EL PROBLEMA DE DIOS EN NIETZSCHE
La filosofía de Nietzsche es un vitalismo,
es decir, hace de la vida la fuerza primigenia o energía fundamental, que se
encuentra en constante devenir y transformación. La vida es algo cruel y
destructor, pero también un potente impulso creador. No se asimila a la vida
entendida como simple mecanismo biológico, sino que incluye todas las
manifestaciones de la realidad: arte, Estado, religión…
La vida, es, asimismo, el criterio
de valor supremo, por lo que Nietzsche distingue entre “vida ascendente” ―potente y elevada― y “vida decadente”, caracterizada por la reactividad, la pérdida de fuerza
y de vigor
Este vitalismo le lleva a criticar
radicalmente la cultura occidental, que está en decadencia porque, según
Nietzsche, ha adoptado una actitud excesivamente intelectual, contraria a la
vida. Nietzsche tratará de hacer una genealogía ―es decir, hallar los orígenes― de la crisis que atraviesa la cultura occidental en la
época moderna. Y cree encontrarlos primero en el surgimiento del platonismo,
y el posterior desarrollo de sus tesis en el marco del cristianismo, del
idealismo (Kant, Hegel, Schopenhauer) y, últimamente, la ciencia
moderna.
En su libro El nacimiento de la
tragedia (1871), Nietzsche,
influido por Wagner y Schopenhauer, interpreta la tragedia griega desde los
principios de lo apolíneo (Apolo = dios de la razón, equilibrio y
medida) y lo dionisiaco (Dionisos = dios de la orgía, del instinto y de la
vitalidad desbordada). Para Nietzsche, los griegos hicieron soportable el
carácter terrible de la existencia creando un bello mundo ilusorio de
representaciones artísticas (especialmente la tragedia), que expresaban el
perfecto equilibrio alcanzado en su cultura entre lo apolíneo-formal y lo
dionisiaco-vital. Lo ideal y lo real, el “cielo” y la “tierra” no se hallaban
separados en el arte trágico, formando ambos una unidad plena, un círculo
eterno. También los filósofos presocráticos, especialmente Heráclito, concibieron
unidos ambos aspectos de la realidad, el ser y el devenir, lo permanente y el
cambio, la razón (logos) y el mundo (fluir eterno).
Sócrates representó el fin del
equilibrio trágico griego y la puesta en entredicho del valor de la vida, al
promover con su filosofía una desmesurada potenciación de la lógica, de la
razón (Apolo), frente a la vida (Dionisos). La crítica de Sócrates divorció la
razón del cuerpo y pasó a considerar lo racional como el único acceso a la virtud,
instaurando la desconfianza hacia la vida instintiva y las pasiones.
Platón, por su parte, consumó este
error, desgajando la realidad en dos universos, inventando un mundo abstracto:
el mundo "verdadero" de las ideas, frente al mundo
"aparente" sensible, que se pasó a considerar como falso y engañoso,
negando el testimonio de los sentidos. La desvalorización platónica de los
sentidos supuso la supervaloración de la razón.
Desde Platón, el error de la
metafísica occidental ha consistido, pues, en sostener la existencia de un supuesto
mundo superior, "verdadero" e "ideal", opuesto al mundo de
la vida, que se niega como falso. Este error procede de considerar al lenguaje
como algo autónomo, de modo que los conceptos de "lo justo", "el
bien", los números o figuras geométricas, etc., parecen designar entes
verdaderos, existentes por sí mismos, cuando en realidad no son más que
palabras vacías. Para Nietzsche, estos conceptos universales no designan nada
subsistente en sí; tienen una función vital, y una vez que la han cumplido, han
de desecharse y sustituirse por otros más adecuados al flujo cambiante de la
vida.
Sin embargo, en la cultura
occidental ha sucedido justo lo contrario: tales conceptos se han considerado
como la auténtica realidad, como el "mundo verdadero", tanto en la
Religión, como en la Metafísica, como en la ciencia, frente al mundo de la
vida, que se ha tenido por "engañoso". Esta negación de la vida
y su opresión por parte de la razón abstracta se ha expresado mediante el
triunfo del sacerdote primero, del metafísico después, y del científico en la
actualidad.
Pero, según Nietzsche, el terreno
donde se ha producido de modo más acentuado esta negación de la vida desde la
abstracción racional es en la religión cristiana, cuyo concepto de Dios es
profundamente contrario a la vida, pues niega los valores del instinto y del
cuerpo como inferiores. Para Nietzsche la religión cristiana y su moral ascética
y negadora de la vida son los principales síntomas de la decadencia, de la
enfermedad, que atraviesa la vitalidad en la cultura occidental.
