El razonamiento es quizá el mejor mecanismo para ejemplificar cómo la
naturaleza y la cultura se encuentran indisociablemente ligadas, cómo
una y otra se nutren entre sí formando una especie de simbiosis en la
que una no puede existir sin la otra.
Si bien, por un lado, el pensamiento racional fue uno de los
mecanismos decisivos en el proceso de supervivencia, su posterior
sofisticación determinó una manera de pensar muy señalada, una forma del
raciocinio que es la única que conocemos pero no la única que
adivinamos, una paradoja que nos hace imaginar lo que podría ser sin
definirlo cabalmente.
Nietzsche, Foucault y otros filósofos mostraron cómo el pensamiento
racional tiene formas muy específicas, que no existe un pensamiento por
antonomasia a pesar de que esto lo podamos expresar únicamente desde
esta manera de pensar.
Quizá por eso la lista que presentamos a continuación tiene un doble
sentido. Por una parte, sí, reunir esos vicios y trampas de la razón
que, como dice el título, nos impiden ser totalmente racionales:
falacias, prejuicios y tendencias que nos inclinan hacia un “lado
oscuro” donde las cosas parecen ciertas y verdaderas pero solo por una
sutil deficiencia en la argumentación.
Por otro lado, sin embargo, también quisiéramos recalar en esa carga
negativa que por siglos se ha imputado a estas expresiones del
pensamiento racional. En
La verdad y las formas jurídicas,
Foucault emprende una entusiasta defensa de los sofistas, tan
despreciados por el pensamiento occidental dominante (el Platónico,
siguiendo la argumentación de Nietzsche), y en quienes el francés vio a
los depositarios del cariz más auténtico de la razón occidental, aquella
que esconde entre su supuesta limpidez lógica rasgos que le son
consustanciales como su relación íntima con el poder.
Se trata, en suma, de un ejercicio de autorreflexión sobre la razón
humana, nuestra razón, por tanto tiempo tenida en un altar propiciatorio
pero que no es, en modo alguno, la única posible ni mucho menos válida.
Falacia de confirmación
Aceptémoslo: a muchos nos encanta discutir, pero solo con quienes
sabemos que, secreta o abiertamente, están de acuerdo con nosotros.
Buscamos a nuestros pares: en capacidad intelectual, en acervo cultural,
en posiciones políticas, en credos, y no siempre encontramos agradable
salir de esta zona de confort. A este comportamiento psicológico Leon
Festinger lo denominó “disonancia cognitiva” y, en términos generales,
tiene como consecuencia un reforzamiento de nuestra visión de mundo, la
cual se ve poco desafiada.
Falacia de grupo
Parecida a la anterior, esta falacia se remite a las épocas tribales
de nuestra especie e incluso a características aún más elementales como
el efecto de la oxitocina sobre el comportamiento. Este neurotransmisor
nos impulsa a apoyar a quienes forman parte de nuestro grupo (nuestra
tribu) y, por el contrario, a rechazar a quienes no forman parte de
este.
Falacia del jugador
Como los jugadores consumados, la repetición de un suceso nos hace
creer que detrás de esta existe un sentido, un patrón que predice el
suceso siguiente. Lanzamos una moneda en cuatro ocasiones y a partir de
los resultados creemos que podemos predecir el resultado de la quinta
(contradiciendo el cálculo irrefutable de que las probabilidades siguen
siendo 50/50). Se trata también de una práctica mental parecida a la que
Poe relata al inicio de
La carta robada, en la parte donde habla del niño que siempre ganaba en el juego de “¿Par o impar?”.
Racionalización post-compra
Uno autoengaño sumamente contemporáneo: ese en el que nos
convencemos, por todas las vías posibles, de que de verdad necesitamos o
necesitaremos eventualmente ese artículo costoso y en el fondo
totalmente inútil que acabamos de adquirir. Visto más ampliamente, es
una manera de sentirnos mejor ante la que sabemos una decisión y se liga
con trastornos como el Síndrome de Estocolmo.
Probabilidad de negligencia
En este espejismo del pensamiento, nuestro cerebro no nos permite
entender que, estadísticamente, es menos probable morir en un accidente
automovilístico o en un acto terrorista que, digamos, por caer de las
escaleras o por un envenenamiento accidental. La probabilidad de
negligencia se refiere, según el psicóloga social Cass Sunstein, al
hecho de que exageramos los riesgos de actividades relativamente
perjudiciales al tiempo que sobredimensionamos las más peligrosas.
