lunes, 24 de septiembre de 2012

2º de Bachillerato: Los antecedentes del Superhombre de Nietzsche en la novela popular


   

   En la colección de ensayos  titulada El superhombre de masas Umberto Eco traza una magnífica genealogía de la noción nietzscheana del "superhombre", a partir de la tesis expuesta por el filósofo marxista italiano A. Gramsci en su escrito "Letteratura popolare" (Letteratura e vita nazionale, III). Según Gramsci," puede afirmarse que buena parte de la autodenominada "superhumanidad" nietzscheana tiene su origen o modelo doctrinal no ya en Zaratustra, sino simplemente en El conde de Montecristo de A. Dumas". 
   Eco retoma esta idea, y rastrea el origen del concepto del superhombre en los protagonistas de las novelas por entregas y folletines del XIX, como Los misterios de París, de Eugène Sue, Los miserables de V. Hugo, Ilusiones perdidas de Balzac, o Los tres mosqueteros, Memorias de un médico y El conde de Montecristo, de Dumas, padre. En estas novelas, aparecen personajes herederos directos del héroe satánico romántico -como Rodolphe de Gerolstein, J. Valjéan, el criminal Vautrin, Athos, G. Balsamo o el propio Montecristo-, que se posicionan al margen de la ley, y que, para solventar los problemas a los que se enfrentan, practican un código ético  situado más allá de lo que la sociedad considera "bueno" o "malo", centrado en el ejercicio despótico de su voluntad de poder. Tales personajes, además, suelen encontrarse amparados por alguna sociedad secreta, que, como dice Eco, supone  la "encarnación colectiva del superhombre", y que es la que se encarga de dominar a las masas. El Übermensch nietzscheano, en resumen, "nace en el crisol de la novela por entregas y solo posteriormente llegará a la filosofía." En palabras del célebre semiótico italiano:

   "[El mito fundamental de la novela popular es] la figura del héroe en cuanto Superhombre. Un superhombre que, como bien notara Gramsci, antes que en la páginas de Nietzsche -o de sus falsificadores ideológicos nazis- aparece en las páginas de la novela popular, populista y democrática, como portavoz de una solución autoritaria -paternalista, garantizda y fundada en sí misma- de las contradiciones de la socidad, por encima de las cabezas de sus miembros pasivos. (...)
   Ideología del superhombre y de la sociedad secreta.- (...) La novela popular se ve obligada a enseñar que, por muchas contradicciones sociales que existan, existen también fuerzas capaces de subsanarlas. Ahora bien, esas fuerzas no pueden ser la populares, pues el pueblo no tiene poder y, si lo alcanza, surge la revolución y por ende la crisis. Los encargados de subsanar tales contradicciones deben pertenecer, pues, a la clase dominante. Y como en cuanto integrantes de la clase dirigente no tendrían el menor interés en llevar a cabo este cometido, habrá de pertenecer por fuerza a una estirpe de justicieros que vislumbran en lontananza una justicia más amplia y más amónica. Y como la sociedad no reconoce esa necesidad de justicia y nunca comprendería sus propósitos, habrán de perseguirlos e intentar realizarlos en contra de la sociedad y de las leyes. Para poder hacerlo deberń estar dotados de cualidades excepcionales y poseer una fuerza carismática que legitime su decisión aparentemente subversiva. Así nace el Superhombre.

   "Los tres mosqueteros actúan como superhombres, poniendo su capaciad para discernir entre el bien y el mal por encima de las consideraciones legalistas y miopes de las autoridades oficiales. (...) Otros, como Joseph Balsamo [el protagonista de las Memorias de un médico de Dumas], dotado de cualidades sobrenaturales -pues no olvidemos que es el inmortal Cagliostro-, se vale además de una sociedad secreta, la secta de los Iluminados de Baviera (...). La sociedad secreta que decide sobre el bien y el mal es íntimamente reaccionaria y actúa conforme a un principio místico propio, sin buscar la relación con las masas. (...) Montecristo es un superhombre que decide el castigo de todos los malvados sin abrigar la menor sombra de duda sobre la legitimidad de su gesto -garantizado por su enorme poder económico (...). El Rodolphe de Gerolstein de Los misterios de París es un superhombre que, desde lo alto de su carisma de rey, juzga y manda lo mismo que oprime, y así, por obra y gracia de su decisión, (...) causa la destrucción final de todos los prevaricadores, [y] el premio de los buenos (...) a los que] les concede paternalmete la dicha y la seguridad (siempre y cuando no se rebelen ante sus decisiones). (...)
  "Rasgo característico de todos ellos consiste en decidir por su cuenta qué es lo que constituye el bien para la plebe oprimida y cómo debe ser vengada. Al superhombre no se le pasa en ningún momento por la cabeza que el populacho pueda y deba decidir por su cuenta, y por lo tanto nunca lo vemos iluminarlo ni consultarle. En medio del frenesí de su virtud, vuelve a situar una y otra vez a la plebe en su papel de subaltera, y actúa con una violencia represiva tanto más mistificada por cuanto adopta los ropajes de Salvación.
   "Así, pues, su rebelión se convierte fatalmente en un ajuste de cuentas entre dos poderes rivales que, en el fondo, son dos facetas de una misma realidad. Para nada cuentan las razones morales o de necesidad histórica por las cuales surge la sociedad secreta; lo que cuenta es su negativa a manifestarse y a provocar la toma de conciencia popular. De ese modo, la sociedad secreta, encarnación colectiva del superhombre, fracasa en su ilusorio proyecto de resistencia y liberación, y se convierte en una forma más de dominio. Aunque nacida contra el Poder y contra el Estado, actúa como un Estado dentro del Estado, y se convierte irremisiblemente en un Estado oculto.
   "Quien es víctima de su fascinación, vive su experiencia onírica como el lector de la novela popular, que pide a las páginas fantásticas que lo consuelen con imágenes de justicia impartidas por otros, que le hagan olvidar que en la realidad esa justicia le ha sido arrebatada." (Umberto Eco, El superhombre de masas. Retórica e ideología en la novela popular, De Bolsillo, Barcelona, 2012, pp. 101-106)

   ¡Cuántas veces habremos visto repetido este esquema, popularizado aún más, si cabe, en el ámbito del cine: vaqueros, detectives, superhéroes y justicieros de todo tipo constituyen la versión vulgarizada del superhombre nietzscheano, que a su vez recoge, si Gramsci y Eco tienen razón, el arquetipo elaborado en la novelística folletinesca de la primera mitad del siglo XIX! Actúan como exutorio de una sociedad fracasada que, incapaz de combatir el mal y la injusticia por sí misma, se consuela de su impotencia proyectando sus ansias de libertad y justicia en personajes imaginarios con los que ha podido identificarse el "hombrecito" (W. Reich) del menguado siglo XX, y con los que se identifica, sin duda, su tocayo del siglo XXI.

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