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Descartes y la Reina Cristina de Suecia |
Es difícil precisar el contenido de la teoría cartesiana sobre el problema de la política. Lo que sí parece claro es que su pensamiento político, además de ser muy conservador, se enmarca -según afirma el profesor Antonio Negri es su famoso estudio Descartes político (1970)- en los parámetros propios de las monarquías absolutas del Barroco, y se orienta a construir un orden político razonable, en el marco del desarrollo hegemónico de la burguesía dentro de la formación del Estado absoluto.
Como es sabido, en el Discurso del método, Descartes afirma que él nunca "aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados a la administración de los asuntos públicos ni por su nacimiento ni por su posición social".
Esto le lleva a describir el mundo político en términos del absolutismo: el poder político se basa en una voluntad soberana plena, poco conocida en su majestad, que simplemente debe al propio arbitrio la capacidad de legislar. "Si veut le Roi, si veut la Loi [Si el Rey quiere, la Ley quiere]". La verdad la establece Dios del mismo modo que la ley la establece el soberano absoluto, y la validez de la ley queda confiada a la potencia que la sostiene, potencia que es incomprensible en su origen y motivación. "Dios es el que ha dictado [las leyes] en la naturaleza, tal como un rey dicta leyes en su reino. Ahora bien, no hay ninguna en particular que no podamos comprender, si nuestro espíritu se dedica a considerarla, y todas son innatas en nuestras mentes, del mismo modo que un rey imprimiría sus leyes en el corazón de todos sus súbditos, si tuviera el poder de hacerlo. En cambio, no podemos comprender la grandeza de Dios, aunque la conozcamos. Pero el hecho mismo de que la juzguemos incomprensible hace que la estimemos más; del mismo modo que un rey tiene mayor majestad cuanto menos conocido es por parte de sus súbditos, siempre que no piensen por ello que carecen de rey, y que le conozcan lo bastante como para no dudar de ello. Se os dirá que, si Dios hubiese dictado esas verdades, podría cambiarlas al igual que un rey hace sus leyes; a lo que hay que responder que sí, si su voluntad puede cambiar. - Pero yo las comprendo en tanto que eternas e inmutables.- Y no juzgo lo mismo de Dios.- Pero su voluntad es libre. Sí, pero su potencia es incomprensible; y por regla general podemos afirmar perfectamente que Dios puede hacer todo cuanto podemos comprender, pero no que no puede hacer lo que no podemos comprender; puesto que resultaría temerario pensar que nuestra imaginación tiene tanta extensión como su potencia. (AT, p. 145-146): " Y, finalmente, sentencia: "solo corresponde a los Soberanos, o a aquellos que han sido autorizados por ello para intervenir en la regulación de las costumbres de los demás." (AT V, p. 87). Como dice Negri: "El principio de obediencia al soberano absoluto está en Descartes, en todo caso, fuera de discusión" (Op. cit., p. 139) El propio Cartesio lo dice, sin ambages: "al oír que la expresión R-E-Y significa suprema potestad, la guardo en mi menoria."
Pero ese soberano debe estar atento, a su vez, a practicar una política razonable, que pasa por aplicar el derecho y mantener el orden y la justicia, para garantizar la paz: "Puesto que, como no hay nada más que la Justicia, que mantiene los Estados y los Imperios, por amor a ella, los primeros hombres abandonaron las grutas y los bosques para construir ciudades; sólo ella da y mantiene la libertad; en cambio, la impunidad de los culpables y la condena de los inocentes provoca la licencia que, como han observado todos los políticos, siempre fue la ruina de las Repúblicas." (AT VIII B, p. 224)
Las leyes morales son en el mundo social, igual que las naturales en su ámbito, órdenes inescrutables en su fundamentación divina: Coincidiendo con el P. Mersenne, Descartes mantiene que "El poder real es sacrosanto, ordenado por la Divinidad, principal obra de su providencia, obra maestra de sus manos, imagen viva de su sublime majestad y proporcional a su inmensa grandeza"; por eso no está permitido criticar o violar tales leyes. El orden social está garantizado en su conjunto por la Divinidad, de manera que el sujeto tiene que respetar el orden existente y la obligación de actuar en su contexto, porque "la soberanía del monarca no es más divisible que el punto en Geometría".
Con todo -hay que tener esto muy presente- existe un ámbito en el que el poder del Soberano absoluto no puede penetrar: el yo libre del sujeto pensante, que solo debe rendir cuentas a Dios, el ser infinito, y es, como él, libre. Como afirma Negri, aquí radica la defensa que hace Descartes de la libertad y la autonomía de la naciente burguesía, que un par de siglos después pasaría a convertirse en la clase hegemónica, en pleno proceso de construcción del Estado moderno.
El Cogito, pertrechado con su razón, pasará poco tiempo después a la conquista del mundo, gracias a la ciencia, la técnica y su capacidad de trabajo, capaces de someter a su voluntad el mundo entero, gracias a la mecánica, la manufactura y su capacidad de trabajo. Si de cara al exterior, Descartes pareció someterse a los dictados de las Monarquías absolutas de su época, su metafísica encerraba el "razonable proyecto" de reconstruir artificialmente el mundo, para someterlo a los dictados de la razón matemática, por parte del individuo burgués. Surgía la imagen de un mundo completamente matematizado, artificial, artesano e industrial; un horizonte en el que el individuo moderno ejercerá de manera indefinida su potencia productiva infinita. Somos, para bien o para mal, los herederos de ese proyecto.