Tendencia a la observación selectiva
Hay días en que nos reparamos más que otros en determinadas
circunstancias y, erróneamente, tendemos a creer que estas no sucedían
con la frecuencia con que suceden en ese momento. Adquirimos una prenda
—un par de zapatos, una playera, etc.— y empezamos a ver esta misma por
todos lados. Una mujer se embaraza y de pronto advierte todas las de su
género que en sus escenarios cotidiano también están embarazadas. La
mayoría de las veces, sin embargo, esta no se reconoce como una
casualidad fortuita sin mayor trascendencia.
La falacia del statu quo
El pensamiento conservador por excelencia, aquel que está cierto en
que las cosas están bien como están, en que este es “el mejor de los
mundos posibles”, una regularidad cognitiva que se expresa en decisiones
que optan por evadir el cambio y mantener las rutinas que nos dan
seguridad en nuestra existencia diaria.
La inclinación a la negatividad
Por un curioso mecanismo a un tiempo mental y social, es sumamente
común que el cariz negativo de las cosas sea más atractivo que el
positivo. Una mala noticia, por ejemplo, es mucho más conocida que una
buena, en cualquier nivel de socialización. Al parecer no se trata de un
asunto que se explique únicamente por el morbo (esta es solo una
consecuencia paralela), sino que culturalmente hemos aprendido a creer
que las malas noticias son, en esencia, mucho más importantes o
profundas, según algunos una reminiscencia evolutiva de los tiempos en
que saberse mover entre la negatividad del mundo significaba mayores
probabilidades de adaptarse y sobrevivir.
Efecto Bandwagon
Como ya lo documentó con erudición y lucidez
Elias Canetti en Masa y poder,
el individuo modifica notablemente su comportamiento y su manera de
pensar cuando forma parte de una multitud, cuando esta lo abraza y lo
convierte en uno de sus anónimos integrantes. El efecto
bandwagon (que
tomó su nombre, un poco azarosamente, del vagón que en el tren del
circo transportaba a la banda musical) dicta que la probabilidad de que
una persona adopte una creencia o conducta se encuentra en proporción
directa de cuántos otros ya la tengan, esto eso, existe una tendencia
psicológica a seguir o imitar las acciones o ideas de otros porque o
preferimos conformarnos con lo existente o porque es imposible no
derivar nueva información a partir de lo que los demás piensan y hacen.
Falacia de proyección
Vivimos siempre con nosotros mismos, con lo que somos y lo que
pensamos, y solo con un esfuerzo más o menos mayor, es posible asomarnos
un poco fuera de nuestros propios límites y atisbar un reflejo de la
otredad. De ahí que sea común suponer que los demás piensan casi de la
misma manera que nosotros y, en consecuencia, que estarán de acuerdo en
lo que defendemos y rechazamos.
La tendencia del momento actual
A esta tendencia también podría denominársele del hedonismo, e
incluso parece tener raíces clásicas, filosóficas y poéticas. Según
algunos estudios, el ser humano tiende a dejar el sufrimiento para
después y preferir el placer para el ahora, en otras palabras,
difícilmente nos imaginamos en situaciones futuras que podrían alterar
nuestros comportamientos y expectativas actuales. Así, por poner un
ejemplo simple, una investigación de 1998 mostró que cuando se trata de
elegir alimentos para la semana próxima, 7 de cada 10 personas optan por
la fruta, pero si la elección se refiere al día corriente, también 7 de
cada 10 se inclinan por un chocolate.
Efecto de anclaje
Como si echara un ancla para estabilizarse antes de un proceso
racional, nuestra mente tiende a fijar una serie determinada de
factores, circunstancias, creencias, etc., para establecer comparaciones
y jerarquizaciones, las cuales son inamovibles e innegociables. Vamos a
una tienda, por ejemplo, y prácticamente el único elemento de
comparación entre productos similares es el precio, y todo lo demás
repentinamente desaparece ante nuestros ojos y nuestro entendimientos.
Fuente:
http://pijamasurf.com/2013/01/12-prejuicios-y-falacias-cognitivas-que-te-impiden-ser-absolutamente-racional/