eso, aunque el mundo que se abre ante nosotros al contemplar un objeto bello es irreal o imaginario, esto no quiere decir que sea falso; al contrario: puede llegar a ser más real que la realidad misma, y hacernos ver cosas que en la vida cotidiana nos pasan desapercibidas. Por eso la belleza nos conmueve, porque, como ha señalado el filósofo alemán H. G. Gadamer (nac. 1900), al contemplar la belleza, la verdad nos sale al encuentro.

 

3. A. Schopenhauer (1788-1860) señaló que la experiencia estética nos altera la vivencia del tiempo: hace que el tiempo pase sin sentirlo. La experiencia de la belleza nos hace ingresar durante un instante en la eternidad de lo ideal y de la verdad; o nos permite transitar del pasado al presente y al futuro sin solución de continuidad. Por eso, al contemplar la belleza nos olvidamos de nosotros mismos, y nos dejamos arrastrar por el encanto de lo bello, con total libertad. La experiencia de la belleza está conectada con la experiencia de la libertad.

                 ¿A qué se debe este fenómeno de superación del tiempo? Según Schopenhauer a que al contemplar la belleza, el sujeto no trata de dominar ni poseer el objeto; se limita a contemplarlo tal como es en sí mismo, en su esencia, mediante una visión intuitiva de lo ideal. Así el sujeto se pierde en la contemplación de los objetos estéticos, olvidándose de sí mismo, encontrándose, por así decirlo hipnotizado, fascinado, por la verdad ideal que emana del objeto que contempla.

4. El goce estético, no obstante, es breve. Tras la contemplación del objeto bello, el mundo ideal que nos abrió parece cerrarse, y la realidad se nos impone de nuevo, con más realidad y dureza casi que antes.

5. Kant señaló, por último, que toda experiencia estética va unida al juicio del gusto. El juicio del gusto no es un juicio racional, sino un juicio del sentimiento, por el cual valoramos un objeto como bello, ya sea natural o artístico (p. ej: "Este paisaje es bello"; o "Esta película es muy buena"). Kant señaló que este juicio no es universal, porque no es científico; pero sí tiene una pretensión de validez universal, pues al formularlo pretendemos que todos nuestros posibles interlocutores sientan lo mismo que nosotros ante el objeto. Así pues, "sobre gustos  hay algo escrito", y podemos ponernos de acuerdo en cuestiones de gusto, porque tenemos, según Kant, un sentido común estético del cual participamos todos los seres humanos. Si alguien discrepa de nuestro gusto, nunca podremos demostrarle científicamente que la obra es bella o buena; simplemente, siente el valor de esa obra, o no lo siente; sin embargo, normalmente las discrepancias se deben a falta de formación estética. Entre personas educadas estéticamente y de gusto refinado, los gustos estéticos suelen ser casi uniformes.

 

3.- Belleza natural y belleza artística

 

Hasta ahora hemos hablado indistintamente de la belleza natural y de la belleza artística, como fuentes de la experiencia estética. Pero es necesario distinguir claramente la belleza natural de la belleza artística. La cuestión de la relación entre los dos tipos de belleza ha sido objeto de controversia y ha dado lugar a tres grandes posiciones: el naturalismo clásico, el esteticismo romántico y el interaccionismo kantiano.

a) El naturalismo clásico considera que el arte imita a la naturaleza, que la belleza del arte es el resultado de la imitación (gr. mimesis) de la belleza natural. La naturaleza es divina o perfecta; por eso de la naturaleza el artista extrae un canon de belleza, unas proporciones perfectas, un modelo ideal, que luego aplica a la hora de crear la obra. La obra de arte es una imitación de la naturaleza, que siempre posee una belleza superior. Cuanto más adaptada al modelo que ofrece la naturaleza es una obra de arte, tanto más belle parece, y más mérito se le atribuye.

 

La estética naturalista o clásica supone un mundo de proporciones que la naturaleza ofrece y el artista imita y reproduce. La reproducción artística (poiesis) imita la producción de la naturaleza (physis).