En la Antigüedad,
"bueno" era equivalente a "elevado espiritualmente",
"noble", "bello", "aristocrático"; y
"malo" equivalía a "ruin", "débil",
"vulgar", "plebeyo": imperaba una moral de señores.
Pero el cristianismo introdujo una moral del resentimiento, una moral de
esclavos, que, llena de odio hacia la vida superior, invirtió los valores,
considerando "buenos" a los hombres pequeños, mezquinos, humildes, ruines
y bajos, mientras que los hombres nobles, superiores, elevados física y
espiritualmente, eran calificados de "malvados". Desde entonces, el
individuo vitalmente débil trata de rebajar al hombre superior, odiando su
plenitud y fortaleza vital. Partiendo de una Divinidad que se halla fuera de la
vida, condena todo lo generoso, noble, fuerte y elevado espiritualmente.
Sin embargo, con la Ilustración
y el avance de la ciencia, se ha producido un acontecimiento decisivo, lo que
Nietzsche llama la "muerte de Dios", que implica la pérdida
del fundamento religioso sobre el que se sustentaba el sistema de valores de
nuestra cultura. Con ello, aparece el fenómeno característico de nuestra época:
el nihilismo (del latín nihil: nada): al desaparecer Dios, todos
los valores morales que se sustentaban en Él pierden su validez; el hombre deja
de creer en ellos y su existencia se hunde en el vacío. Los vacíos “ídolos” de
nuestra época: el “Estado”, el “Progreso”, la “Utilidad”, la “Ciencia”, la
“Democracia” … en los que el hombre actual se esfuerza en vano por creer, tras
la muerte de Dios, siguen ahogando los instintos vitales y las pasiones. Se
trata de una época caracterizada por la “máxima oscuridad”, en la que triunfa
una moral rebajadora, gregaria, racionalista, niveladora y democrática, síntoma
de la debilidad, la desesperación y el hastío vital del hombre contemporáneo:
“el último hombre”.
Pero Nietzsche cree que el
nihilismo tiene también un aspecto positivo: si “Dios ha muerto”, el hombre
puede ejercer ahora un papel creador. El horizonte se encuentra abierto para
que el ser humano pueda ejercer ahora libremente su creatividad sin trabas,
produciendo valores nuevos. El encargado de superar el nihilismo será el
superhombre.
El superhombre, es aquel individuo
que ha comprendido el verdadero sentido de lo que Nietzsche llama el eterno
retorno: sabe que el tiempo es cíclico y que, por tanto, cada instante se
repetirá infinitas veces, por lo que no sólo hay que querer vivirlo, sino
también, mediante el ejercicio creador de la voluntad de poder, elevarlo,
hacerlo único y lo más perfecto posible. El superhombre es aquel “espíritu
libre” que, habiendo roto con cualquier tipo de “trasmundo” metafísico, ha
logrado superar las "tres transformaciones del espíritu", que se
describen en Así habló Zaratustra:
1) El espíritu humano, en un primer momento, es semejante
al camello, ya que carga con el peso de la ley moral.
2) Después, es semejante al león: rompe con la
moral formal y busca el conocimiento.
3) Por último, se asemeja al niño, cuando las
acciones fluyen de él espontáneamente, buenas y bellas, sin estar sometido a
restricción moral alguna externa a él mismo.
El superhombre es, pues, aquel
sujeto que dice "sí" a la vida, con todas sus consecuencias; no cree
en la igualdad, ni en los valores que rebajan el poder de la vida, sino que ama
al hombre y a la vida como un continuo experimento donde ensayar formas cada
vez más valiosas, más elevadas y perfectas, más bellas.
El superhombre es el filósofo-artista
del futuro: como filósofo, practica un nihilismo activo, es decir,
lleva a cabo un "filosofar a martillazos", que acaba con el Dios
cristiano y los caducos valores de la moral tradicional, que se oponen a la
vida; es, pues, un "inmoralista" que se sitúa "más allá del bien
y del mal", pero sólo para, desde la plena libertad que ha alcanzado,
llevar a cabo una transvaloración de todos los valores vigentes,
sustituyéndolos por otros capaces de potenciar la vida al infinito.
En este breve vídeo os ofrezco una explicación del problema de Dios en Friedrich Nietzsche (1844-1900), fundamental para la EVAU en este autor.