lunes, 27 de enero de 2014

2º de Bachillerato: Gnosticismo: Prisciliano de Ávila


   Uno de los contemporáneos de San Agustín, creador de una de las herejías que éste combatió con mayor denuedo, fue Prisciliano de Ávila (340-385), el primer mártir del gnosticismo. 
   En su film La Vía Láctea, Luis Buñuel presenta con claridad meridiana los principales aspectos del priscilianismo, una versión del cristianismo, muy cercana al platonismo y al maniqueísmo, hoy prácticamente olvidada, pero que en su tiempo fue acogida con entusiasmo por numerosos fieles, sobre todo en la provincia romana de Gallaecia, de donde era oriundo el que fuera obispo abulense. Allí sería enterrado, tras ser decapitado en Tréveris, en 385, acusado por el prefecto Evodio (el mismo que aparece en Sobre el libre albedrío) ante el emperador Máximo de practicar la magia y la astrología. Algunos dicen, incluso´, que quien está enterrado en Santiago de Compostela no sería el apóstol, sino Prisciliano, cosa que parece confirmar el análisis realizado a los restos.
   La caída del alma, esa chispa de luz divina, prisionera del cuerpo; la necesidad de practicar el ascetismo, para retornar al Padre inefable; la creación del mundo material por un principio del mal, o la admisión de mujeres en puestos destacados de la iglesia, son aspectos del gnosticismo priscilianista que aparecen en este oscuro pasaje de la cinta de Buñuel. Sirvan como contrapunto herético de la ortodoxia agustiniana.

viernes, 17 de enero de 2014

2º de Bachillerato: El Médico: Una película sobre Avicena y la filosofía árabe medieval


  

   Una película muy recomendable para conocer mejor el pensamiento medieval, especialmente el pensamiento árabe, es la adaptación que ha realizado el director alemán Philipp Stölzl de la novela El médico (The Physician) del escritor estadounidense Noah Gordon, publicada en 1986.
   La película, ambientada en la Inglaterra de finales del siglo X y principios dell siglo XI, cuenta la vida Rob J. Cole, que a los nueve años se queda huérfano. La muerte de su madre le revela un "don" especial, que le permite percibir si alguien está próximo a la muerte sólo con tocarlo. Cuando se queda solo, fortuitamente pasará a ser el ayudante-aprendiz de Henry Croft (Barber), un hombre campechano que recorre Inglaterra montando espectáculos de malabarismo, para atraer al público a su negocio de cirujano-barbero, donde realiza pequeñas curas y vende un brebaje curalotodo: la «Panacea Universal». 
   En el curso de sus viajes, Rob conoce a un médico judío, y queda sorprendido por sus conocimientos de medicina, que le permiten curar las cataratas que afectan al barbero. Cuando pregunta al médico hebreo de dónde ha aprendido su ciencia, éste le responde que ha adquirido sus conocimientos de los árabes, especialmente del mejor médico de la época: Ibn Sina, o Avicena (980-1037), que trabaja en una madraza ("casa de la sabiduría") de Isphahán (Persia). Rob se plantea ir a estudiar medicina en serio con Avicena, pero el judío le advierte que, debido a los conflictos bélicos, en estos países no se acepta como estudiantes a los cristianos, y además la Iglesia condena cualquier contacto e influencia con dicha cultura.
   A pesar de todo, Rob, decide emprender ese viaje, en búsca de la "luz del conocimiento", haciéndose pasar por por judío, adoptando el nombre de Jesse ben Benjamin, ya que no podría hacerlo como cristiano. Se integra en una caravana hacia oriente y durante el largo camino se circuncida y aprende a hablar en persa. Al llegar a la madraza de Ispahán, al principio es rechazado por no contar con los conocimientos ni el dinero necesario para estudiar allí, pero luego entra en contacto casualmente con el mismo Avicena, que lo acepta en sus clases. En ellas no solo adquiere conocimientos médicos, sino también filosóficos, astronómicos, etc. De hecho, vemos a Avicena (magistramente interpretado por un Ben Kingsley en estado de gracia) enseñar a sus discípulos la filosofía de Aristóteles, así como la distinción entre "esencia" y "existencia", la estructura de la bóveda celeste, etc.