La estética clásica supone un conjunto de reglas o canon a las que el artista somete su creatividad. Por eso en la antigüedad clásica el concepto de inspiración juega un papel muy escaso en arte; sólo en la poesía y la música (que en la antigüedad siempre iban unidas) se admitía la inspiración, a la que Platón concebía como un don de los dioses.

b) El esteticismo romántico supone que la belleza artística es superior a la de la naturaleza. El artista, por tanto, no tiene por qué someterse a ningún tipo de reglas procedentes de la naturaleza, sino que, igual que crea sus propias obras, crea sus propias reglas. El artista es absolutamente libre, inventa mundos imaginarios. Su poder creador es semejante al del mismo Dios.

 

Estas ideas alcanzan su cumbre en la estética del romanticismo, en la que se defendió la idea del genio como aquella persona que está favorecida de tal modo por la naturaleza que, como la propia naturaleza crea obras maravillosas con absoluta libertad.

c) El interaccionismo es una posición intermedia mantenida por Kant y Schiller. Considera que, aunque la belleza natural y artística son diferentes, hay una relación entre ambas: las obras de arte, aunque son una creación humana y, por tanto, producto de la libertad, para ser bellas tienen que parecer como si fuesen productos de la naturaleza, como algo espontáneo y autónomo; y viceversa: los objetos de la naturaleza, para parecer bellos, tienen que parecer como si fuesen obras de arte, como si fuesen fruto de una creación libre (p. ej. un paisaje). El arte, para ser bello, debe imitar a la naturaleza, del mismo modo que la naturaleza es bella cuando parece imitar al arte.


4.- Teorías sobre el arte

 

¿Qué es el arte? Sobre el arte se han formulado principalmente tres teorías: el formalismo, el expresionismo y el simbolismo.

a) Según el formalismo, el valor estético de una obra queda definido por la perfección formal que el artista introduce en la materia. Lo que importa en la obra de arte no es su capacidad para provocar emociones, sino las propiedades formales que la constituyen: colores, sonidos, líneas, combinaciones de planos, volúmenes, etc. El valor de una obra no está en los sentimientos que expresa o despierta; la belleza de la obra no es sentimental o irracional, sino puramente racional o formal. El sentimiento de agrado que experimentamos ante una obra depende de la contemplación de su forma. Platón, p. ej. pone en relación la belleza con la pureza de la forma, haciéndola consistir en una especial disposición de líneas, puntos, medidas, simetría, colores puros, añadiendo la armonía y el ritmo. Esta teoría ha sido la base de todo el arte clásico y neoclásico.

     b) El expresionismo es aquella teoría para la cual toda manifestación artística debe ser una expresión del mundo interior y subjetivo del artista, debe surgir de su experiencia emocional y afectiva, traduciendo esos sentimientos a través de colores, sonidos, volúmenes, metáforas o formas. El arte es expresión de sentimientos. En virtud de la intensidad expresiva el arte puede y debe romper con las formas, incluso caer en la fealdad, si con ello se consigue un mayor grado de expresividad. Para los expresionistas, el arte no tiene por qué ser bello: sólo tiene que ser lo más expresivo posible, para tratar de despertar en quien lo contempla el mismo sentimiento que en él proyectó el artista que creó la obra. La obra de arte es un instrumento privilegiado de comunicación; en ella se cruzan el alma del artista y el alma del espectador. La finalidad del arte es unir a la humanidad mediante el contagio afectivo.

 

c) Para el simbolismo el arte no expresa los sentimientos, sino que más bien los simboliza o los significa. Las artes son lenguajes que utilizan símbolos mediante los cuales transmiten o comunican contenidos de todo tipo, aunque sobre todo, sentimientos y valores. Ahora bien, como el lenguaje artístico no está unido a la realidad, sino a lo imaginario, no hay una conexión directa y unívoca entre los símbolos artísticos y lo que simbolizan, de manera que una misma obra puede tener distintas significaciones o interpretaciones para personas distintas. Esta teoría ha sido mantenida por Ernst Cassirer (1874-1945) y Charles Morris (1901-1979).

