Así relata Bertrand Russell en su Autobiografía sus inicios en la lógica matemática y las circunstancias que rodearon la redacción de los Principia Mathematica:
"En julio de 1900 se celebró en París un Congreso Internacional de Filosofía, coincidiendo con la Exposición de aquel mismo año. Whitehead y yo decidimos asistir a dicho congreso, y yo acepté una invitación para leer un ensayo allí. (...) El congreso supuso un punto crucial en mi vida intelectual, porque allí me encontré con Peano. Le conocía ya de nombre y había visto algo de su obra, pero no me había tomado la molestia de dominar su notación. En las discusiones del congreso, observé que siempre era más preciso que cualquier otro y que invariablemente se llevaba el gato al agua en cualquier discusión en que tomara parte. Al pasar los días, me dije que aquello debía obedecer a su lógica matemática. Por lo tanto, resolví pedirle todas sus obras. Me las entregó y, tan pronto como concluyó el congreso, me retiré a Fernhurst para estudiar sosegadamente cada una de las palabras escritas por él y sus discípulos. Fue claro para mí que su notación proporcionaba un instrumento de análisis lógico como el que yo buscara durante años, y que estudiándole estaba adquiriendo una nueva y poderosa técnica para la obra que deseaba realizar desde hacía mucho tiempo. (...) Fue una época de embriaguez intelectual. Mis sensaciones se asemejaban a las que se experimentan tras escalar una montaña en medio de la niebla cuando, al llegar a la cima, la niebla se desipa súbitamente y el panorama se hace visible en cuarenta millas a la redonda. Durante años me había esforzado por analizar las nociones fundamentales de las matemáticas, como los números ordinales y cardinales. De pronto, en el curso de una semanas, descubrí las que parecían ser respuestas definitivas a los problemas que habían burlado mis esfuerzos durante años. Y mientras descubría estas respuestas, iba introduciendo una nueva técnica matemática, mediante la cual esferas anteriormente abandonadas a las vaguedades de los filósofos fueron conquistadas por la precisión de fórmulas exactas. Intelectualmente, el mes de septiembre de 1900 fue el punto más elevado de mi existencia. (...) Envié a Peano un ensayo para su revista, dando cuerpo a mis nuevas ideas. A principios de octubre me puse a escribir The Principles of Mathematics, sobre los cuales ya había hecho cierto número de intentos fallidos. Las partes III, IV, V y VI del libro, tal como se publicaron fueron escritas aquel otoño. También escribí entonces las partes I, II y VII, pero tuve que rehacerlas más tarde, de modo que el libro no quedó terminado en forma definitiva hasta mayo de 1902. (...)
"De manera bastante extraña, el final del siglo señaló el final de esta sensación de triunfo, y, a partir de aquel momento, empecé a ser asaltado simultáneamente por problemas intelectuales y emocionales que me hundieron en la más negra desesperacion que jamás he sufrido. (...) La esposa de Whitehead se estaba convirtiendo en una inválida y solía padecer intensos dolores a causa de una dolencia cardíaca. Parecía aislada de todo y de todos por muros de dolorosa agonía; el sentido de la soledad de cada alma humana me abrumó repentinamente. (...) [Entregado a la lógica] había olvidado todos los problemas más profundos y me había contentado con una inteligencia ligera y petulante. De pronto, la tierra parecía hundirse bajo mis pies, y me hallé en una esfera completamente distinta. En el curso de cinco minutos cruzaron por mi cerebro reflexiones como las siguientes: la soledad del alma humana es insoportable; nada puede penetrarla, excepto esa excelsa intensidad de la suerte de amor que han predicado los maestros religiosos; todo lo que no brote de este motivo es pernicioso o, por lo menos, inútil; se concluye de ello que la guerra es un error, que la educación de un internado es abominable, que el uso de la fuerza debe ser desaprobado y que en las relaciones humanas debe penetrarse hasta el meollo de la soledad de cada persona y dirigirse a él. (...)
Al término de aquellos cinco minutos me había convertido en una persona completamente diferente. Durante algún tiempo me poseyó una especie de iluminación mística. Tenía la impresión de conocer los pernsamientos mas íntimos de todo aquel con quien me encontraba en la calle, y, aunque sin duda se trataba de una ilusión, me sentía realmente en más estrecho contacto que antes con todos mis amigos y muchos de mis conocidos. Habiendo sido imperialista, en aquellos cinco minutos me convertí en (...) pacifista. Habíendome preocupado durante años exclusivamente la exactitud y el análisis, me sentí rebosante de sentimientos semimísticos respecto de la belleza, profundamente interesado por los niños y con un deseo casi tan hondo como el de Buda por hallar alguna filosofía que hiiese soportable la vida humana. Me poseía una extraña agitación, que contenía un agudo dolor, pero también cierto elemento de triunfo, en virtud del hecho de que podía dominar el dolor y hacer de ello, según pensaba, una puerta de acceso a la sabiduría. La penetración mística que me imaginaba poseer se ha desvaído grandemente, y el hábito de análisis se ha reafirmado. Pero algo de lo que creí ver en aquel momento ha permanecido siempre conmigo, determinando mi actitud durante la primera guerra mundial, mi interés por los niños, mi indiferencia por las desdichas de menos monta y cierto tono emocional en todas mis relaciones humanas.
"[Entonces] me puse a escribir la deducción lógica de las matemáticas, que posteriormente se convertiría en los Principia Mathematica. Creía que la obra estaba casi terminada cuando, en el mes de mayo, sufrí un revés intelectual casi tan severo como el revés emocional que padeciera en febrero. Cantor tenía una prueba de que no existe el número mayor, y a mí se me antojaba que el número de todas la cosas del universo debía ser el mayor posible. De acuerdo con ello, examine su prueba con alguna minuciosidad y me esforcé por aplicarla a la clase de todas las cosas que existen. Ello me llevó a considerar aquellas clases que no son miembro de sí mismas y a inquirir si la clase de tales clases es o no un miembro de sí misma. Descubrí que cada una de las respuestas lleva implícita su réplica contradictoria. Al principio supuse que podría superar fácilmente la contradicción y que probablemente habría algún error trivial en el razonamiento. Gradualmente, sin embargo, fue estando claro que no era ése el caso. (...) Resultó sobre un análisis lógico que había una afinidad con la antigua contradicción griega sobre Epiménides de Creta, quien dijo que todos los cretenses eran unos embusteros. Puede crearse una contradicción esencialmente similar a la de Epiménides, entregando a una persona una hoja de papel en la que se haya escrito: "La afirmación de la otra cara de esta hoja es falsa". La persona en cuestión da vuelta a la hoja y halla en el reverso: "La afirmación de la otra cara de esta hoja es falsa". Parecía indigno de un hombre hecho y derecho perder el tiempo en tales trivialidades, pero ¿qué hacer? Había algo erróneo, puesto que tales contradicciones eran ineluctables sobre premisas ordinarias. Trivial o no, la cuestión era un desafío. Durante la segunda mitad de 1901 supuse que la solución sería fácil, pero, al término de este tiempo, había llegado a la conclusión de que se trataba de una obra enorme. Por tanto, decidi terminar The Principles of Mathematics, dejando en suspenso la solución." (B. RUSSELL, Autobiografía, Edhasa, Barcelona, 2010, pp. 215-220)
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