Así describe Bertrand Russell en su Autobiografia a Wittgenstein, calificándolo de genio:
"Wittgenstein era austríaco, y su padre inmensamente rico; quería ser ingeniero y por eso se había marchado a Manchester. Allí, a raíz de sus estudios, se interesó en los principios de las matemáticas y averiguó quién se dedicaba a dicho tema. Alguien mencionó mi nombre y Wittgenstein se instaló en el Trinity. Tal vez él haya sido el ejemplo más perfecto que jamás he conocido del genio tal como uno se lo imagina tradicionalmente: apasionado, profundo, intenso y dominante. Tenía una especie de pureza que no he encontrado en nadie más, salvo en G. E. Moore. Recuerdo que una vez lo llevé a una reunón de la Sociedad Aristotélica; allí había algunas personas un tanto necias y yo las traté con cortesía. Al salir, Wittgenstein me recriminó con furia mi degradación moral por no haberle dicho a esa gente lo idiota que era. Su vida era tumultuosa, turbulenta, y su fuerza personal extraordinaria. (...) Solía visitarme cada día a medianoche y quedarse caminando de un extremo al otro de la habitación durante tres horas en agitado silencio, como una bestia enjaulada. Una vez le pregunté: "¿Estás pensado en la lógica o en tu pecados?"; "En ambos", me contestó y siguió andando. Yo no me atrevía a sugerirle que ya era hora de acostarse, pues a ambos nos parecía probable que se suicidara al salir de casa. Al terminar su primer curso en Trinity vino a verme y me preguntó: "¿Cree usted que soy un perfecto idiota?". Yo le dije: "¿Para qué quieres saberlo?". Y él me respondió: "Porque si lo soy me haré ingeniero aeronáutico, pero si no lo soy me convertiré en filósofo". Yo le dije: "Mi querido amigo, no sé si eres o no un idiota, pero si durante las vacacionesme escribes un ensayo sobre el tema filosófico que más te interese, yo lo leeré y te lo diré". Así lo hizo, y a comienzos del curso siguiente me presentó su trabajo. Nada más leer la primera frase quedé convencido de que Wittgenstein era un hombre de genio y le aseguré que bajo ningún concepto debía hacerse ingeniero aeronáutico. A principios de 1914 vino a verme, presa de una gran agitación: "Me voy a Cambridge, me marcho inmediatamente". "¿Por qué?", le pregunté. "Porque mi cñado se ha instalado en Londres y yo no soporto estar cerca suyo." De esta forma pasó el resto del invierno en el extremo norte de Noruega. En los primeros tiempos le pregunté una vez a G. E. Moore qué opinaba de Wittgenstein. "Tengo un gran concepto de él", me dijo. Le pregunté por qué y me respondió: "Porque en mis clases es el único que se muestra perplejo".
Cuando llegó la guerra, Wittgenstein, que era muy patriota, se alistó como ofiial en el ejército austríaco. Los primeros meses aún fue posible escribirle y tener noticias suyas, pero en poco tiempo se se cortó la comunicación. Ya no supe de él hasta pasado un mes después del armisticio, cuando recibí una carta suya desde Monte Cassino contándome que algunos días después del fin de la guerra había caido prisionero de los italianos, aunque por suerte había logrado conservar el manuscrito de un libro que por lo visto había escrito en las trincheras, y que quería que yo leyera. Wittgenstein era de la clase de hombres que cuando pensaba sobre lógica era capaz de no darse cuenta de minucias tales como bombas explotando a su alrededor. (...) Se trataba de la obra que más tarde se publicaría con el título de Tractatus Logico-Philosophicus. Lógicamente era muy importante encontrarse con Wittgenstein para hablar personalmente de su libro, y como era mejor que el encuentro tuviera lugar en un país neutral, decidimos vernos en La Haya. Entonces surgió un problema inesperado. Antes de estallar la guerra, el padre de Wittgenstein había transferido toda su fortuna a Holanda, así que al final seguía siendo tan rico como al comienzo de la contienda. Justo en la época