 

5.- Las dualidades estéticas: lo bello y lo sublime / lo apolíneo y lo dionisíaco

 

En estética se utilizan cuatro conceptos fundamentales: “bello”, “sublime”, “apolíneo” y “dionisíaco”. Son categorías estéticas, es decir, conceptos fundamentales, con los que clasificamos nuestra experiencia sentimental ante el arte o la naturaleza.

a) La distinción entre lo bello y lo sublime se realizó en el siglo XVIII por parte de E. Burke e I. Kant. Burke considera que un objeto natural, o una obra de arte, son bellos cuando producen en nosotros una sensación de paz y sosiego del espíritu; es lo pequeño, lo delicado, lo armonioso, lo hermoso; en cambio, un objeto natural o una obra de arte son sublimes cuando provoca en nosotros sensación de grandeza; lo sublime es lo descomunal, lo trágico, lo violento, lo infinito, lo vasto, lo extenso, lo fuerte, lo desmesurado, lo extremo, que provocan en nosotros cierto deleite y placer (siempre que el objeto no implique un peligro directo para nosotros). P. ej. una soledad profunda es sublime, al igual que una gran altura, una gran profundidad, o una larga duración. Lo bello, según Kant se relaciona con lo que tiene forma o límite, o una cantidad determinada, mientras que lo sublime se refiere a la cantidad ilimitada, lo que supera toda forma; lo bello se adecua a la imaginación y al entendimiento, mientras que lo sublime es lo que rebasa la imaginación, por la ausencia de límites y aparece como algo indeterminado.

Kant distingue entre lo sublime matemático (algo absolutamente grande por tamaño, p. ej. el cielo estrellado; y lo sublime dinámico: un espectáculo grandioso y terrible (p. ej. la violencia de un volcán o una tempestad oceánica).

     b) La distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco la estableció F. Nietzsche (1844-1900) en su obra El nacimiento de la tragedia; tiene cierto paralelismo con la anterior. El término "apolíneo" se relaciona con el dios griego Apolo, símbolo de la luz, de la razón, de la sobriedad, el día, las artes plásticas y el trabajo; el término "dionisíaco" se relaciona con el dios griego Dionisos, antitético a Apolo; es el dios de la locura, las tinieblas, la embriaguez, la noche, la tragedia y la música, y la fiesta orgiástica. Lo apolíneo representa, pues, lo ordenado, racional, armónico, justo, perfecto, tranquilo, mesurado, suave, dulce; lo dionisíaco representa lo desordenado, irracional, impetuoso, desmesurado, violento, fuerte, tempestuoso.   

 

A partir de esta dualidad, Nietzsche señaló que, desde Grecia, las artes deben combinar ambos factores para alcanzar la perfección. No obstante, las artes plásticas están más bien regidas por el racionalismo del orden y de la medida; mientras que las artes narrativas están dominadas por el desorden, las pasiones y la sinrazón, porque en la tragedia o en la música se representan las pasiones y las locuras humanas, lo irracional, los vicios y las miserias de las personas. Según Nietzsche, lo dionisíaco explica el factor de inspiración en el arte; lo apolíneo su parte técnica o racional. El gran artista es el que une ambos factores en la creación de su obra: inspiración y técnica.

6.- Perspectiva histórica: interpretaciones de la experiencia estética y del arte a lo largo de la historia de la filosofía

         A) Arte y belleza en la filosofía clásica. Para los antiguos, la belleza es una forma de vida, es la meta fundamental de la vida humana. La belleza pertenece a la Naturaleza, a la vida y, por supuesto al arte. El arte clásico es antropocéntrico, es decir, la belleza fundamental es la belleza humana, porque, como afirmaba Protágoras, "el hombre es la medida de todas las cosas", esto quiere decir que el hombre es un microcosmos, un resumen del universo; por eso sus proporciones simbolizan la belleza de la naturaleza (macrocosmos). Sobre la belleza teorizaron en la Antigüedad clásica, sobre todo, Platón, Aristóteles y Plotino.

a.1) Platón (+ 347 adC) expone su idea de belleza en el diálogo El Banquete Para Platón, existen dos mundos: el mundo sensible, y el mundo de las Ideas, donde se encuentran los números, los valores morales y, sobre todo, la idea de belleza pura. Para Platón, la auténtica Belleza no es la belleza de los objetos sensibles, sino que éstos participan de un modelo perfecto: la idea de Belleza. En el mundo sensible hay cosas bellas; en el mundo ideal está la belleza suprema, que imitan más o menos imperfectamente los seres bellos del mundo sensible. Las cosas del mundo sensible son bellas porque tienen proporciones ideales o medidas entre sus partes; por eso resultan agradables a los sentidos.

