"[Para Hegel], la realidad no es un estado de cosas, sino un proceso: algo en continua evolución. (...) Hegel argumento que el cambio raramente es arbitrario o casual, sino que responde a cierta razón de ser. Cualquier situación o estado de cosas, sea cual fuere, resiste cualesquiera otras posibilidades, opuestas o contrarias, e impide que las otras cosas sean u ocurran. Esto significa que siempre hay conflictos intrínsecos a cada situación, que siempre hay fuerzas opuestas a las cuales acabamos resistiendo; lo que a su vez significa que ninguna situación es completamente estable: cada una lleva en un interior influencias desestabilizadoras que la pueden echar abajo, si las circunstancias adversas crecen lo suficiente. Así, podemos decir que cada situación guarda en sí misma las semillas de su posible destrucción. Según Hegel, es esta continua y perpetua inestabilidad lo que constituye los procesos de cambio que experimentamos o percibimos por doquier. Hegel formalizó su idea del cambio en lo que denominó dialéctica: cualquier estado positivo de las cosas (denominamos a la descripción de éste nuestra tesis) está llamado a suscitar, simplemente por el hecho de existir, estados contrarios e incompatibles de cosas (el enunciado de esto es la antítesis) que lo desestabiliza y lo transforma en algo nuevo, en una nueva situación, en parte distinta y en parte la misma, en la que lo que antes eran elementos desestabilizadores, ahora son características estructurales constituyentes del nuevo objeto (a lo que podemos llamar síntesis). Pero este nuevo estado de cosas, por el mero hecho de existir, suscita..., etc. De modo que el patrón subyacente del proceso de cambio perpetuo e interminable es una constante y autorrenovadora tríada de tesis, antítesis y síntesis." (B. McGee, Wagner y la filosofía, FCE, México, 2008, pág. 57)
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