Ibn Sina (Avicena), impartiendo
clases en la madraza de Isphahán
   Por medio de Avicena, que toma afecto al muchacho, debido a su interés en la filosofía y la medicina, Rob mantiene frecuente contacto con el Sha en calidad de protegido suyo. Junto a su maestro, y los demás hakims (sabios), combatirá una terrible epidemia de peste, y se enfrentará a la intolerancia de los ulemas, que, dispuestos a terminar con todos los "filósofos corruptos", acabarán arruinando el pacífico reinado del Sha, provocando la invasión de los selyúcidas y la destrucción de la madraza (en unas escenas que recuerdan de lejos algunos pasajes de Ágora). Avicena muere entristecido, viendo arrasada su obra intelectual y filosófica por el fanatismo y la guerra, pero leno de esperanza, al comprobar que su joven discípulo ha heredado sus conocimientos y está en condiciones de propagarlos.
   Muchos aspectos de lo que hemos estudiado en las clases aparecen en el film: la superioridad de la cultura islámica de la época, y el papel que jugó en la transmisión del pensamiento griego; la elaboración, por parte de Avicena, de su famoso Canon de medicina; el argumento de autoridad, que lleva tanto a cristianos como a árabes a no practicar disecciones, retrasando así el avance de la ciencia; la campaña de descrédito contra la falasifa y los faylasuf, que se ven acusados una y otra vez de nigromancia, por parte de los sectores más fanáticos de las tres culturas...; en suma: una pequeña lección de filosofía en imágenes, bien ambientada y dirigida, que puede, a la vez, instruirnos y deleitarnos. Vayamos a verla, y, como diría Ibn Sina: "As Salaam-Alaikum!"

domingo, 5 de enero de 2014

1º de Bachillerato: El problema de querer tener siempre razón

"EL ARTE DE TENER SIEMPRE RAZÓN (Y SUS DESVENTAJAS)

TENER LA RAZÓN NO ES NECESARIAMENTE LO MISMO QUE ESTAR EN PRESENCIA DE LA VERDAD.
 


   Puede parecer un truco jedi o zen, pero la mejor manera de tener la razón es no participar en discusiones. ¿Pero quién puede resistir la tentación de mostrar sus mejores argumentos y de tratar de persuadir a los demás de que lo que nosotros pensamos es lo correcto? No importa que se trate de un thread de comentarios en una página web o de una cena familiar: hay gente que querrá tener siempre la razón, cueste lo que cueste. 
¿En qué momento una conversación se transforma de un civilizado intercambio de ideas en una guerra de volúmenes de voz hasta que alguien comienza a insultar abiertamente al otro? Los manuales de retórica nos dirán que los argumentos ad hominem (aquellos dirigidos contra nuestro interlocutor de manera personal y no contra sus ideas o posiciones) son un recurso legítimo para ganar una discusión; sin embargo, el psicólogo Drew Westen demostró en un pequeño experimento que el ganar una discusión deja inmovilizada nuestra capacidad de pensamiento lógico y razonamiento; en otras palabras, los que quieren ganar un argumento por cualquier medio deben dejar de pensar.