del armisticio, el señor Wittgenstein murió legando a su hijo el grueso de su fortuna. Éste, sin embargo, llegó a la conclusión de que el dinero es un obstáculo para el filósofo y entregó hasta el último céntimo de su fortuna a su hermano y hermanas. A raíz de esto no podía pagarse el pasaje de Viena a La Haya, y como era muy orgulloso no quiso aceptar mi dinero. Por fin se encontró una solución al problema. En Cambridge se encontraban guardados sus muebles y sus libros, y él me expresó su deseo de vendérmelos. En la tienda de muebles que los guardaba me asesoraron respecto a su valor y yo los compré al precio que me indicaron. En realidad, eran mucho más valiosos de lo que él creía, y para mí fue el mejor negocio de mi vida. Gracias a esta venta Wittgenstein pudo viajar a La Haya, y allí nos pasamos una semana discutiendo su libro línea por línea (...) (pp. 470-472)
El contenido del Tractatus era tan "genial" que Wittgenstein temía no ser comprendido, ni siquiera por individuos tan talentudos como Russell o Frege. Así lo expresa en sendas cartas a Russell, fechadas el 12-06 y el 18-09, respectivamente, escritas desde el campo de concentración de Cassino, donde se encontraba prisionero:
"(...) Me temo que nos será muy difícil llegar a entendernos. Y la leve esperanza eu me quedaba de que mi manuscrito le aportara algo, se ha desvanecido por completo. Como se imaginará, es imposible que le escriba un comentario de mi libro. Sólo podría hacerlo oralmente. Si la comprensión del libro tiene alguna importancia para usted, y si puede arreglárselas para encontrarse conmigo, por favor hágalo. Si esto fuera imposible, tenga a bien enviarme el manuscrito a Viena por un conducto seguro tan pronto como lo haya leído. Es el único ejemplar corregido que poseo, ¡y es la obra de toda mi vida! No veo el momento de verla impresa, ahora más que nunca. Es muy amargo tener que arrastrar conmigo en cautiverio la obra terminada y observar cómo la insensatez reina por doquier. Y más amargo aún es pensar que nadie la entenderá, aunque llegue a publicarse. (...) Muchos saludos, y no suponga que todo lo que no es capaz de entender es una soberana estupidez. Afectuosamente. L. Wittgenstein."
"Estimado Russell: (...) Ya sabe usted qué difícil me resulta escribir sobre lógica. Esa es otra de las razones por las que mi libro es tan corto, y por lo tanto tan difícil. Pero nada puedo hacer.
Ahora bien, me temo que usted no haya captado mi postulado principal, del que todo el asunto de los soportes lógicos es sólo el corolario. El punto central es la teoría de lo que puede expresarse (gesagt) -y lo que es lo mismo, de lo que puede pensarse- mediante soportes (por ejemplo, por medio del lenguaje), y lo que no puede expresarse mediante soportes, sino únicamente mostrarse (gezeigt); lo cual, a mi entender, es el problema cardinal de la filosofía.
También he enviado mi manuscrito a Frege, quien me ha escrito hace una semana y deduzco que no ha entendido una sola palabra. Así que mi única esperanza es verlo pronto a usted y explicárselo todo, pues es muy duro no tener un alma que te comprenda."
Cabe preguntarse: si cerebros privilegiados como los de Russell y Frege no entendieron el Tractatus, ¿puede jactarse alguien de entenderlo? Bueno, yo creo que hoy en día el contenido del libro resulta mínimente asequible para un buen número de personas, al menos parcialmente. No hay que olvidar que la manera de pensar de Wittgenstein era novedosa para su época, y en muchos aspectos trascendía el horizonte de autores como Russell y Frege, más mayores que él. Actualmente, incluso muchos alumnos de bachillerato pueden atreverse a bordear los aforismos de Wittgenstein sin sentirse tan perplejos como él ante las lecciones de Moore. De manera que no debemos perder la esperanza de llegar a comprenderlo, aunque él ya no esté vivo para alegrarse de ello.