Johnny Depp, magníficamente caracterizado, en la película The Libertine, 2004 |
El pensamiento libertino del siglo XVII está representado sobre todo por el famoso cabinet de los hermanos Dupuy, cuyos principales miembros fueron Elie Diodati, Pierre Gassendi, Gabriel Naudé y François de la Mothe Le Vayer (1588-1672), autor de los famosos Diálogos del escéptico (1630). En ellos emprende una dura crítica al consentimiento universal sobre la existencia de Dios, defiende la superioridad del sabio frente al vulgo, valora el relativismo moral, plantea dudas frente a la inmortalidad del alma y la providencia divina, realiza un tajante divorcio entre la razón y la fe, y, finalmente, justifica el culto religioso solo desde el punto de vista político.
La Mothe Le Vayer (1588-1672) |
Le Vayer forma parte de lo que Alberto Tenenti, en su artículo "Libertinaje y herejía a mediados del siglo XVI y comienzos del XVII" (Comunicación al Coloquio de Royaumont, Annales, XVIII, nº 1, enero-febrero de 1963, pp. 75-80), denomina el libertinismo erudito.
Tenenti distingue tres tipos básicos de libertinos:
1º) El primero "el libertinaje antes del libertinaje", que correspondería a los "libertinos espirituales", herederos de los anabaptistas, contra los cuales escribió Calvino en 1547, quienes distinguían entre el "hombre exterior" y el "hombre interior", reduciendo a Cristo y todos los sacramentos cristianos a meros símbolos. Su principal "mártir" fue Miguel Servet; sostenían la generación espiritual, por parte de cada hombre, de Dios vivo, sin mediación de ninguna Iglesia en particular. Se ganaron el "bonito" apelativo de "acristos" y "ateos".
2º) El segundo tipo de libertinismo, cuyo principal defensor es Jean Bodin (1529-1596), con su Diálogo de los siete sabios acerca de los secretos ocultos de las cosas sublimes, sostiene la tesis deísta: la verdad religiosa no es diferente de la verdad moral, de manera que, siendo Dios una presencia interior a todo hombre, no requiere de dogmas, ni de creencias irracionales (encarnación, virginidad, sacramentos, resurrección, etc.); esta línea sería continuada por Locke, Toland, Collins y Voltaire.
3º) El tercer tipo de libertinos está representado por Pierre Charron (1541-1603), discípulo y amigo de Montaigne, autor del tratado De la Sagesse (1601), y es de corte escéptico. Charron alaba a aquellos espíritus fuertes que son capaces de suspender el juicio, sin obligarse ni comprometerne con ninguna opinión, ni aferrarse a ninguna idea; su divisa ha de ser: "Intus ut libet, foris ut moris est" ("interiormente, actúa como te plazca; exteriormente, como se acostumbra"), pues la duda vuelve al sujeto libre, y le hace renunciar a visiones totalizantes, situándole al margen de los dogmas religiosos e ideológicos, que vuelven a los hombres intolerantes y violentos, llevándoles a enfrentarse entre sí.. El hombre que valora Charron, está dotado de un espíritu fuerte y goza de la mayor libertad interior, pero exteriormente se adapta a las costumbres y creencias de sus conciudadanos.
Giulio Cesare Vanini, el "mártir del ateísmo" (1585-1619) |
Los libertinos del XVII sostendrán esta posición prudente, tras la condena a muerte de Giulio Cesare Vanini Toulouse, en 1619 (después de cortarle la lengua con una tenaza, ahorcar su cadaver y reducirlo a cenizas, que fueron arrojadas al viento): Así, Le Vayer, basándose en citas de innumerables autoridades clásicas: Lucrecio, Platón, Cicerón, Aristóteles, etc., va a sostener -con sagaz cinismo- que el mejor valedor de la fe cristiana es, paradójicamente, el escepticismo, pues, si se ponen en duda todas las explicaciones religiosas y filosóficas sobre la Divinidad, por su falta de fundamentación, la fe queda a resguardo de cualquier crítica, y solo se fundamenta en la voluntad misma (fideísmo); de manera que tanto aquellos que creen en diversos dioses, como aquellos que no creen, pueden convivir en armonía, sin tratar de imponerse unos a otros unas convicciones que la razón se ve incapaz de probar, y por tanto son simplemente materia de fe.
Como Vanini, los libertinos eruditos van a tener como único "Dios" a la Naturaleza -"reina y diosa de los mortales"- con sus leyes, y se empeñarán en buscar razones naturales para explicar todos los eventos del mundo, incuidos los milagros, predicciones, profecías, etc. La religión, o es fruto del miedo, o es un instrumento, hábilmente utilizado por los príncipes y los sacerdotes para engañar al vulgo, sometiéndolo a sus dictados, con el fin de mantener el orden dentro del Estado. Frente a todo ello, el sabio libertino, como afirma Le Vayer en su diálogo Sobre la vida privada, deberá preservar su libertad personal, adoptando una vida austera, alejada de los afanes que persigue el vulgo (honor, lucro o la actividad política); siguiendo las leyes de la naturaleza, y sintiéndose un ciudadano del mundo, pasará sus días felizmente, entregándose a los dos únicos placeres que elevan al hombre por encima de los animales: la amistad y el pensamiento (especialmente el pensamiento dedicado a investigar aquello que que más teme el vulgo ignorante: lo prohibido).
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