Westen basa su hallazgo en un experimento con partidarios políticos de las elecciones presidenciales en EU del 2004, entre los candidatos George Bush Jr. y John Kerry. A un grupo de partidarios de ambos candidatos se les mostraron videos donde sus candidatos salían contradiciéndose a sí mismos. Lo que ocurrió en sus cerebros al ver que los políticos contradecían sus propias visiones de mundo fue que las zonas del cerebro que controlan el razonamiento lógico se adormecieron, mientras que aquellas partes que controlan la hostilidad (el reflejo de respuesta al ataque en una pelea, por ejemplo) se activaron.
Los participantes del experimento se sienten, entonces, atacados personalmente y reaccionan no desde una trinchera lógica sino visceral: la nueva información no halla donde “archivarse” dentro de una lógica militante, por lo que se transforma en agresión. Esto ocurre, según Westen, porque en esos momentos no queremos persuadir al otro de nuestros puntos de vista, sino defender nuestros propios argumentos (nuestra propia adhesión a una verdad adquirida) de cualquier cosa que pudiera dañarla. (El resto de los experimentos y cómo afectan la vida pública de un país pueden consultarse en el libro de Westen, The Political Brain.)
En otras palabras: una conversación se vuelve una discusión violenta cuando la verdad deja de importarnos, y comenzamos a discutir dentro de una metáfora de guerra, donde vencer lo es todo. Como atestiguan muchos personajes que quisieron tener la razón a toda costa (pensemos en Roberspierre, Stalin, Hitler o Mao), la imposición violenta de una opinión no la vuelve verdadera, y aquel que desea imponerla corre el riesgo de convertirse en un tirano. 
No es difícil ver este comportamiento en cualquier terreno donde exista más de un punto de vista dominante o entre partidarios de diferentes aspectos de una misma cosa: en lo profesional al igual que en lo personal, la gente cree que tener la razón es el equivalente a tener un status jerárquico superior al del otro.
La dialéctica y la filosofía enseñan que pueden existir verdades contradictorias, y que las respuestas importan menos que el planteamiento correcto de las preguntas. Pero este “correcto planteamiento” sólo puede hacerse cuando los interlocutores están dispuestos a poner en crisis su propia visión del mundo; la actitud filosófica sería la que desea conocer la verdad auténtica, incluso concediendo que nuestras propias herramientas emocionales e intelectuales pueden estar mal calibradas; es decir, que al retórico y al político les interesa tener la razón por razones de poder, mientras que a los pensadores libres les interesa plantear los términos en que una verdad puede conocerse o rechazarse definitivamente.
Si de cualquier forma lo tuyo es tener la razón a cualquier precio (es decir, si te interesa más el imaginario respeto de los demás o la imposición de tu punto de vista por medios diferentes a los de la verdad consensuada) te recomendamos revisar Dialéctica erística o el arte de tener siempre la razón, de Arthur Schopenhauer. Si lo tuyo, en cambio, es el temperamento dialéctico, seguramente hallarás a Schopenhauer igualmente estimulante (era uno de los favoritos de Nietzsche).