Para Platón, el creador del mundo es el Demiurgo (dios-artista): crea el mundo sensible, tomando como modelo las ideas. Como los artistas imitan las cosas del mundo sensible, hacen copias de copias, por eso el arte es considerado por Platón como algo inferior, y el artista es un miembro inferior de la sociedad si se le compara con el Filósofo. Aquél copia cosas bellas, mientras que el Filósofo trata de conocer la belleza ideal, la belleza en sí misma. No obstante, Platón considera que la poesía, si está inspirada, procede de los mismos dioses, por lo que puede elevarnos hasta la belleza ideal.

Platón, por último, vincula el amor a la belleza (amor platónico). El amor (Eros) es la fuerza que ejerce sobre nosotros la belleza sensible; pero para Platón no debemos quedarnos en la simple belleza sensible, sino que ésta debe servirnos de trampolín para elevarnos a la belleza perfecta o ideal: del amor a los cuerpos bellos debemos elevarnos al amor a las normas de la belleza, y de éste al amor por las bellas acciones y los bellos conocimientos, finalizando en el amor a la belleza misma.

a.2) Aristóteles presenta su teoría de la belleza y del arte en la Poética. Para Aristóteles, la belleza es armonía, medida y orden, es decir, acuerdo y armonía de las partes con el todo. Para Aristóteles el arte imita la naturaleza: bien la naturaleza externa, mediante el color y la forma; bien la naturaleza humana, con sus acciones, conductas y pasiones en la tragedia, poesía y música, a través del verso, la representación, la canción y la danza. Para Aristóteles el efecto positivo que tiene el arte sobre el ser humano es la catarsis o purificación: la contemplación de una gran obra de arte nos purifica, nos eleva o nos mejora interiormente.

a.3) Plotino fue un filósofo del siglo III. Como Platón consideró que la belleza es una Idea pura; pero su concepción del arte es diferente de la de Platón. Consideraba que el arte no es algo despreciable, por imitar las cosas sensibles, sino que el arte lo que trata de imitar son las Ideas en sí mismas. Un arte es tanto más grandioso cuanto más cercano está a la perfección abstracta de las formas ideales; por eso Plotino valoraba entre todas las artes especialmente a la música.

 

B) Arte y belleza en la Edad Media. Durante este período el arte dejó de ser antropocéntrico: el arte pagano era visto con mucho recelo por la Iglesia, debido a su valoración del cuerpo y de las pasiones. Existía el temor de que el hombre prestase demasiado interés a la belleza terrenal, en detrimento de la belleza espiritual y divina. Por eso toda la estética y el arte medieval son teocéntricos: Dios es la Belleza Suprema y todas las manifestaciones artísticas están al servicio de su exaltación: Dios es la medida de todas las artes.

 

C) Arte y belleza en el Renacimiento. En el Renacimiento el filósofo neoplatónico Marsilio Ficino (1433-1499) volvió a poner de moda las ideas estéticas de Platón, Aristóteles y Plotino. Se consideró en el Renacimiento que el arte es el modo más adecuado de acceder a la Belleza Suprema (Platón); que la belleza consiste en la medida y la proporción (Platón y Aristóteles), lo que dio lugar al surgimiento de la perspectiva en pintura; y, finalmente, que la misión del arte es imitar la naturaleza y el hombre (Aristóteles), lo que hizo que surgiesen los retratos y los primeros paisajes.


D) Arte y belleza en el Barroco y la Ilustración. Durante el siglo XVII, en el Barroco, se dieron dos líneas en la estética. Una valorará cada vez más al papel del sentimiento y la emoción en el mundo del arte: el arte, si quiere ser bello, debe expresar los sentimientos y emociones del artista y debe suscitar emociones y sentimientos en el contemplador (P. ej. Barroco español); la otra línea, valorará el papel de la razón en el arte: el arte, si quiere ser bello, debe ser puramente formal o racional (barroco francés).

En el siglo XVIII, la estética inglesa es la más importante. J. Addison, F. Hutcheson, D. Hume estudiarán por vez primera el papel desempeñado por la imaginación y la fantasía en el arte. Además, se considerará que es el sentimiento y no la razón lo que nos permite captar la belleza. Con ello se preparaba el camino para el Romanticismo.

