Ludwig Feuerbach 1804-1872 |
Para Fuerbach, la antropología es el misterio de la teología, es decir: el secreto de los conceptos religiosos se encuentra en el propio ser humano, que ha proyectado sus cualidades positivas en un Más Allá ficticio, en un Dios trascendente, alienándose en Él, y sometiéndose luego a ese ser producido por su imaginación.
Dios es, pues, el hombre alienado, que es incapaz de reconocerse a sí mismo en ese ser supuestamente superior que su propio pensamiento ha creado.
Según Marx, la relación enajenada entre Dios y el hombre que analiza Fuerbach encuentra su contrapartida en la relación Capital-Trabajador: también el Dinero-Capital, el mundo de las mercancías, aparece como un "fetiche" que adora el hombre, y al que se somete resignadamente, aceptando sus fluctuaciones en el mercado como si se tratasen de decretos del Destino. Pero lo que sucede, en realidad, es que el propio Capital no es sino una proyección de las relaciones de trabajo alienadas, que oprimen al hombre en la sociedad actual.
Veamos cómo describe Fuerbach la alienacion religiosa del ser humano:
"La religión, por lo menos la cristiana, es la relación del hombre consigo mismo, o, mejor dicho, con su esencia, pero considerada como una esencia extraña. La esencia divina es la esencia humana, o, mejor, la esencia del hombre prescindiendo de los límites de lo individual, es decir, del hombre real y corporal, objetivado, contemplado y venerado como un ser extraño y diferente de sí mismo. Todas las determinaciones del ser divino son las mismas que las de la esencia humana. (...) El hombre afirma en Dios lo que niega en sí mismo." (La esencia del cristianismo, Ed. Trotta, Madrid, 2009, 4ª ed., pp. 66-77)
"El hombre -éste es el misterio de la religión- objetiva su esencia y se convierte a su vez en objeto de este ser objetivo, transformado en sujeto, en una persona; él se piensa como objeto, pero como objeto de un objeto, como objeto de otro ser. (...) Dios es la esencia del hombre propia y subjetiva, separada e incomunicada; por lo tanto [el hombre], no puede actuar por sí mismo, todo lo bueno proviene de Dios. Cuanto más sujetivo y humano es Dios, tanto más enajena el hombre su propia sujetividad, su propia humanidad, porque Dios es, en y por sí, su yo alienado que se recupera de nuevo simultáneamente." (Ibid. pp. 80-81)
"La religión es la escisión del hombre consigo mismo; considera a Dios como un ser que le es opuesto. Dios no es lo que es el hombre; el hombre no es lo que es Dios. Dios es el ser infinito, el hombre, el ser finito; Dios es perfecto, el hombre, imperfecto; Dios es eterno, el hombre, temporal; Dios es omnipotente, el hombre, impotente; Dios es santo, el hombre pecaminoso. Dios y el hombre son extremos; Dios es lo absolutamente positivo, la suma de todas las realidades, el hombre es lo absolutamente negativo, la suma de todas las negaciones.
El hombre objetiva en la religión su esencia secreta. Es, por lo tanto, necesario demostrar que esta oposición, esta escisión entre Dios y el hombre con la que comienza la religión es una escisión entre el hombre y su propia esencia." (Ibid., p. 85)
"¿Qué afirmas, qué objetivas en Dios? Tu propio entendimiento. Dios es tu entendimiento y concepto supremo, tu facultad suprema de pensamiento. Dios es la "suma de todas las realidades", es decir, la suma de todas las verdades del entendimiento. Lo que conozco como esencial en mi entendimiento lo pongo en Dios como existente; Dios es lo que el entendimiento piensa como más elevado. Lo que conozco como esencial revela la esencia de mi entendimiento, muestra la fuerza de mi facultad de pensamiento. El entendimiento es, pues, el ens realissimum, el más real de todos los seres de la vieja ontoteología.
En el fondo, dice la ontoteología, sólo podemos pensar a Dios atribuyéndole todo lo que encontramos en nosotros de real, sin ninguna clase de límites (I. Kant).
Nuestras propiedades positivas y esenciales, nuestras realidades son, pues, las realidades de Dios, que en nosotros tienen límite, pero en Dios no." (Ibid., p. 90)
"En la oración el hombre adora su propio corazón considerando la esencia de su sentimiento como el ser supremo y divino. (...)
En Cristo se realiza el último deseo de la religión, se resuelve el misterio del sentimiento religioso -resuelto, sin embargo, en el lenguaje figurado propio de la eligión-, pues lo que Dios es en esencia, se ha manifestado en Cristo. A este respecto se puede llamar a la religión cristiana, con toda razón, absoluta y perfecta. Que Dios, que no es más que la esencia del hombre, sea también realizado en cuanto tal, y que como hombre llegue a ser objeto para la conciencia, constituye el fin de la religión. Y esto lo alcanzó la religión cristiana en la encarnación de Dios, que no es, en absoluto, un acto pasajero, pues Cristo permanece siendo hombre, aun después de su ascensión al cielo, hombre de corazón y de forma, sólo que ahora su cuerpo ya no es terrenal, sometido al sufrimiento." (Ibid., p. 191)
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