1º de Bachillerato: 12 tipos de falacias cognitivas

"DOCE PREJUICIOS Y FALACIAS COGNITIVAS QUE TE IMPIDEN SER ABSOLUTAMENTE RACIONAL
LA RAZÓN HUMANA NO ES TAN PERFECTA COMO CASI SIEMPRE SE LE CONSIDERA Y, POR EL CONTRARIO, POSEE FISURAS ESTRUCTURALES POR LAS QUE SE CUELA EL ERROR, EL EQUÍVOCO, LA FALSEDAD; O QUIZÁ NO SEA ASÍ Y ESTO QUE CONSIDERAMOS DESDEÑABLE SEA SOLO OTRA EXPRESIÓN DE NUESTRO DEFICIENTE PENSAMIENTO.
El razonamiento es quizá el mejor mecanismo para ejemplificar cómo la naturaleza y la cultura se encuentran indisociablemente ligadas, cómo una y otra se nutren entre sí formando una especie de simbiosis en la que una no puede existir sin la otra.
Si bien, por un lado, el pensamiento racional fue uno de los mecanismos decisivos en el proceso de supervivencia, su posterior sofisticación determinó una manera de pensar muy señalada, una forma del raciocinio que es la única que conocemos pero no la única que adivinamos, una paradoja que nos hace imaginar lo que podría ser sin definirlo cabalmente.
Nietzsche, Foucault y otros filósofos  mostraron cómo el pensamiento racional tiene formas muy específicas, que no existe un pensamiento por antonomasia a pesar de que esto lo podamos expresar únicamente desde esta manera de pensar.
Quizá por eso la lista que presentamos a continuación tiene un doble sentido. Por una parte, sí, reunir esos vicios y trampas de la razón que, como dice el título, nos impiden ser totalmente racionales: falacias, prejuicios y tendencias que nos inclinan hacia un “lado oscuro” donde las cosas parecen ciertas y verdaderas pero solo por una sutil deficiencia en la argumentación.
Por otro lado, sin embargo, también quisiéramos recalar en esa carga negativa que por siglos se ha imputado a estas expresiones del pensamiento racional. En La verdad y las formas jurídicas, Foucault emprende una entusiasta defensa de los sofistas, tan despreciados por el pensamiento occidental dominante (el Platónico, siguiendo la argumentación de Nietzsche), y en quienes el francés vio a los depositarios del cariz más auténtico de la razón occidental, aquella que esconde entre su supuesta limpidez lógica rasgos que le son consustanciales como su relación íntima con el poder.
Se trata, en suma, de un ejercicio de autorreflexión sobre la razón humana, nuestra razón, por tanto tiempo tenida en un altar propiciatorio pero que no es, en modo alguno, la única posible ni mucho menos válida.
Falacia de confirmación
Aceptémoslo: a muchos nos encanta discutir, pero solo con quienes sabemos que, secreta o abiertamente, están de acuerdo con nosotros. Buscamos a nuestros pares: en capacidad intelectual, en acervo cultural, en posiciones políticas, en credos, y no siempre encontramos agradable salir de esta zona de confort. A este comportamiento psicológico Leon Festinger lo denominó “disonancia cognitiva” y, en términos generales, tiene como consecuencia un reforzamiento de nuestra visión de mundo, la cual se ve poco desafiada.
Falacia de grupo
Parecida a la anterior, esta falacia se remite a las épocas tribales de nuestra especie e incluso a características aún más elementales como el efecto de la oxitocina sobre el comportamiento. Este neurotransmisor nos impulsa a apoyar a quienes forman parte de nuestro grupo (nuestra tribu) y, por el contrario, a rechazar a quienes no forman parte de este.
Falacia del jugador
Como los jugadores consumados, la repetición de un suceso nos hace creer que detrás de esta existe un sentido, un patrón que predice el suceso siguiente. Lanzamos una moneda en cuatro ocasiones y a partir de los resultados creemos que podemos predecir el resultado de la quinta (contradiciendo el cálculo irrefutable de que las probabilidades siguen siendo 50/50). Se trata también de una práctica mental parecida a la que Poe relata al inicio de La carta robada, en la parte donde habla del niño que siempre ganaba en el juego de “¿Par o impar?”.
Racionalización post-compra
Uno autoengaño sumamente contemporáneo: ese en el que nos convencemos, por todas las vías posibles, de que de verdad necesitamos o necesitaremos eventualmente ese artículo costoso y en el fondo totalmente inútil que acabamos de adquirir. Visto más ampliamente, es una manera de sentirnos mejor ante la que sabemos una decisión y se liga con trastornos como el Síndrome de Estocolmo.
Probabilidad de negligencia
