domingo, 14 de noviembre de 2010

2º de Bachillerato: " Ágora" y los comienzos del cristianismo



Como introducción al estudio del Bloque de contenidos dedicado a la Filosofía Medieval, resulta recomendable ver de nuevo la película Ágora, del genial Alejandro Amenábar, que recrea la convulsa sociedad de finales del Imperio Romano, a través de la figura de la filósofa y astrónoma Hipatia.
La película, que fue tachada de "fría" por muchos criticos, es desde mi punto de vista insuperable, una verdadera obra maestra, porque refleja perfectamente la contención y serenidad que según Aristóteles, han de caracterizar la vida teorética o contemplativa del filósofo antiguo. Frente a ese ideal, casi "escultórico" del intelectual pagano, se alzaba el mundo apasionado y convulso de la nueva religión cristiana: dos mentalidades que estaban destinadas a chocar entre sí, pero también a fecundarse mutuamente, como lo demuestra el profundo pensamiento de San Agustín, que transmitirá muchos aspectos del pensamiento clásico a la posteridad.
El talento de Amenábar, sin embargo, va mucho más lejos: muestra la insignificancia de los conflictos humanos, frente a la magnitud del universo; y también introduce un personaje "nietzscheano": el esclavo Davo, que refleja muy bien el resentimiento como base de la adhesión de buena parte de las masas a la nueva religión, opuesta al aristocratismo del mundo pagano. Por último, aparece también la progresiva centralización del poder eclesiástico, que aliado con el despotismo imperial, terminaría por anular el germen revolucionario del primer cristianismo.
Es ese mismo poder el que ha hecho en nuestros días todo lo que ha podido para denigrar y echar por tierra la película de Amenábar; de manera que, cuando uno asiste a la proyección de la película (yo la vi dos veces seguidas), tiene la sensación de que el mundo que en ella se describe no se encuentra demasiado alejado del nuestro: el fanatismo vence, y la filosofía, invariablemente, sale perdiendo.
En el otro extremo de la costa africana, por la misma época en que Hipatia era asesinada, Agustín de Hipona vivía su tragedia personal, debatiéndose entre la carne y el espíritu; entre el deseo desmedido de placeres y su vocación religiosa, que le conduciría primeramente al maniqueísmo, y más tarde al catolicismo, impulsado por su madre, Mónica.

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