Destaca la figura de I. Kant, con su Crítica del Juicio (1790). Kant introduce en estética la idea del genio, o artista genial. El genio es un don, una capacidad espiritual innata que la naturaleza proporciona a un individuo para crear objetos bellos; mediante esta capacidad el artista se comporta en la creación de objetos bellos como si fuera la propia naturaleza. El genio se caracteriza por la originalidad, por crear obras ejemplares que servirán de modelos para artistas posteriores.

También cabe mencionar al gran poeta y filósofo alemán F. Schiller (1759-1805), quien considera que la base de la belleza es la armonía del ser humano con la Naturaleza y la sociedad, elaborando una utopía estética: la armonía futura de la Humanidad se alcanzará mediante el predominio del arte y la belleza.

 

E) Arte y belleza en el Romanticismo. Los filósofos románticos del siglo XIX consideraron el arte como vehículo de expresión de los sentimientos y emociones del artista. Por eso, valoraron la imaginación por encima de la razón y el entendimiento. La imaginación es concebida como una facultad capaz de captar directa e inmediatamente la verdad y esencia de las cosas. Los filósofos románticos recogieron también la idea kantiana del genio y consideraron que las obras geniales son aquellas que encarnan materialmente un significado espiritual o ideal. Los principales filósofos del arte romántico fueron F. W. J. Schelling  (1775-1854) y A. Schopenhauer (1788-1860).


Schelling afirma que la belleza es lo infinito de la idea representada de modo finito o material. El arte es una expresión de lo divino, de las ideas. Es una estética idealista, en la que se vuelve a la teoría de Plotino del arte como imitación de las ideas. Para Schelling, el arte debe imitar, no la apariencia de las cosas, sino su espíritu o su alma.

También para Schopenhauer el arte bello debe imitar las ideas puras; valora sobre todo la música, que para él representa la esencia oculta del universo; mediante la música podemos conocer el misterio profundo de la realidad, aunque se trata de una revelación sentimental, que no podemos expresar con palabras. Schopenhauer también adopta la idea kantiana del genio, como aquel individuo que se encuentra por encima del individuo vulgar, y que es capaz de crear obras grandiosas que nos permiten sentir los misterios del universo. Pero Schopenhauer mantiene un pesimismo: la grandeza de la obra genial no suele ser comprendida por los contemporáneos del artista, por eso es alguien melancólico y solitario.

 

F) Arte y belleza en el marxismo. Para Marx y Engels y, en general, los filósofos marxistas, el arte no es algo ideal o puro, sino que el arte está estrechamente vinculado a la sociedad, la política y economía de una época. Así, no existen normas de belleza absolutas, sino que los contenidos de la belleza y del arte cambian a lo largo de la historia. El arte expresa las ideas y sentimientos del artista, pero estas ideas y sentimientos están siempre en relación con un medio social determinado del cual reciben influencia y con el cual pueden estar en contradicción o en armonía.

                 Para el marxismo el arte expresa la organización económica de la sociedad, por eso surge al amparo de las instituciones que detentan el poder político y económico, bien sea los hombres libres de la Antigüedad clásica, la Iglesia en la Edad Media, la burguesía del siglo XVIII o las grandes empresas de nuestros días. El arte puede ser, por consiguiente, puesto al servicio de los intereses de las clases dominantes, legitimando su poder.

Frente a este arte que justifica el dominio y la explotación del hombre por el hombre, los filósofos marxistas ortodoxos proponen el Realismo, es decir, un arte que reproduzca fielmente la realidad, incluso reproduciéndola casi fotográficamente; reflejando la realidad fielmente, el arte puede servir de arma de lucha contra la explotación y ponerse a favor de la fraternidad entre los seres humanos.

Los filósofos de la Escuela de Frankfurt, como Adorno, proponen en cambio un arte expresionista y crítico, es decir, un arte que exprese el dolor de la Humanidad sufriente y critique las injusticias sociales. Este arte debe ser disonante, poco agradable, porque debe expresar la fealdad, miseria y contradicciones de la sociedad capitalista moderna.

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