En este espejismo del pensamiento, nuestro cerebro no nos permite entender que, estadísticamente, es menos probable morir en un accidente automovilístico o en un acto terrorista que, digamos, por caer de las escaleras o por un envenenamiento accidental. La probabilidad de negligencia se refiere, según el psicóloga social Cass Sunstein, al hecho de que exageramos los riesgos de actividades relativamente perjudiciales al tiempo que sobredimensionamos las más peligrosas.
Tendencia a la observación selectiva
Hay días en que nos reparamos más que otros en determinadas circunstancias y, erróneamente, tendemos a creer que estas no sucedían con la frecuencia con que suceden en ese momento. Adquirimos una prenda —un par de zapatos, una playera, etc.— y empezamos a ver esta misma por todos lados. Una mujer se embaraza y de pronto advierte todas las de su género que en sus escenarios cotidiano también están embarazadas. La mayoría de las veces, sin embargo, esta no se reconoce como una casualidad fortuita sin mayor trascendencia.
La falacia del statu quo
El pensamiento conservador por excelencia, aquel que está cierto en que las cosas están bien como están, en que este es “el mejor de los mundos posibles”, una regularidad cognitiva que se expresa en decisiones que optan por evadir el cambio y mantener las rutinas que nos dan seguridad en nuestra existencia diaria.
La inclinación a la negatividad
Por un curioso mecanismo a un tiempo mental y social, es sumamente común que el cariz negativo de las cosas sea más atractivo que el positivo. Una mala noticia, por ejemplo, es mucho más conocida que una buena, en cualquier nivel de socialización. Al parecer no se trata de un asunto que se explique únicamente por el morbo (esta es solo una consecuencia paralela), sino que culturalmente hemos aprendido a creer que las malas noticias son, en esencia, mucho más importantes o profundas, según algunos una reminiscencia evolutiva de los tiempos en que saberse mover entre la negatividad del mundo significaba mayores probabilidades de adaptarse y sobrevivir.
Efecto Bandwagon
Como ya lo documentó con erudición y lucidez Elias Canetti en Masa y poder, el individuo modifica notablemente su comportamiento y su manera de pensar cuando forma parte de una multitud, cuando esta lo abraza y lo convierte en uno de sus anónimos integrantes. El efectobandwagon (que tomó su nombre, un poco azarosamente, del vagón que en el tren del circo transportaba a la banda musical) dicta que la probabilidad de que una persona adopte una creencia o conducta se encuentra en proporción directa de cuántos otros ya la tengan, esto eso, existe una tendencia psicológica a seguir o imitar las acciones o ideas de otros porque o preferimos conformarnos con lo existente o porque es imposible no derivar nueva información a partir de lo que los demás piensan y hacen.
Falacia de proyección
Vivimos siempre con nosotros mismos, con lo que somos y lo que pensamos, y solo con un esfuerzo más o menos mayor, es posible asomarnos un poco fuera de nuestros propios límites y atisbar un reflejo de la otredad. De ahí que sea común suponer que los demás piensan casi de la misma manera que nosotros y, en consecuencia, que estarán de acuerdo en lo que defendemos y rechazamos.
La tendencia del momento actual
A esta tendencia también podría denominársele del hedonismo, e incluso parece tener raíces clásicas, filosóficas y poéticas. Según algunos estudios, el ser humano tiende a dejar el sufrimiento para después y preferir el placer para el ahora, en otras palabras, difícilmente nos imaginamos en situaciones futuras que podrían alterar nuestros comportamientos y expectativas actuales. Así, por poner un ejemplo simple, una investigación de 1998 mostró que cuando se trata de elegir alimentos para la semana próxima, 7 de cada 10 personas optan por la fruta, pero si la elección se refiere al día corriente, también 7 de cada 10 se inclinan por un chocolate.
Efecto de anclaje
Como si echara un ancla para estabilizarse antes de un proceso racional, nuestra mente tiende a fijar una serie determinada de factores, circunstancias, creencias, etc., para establecer comparaciones y jerarquizaciones, las cuales son inamovibles e innegociables. Vamos a una tienda, por ejemplo, y prácticamente el único elemento de comparación entre productos similares es el precio, y todo lo demás repentinamente desaparece ante nuestros ojos y nuestro entendimientos.
Fuente: http://pijamasurf.com/2013/01/12-prejuicios-y-falacias-cognitivas-que-te-impiden-ser-absolutamente-racional/ 

jueves, 2 de enero de 2014

1º de Bachillerato: Materialistas libertinos y escépticos: La Mothe Le Vayer y Giulio Cesare Vanini

Johnny Depp, magníficamente caracterizado, en la película The Libertine, 2004
 

 El pensamiento libertino del siglo XVII está representado sobre todo por el famoso cabinet de los hermanos Dupuy, cuyos principales miembros fueron Elie Diodati, Pierre Gassendi, Gabriel Naudé y François de la Mothe Le Vayer (1588-1672), autor de los famosos Diálogos del escéptico (1630). En ellos emprende una dura crítica al consentimiento universal sobre la existencia de Dios, defiende la superioridad del sabio frente al vulgo, valora el relativismo moral, plantea dudas frente a la inmortalidad del alma y la providencia divina, realiza un tajante divorcio entre la razón y la fe, y, finalmente, justifica el culto religioso solo desde el punto de vista político.

La Mothe Le Vayer (1588-1672)

   Le Vayer forma parte de lo que Alberto Tenenti, en su artículo "Libertinaje y herejía a mediados del siglo XVI y comienzos del XVII" (Comunicación al Coloquio de Royaumont, Annales, XVIII, nº 1, enero-febrero de 1963, pp. 75-80), denomina el libertinismo erudito.
   Tenenti distingue tres tipos básicos de libertinos:
   1º) El primero "el libertinaje antes del libertinaje", que correspondería a los "libertinos espirituales", herederos de los anabaptistas, contra los cuales escribió Calvino en 1547, quienes distinguían entre el "hombre exterior" y el "hombre interior", reduciendo a Cristo y todos los sacramentos cristianos a meros símbolos. Su principal "mártir" fue Miguel Servet; sostenían la generación espiritual, por parte de cada hombre, de Dios vivo, sin mediación de ninguna Iglesia en particular. Se ganaron el "bonito" apelativo de "acristos" y "ateos".
    2º) El segundo tipo de libertinismo, cuyo principal defensor es Jean Bodin (1529-1596), con su Diálogo de los siete sabios acerca de los secretos ocultos de las cosas sublimes, sostiene la tesis deísta: la verdad religiosa no es diferente de la verdad moral, de manera que, siendo Dios una presencia interior a todo hombre, no requiere de dogmas, ni de creencias irracionales (encarnación, virginidad, sacramentos, resurrección, etc.); esta línea sería continuada por Locke, Toland, Collins y Voltaire.
   3º) El tercer tipo de libertinos está representado por Pierre Charron (1541-1603), discípulo y amigo de Montaigne, autor del tratado De la Sagesse (1601), y es de corte escéptico. Charron alaba a aquellos espíritus fuertes que son capaces de suspender el juicio, sin obligarse ni comprometerne con ninguna opinión, ni aferrarse a ninguna idea; su divisa ha de ser: "Intus ut libet, foris ut moris est" ("interiormente, actúa como te plazca; exteriormente, como se acostumbra"), pues la duda vuelve al sujeto libre, y le hace renunciar a visiones totalizantes, situándole al margen de los dogmas religiosos e ideológicos, que vuelven a los hombres intolerantes y violentos, llevándoles a enfrentarse entre sí.. El hombre que valora Charron, está dotado de un espíritu fuerte y goza de la mayor libertad interior, pero exteriormente se adapta a las costumbres y creencias de sus conciudadanos.

Giulio Cesare Vanini, el "mártir del ateísmo" (1585-1619)

   Los libertinos del XVII sostendrán esta posición prudente, tras la condena a muerte de Giulio Cesare Vanini Toulouse, en 1619 (después de cortarle la lengua con una tenaza, ahorcar su cadaver y reducirlo a cenizas, que fueron arrojadas al viento): Así, Le Vayer, basándose en citas de innumerables autoridades clásicas: Lucrecio, Platón, Cicerón, Aristóteles, etc., va a sostener -con sagaz cinismo- que el mejor valedor de la fe cristiana es, paradójicamente, el escepticismo, pues, si se ponen en duda todas las explicaciones religiosas y filosóficas sobre la Divinidad, por su falta de fundamentación, la fe queda a resguardo de cualquier crítica, y solo se fundamenta en la voluntad misma (fideísmo); de manera que tanto aquellos que creen en diversos dioses, como aquellos que no creen, pueden convivir en armonía, sin tratar de imponerse unos a otros unas convicciones que la razón se ve incapaz de probar, y por tanto son simplemente materia de fe.
   Como Vanini, los libertinos eruditos van a tener como único "Dios" a la Naturaleza  -"reina y diosa de los mortales"- con sus leyes, y se empeñarán en buscar razones naturales para explicar todos los eventos del mundo, incuidos los milagros, predicciones, profecías, etc. La religión, o es fruto del miedo, o es un instrumento, hábilmente utilizado por los príncipes y los sacerdotes para engañar al vulgo, sometiéndolo a sus dictados, con el fin de mantener el orden dentro del Estado. Frente a todo ello, el sabio libertino, como afirma Le Vayer en su diálogo Sobre la vida privada, deberá preservar su libertad personal, adoptando una vida austera, alejada de los afanes que persigue el vulgo (honor, lucro o la actividad política); siguiendo las leyes de la naturaleza, y sintiéndose un ciudadano del mundo, pasará sus días felizmente, entregándose a los dos únicos placeres que elevan al hombre por encima de los animales: la amistad y el pensamiento (especialmente el pensamiento dedicado a investigar aquello que que más teme el vulgo ignorante: lo prohibido).